5 veces que lloré en mi trabajo como copywriter

Ruth de la Rosa García
lasbravas
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5 min readNov 9, 2022
Foto de Zachary Kadolph en Unsplash

Soy una persona emocional. Eso es así. De todas maneras, en el trabajo, al menos yo, intento controlar mejor mis emociones (o reprimirlas, como prefieras).

Antes que nada, presentarme. Soy Ruth y me dedico al copywriting porque me encanta escribir. Y, aunque vengo del mundo de la psicología, hice (y hago) todo lo posible por formarme y estar al día en mi profesión. Aun así, muchas veces, la inseguridad me ha llevado a agachar la cabeza y a no valorar mi trabajo ni a mí misma.

Ahora que empiezo una nueva etapa laboral y personal, quiero reflexionar sobre las veces que lo he pasado peor en mi carrera como copywriter con el objetivo de aprender de ello y crecer como profesional. Estos son los cinco motivos en las que el llanto pudo conmigo y en las que acabé hecha un mar de lágrimas. Y lo que aprendí de ello.

1. Cuando no me sentí valorada

“No te pagamos más porque no eres tan brillante…” Esta demoledora frase fue la responsable de que varios paquetes de kleenex se terminaran en menos de dos horas.

No me interesa decir quién ni dónde. Pero sí ahondar en la fuerza de esta frase para cualquier profesional. En primer lugar, estás diciéndole a alguien que ha invertido su tiempo en tu empresa que no vales. Que su esfuerzo no significa nada y además, justificas tu decisión en la comparación.

¿Qué hice después de este zasca?

Aunque estuve fustigándome sobre lo mala profesional que era, también aprendí a entender mis logros y no solo mis fracasos. Gracias a mis copys las empresas ganan clientes, dinero y reputación. Por ello, entendí que, a veces, si no te suben el sueldo es porque no hay presupuesto. O por otros motivos. Pero en ningún caso, está justificado el “no eres tan bueno como”.

¿Qué aprendí las veces que no me sentí valorada?

Mi aprendizaje más preciado en este caso fue entender que el problema no era mío. Así que a partir de ahí, creo en la importancia de encontrar equipos equitativos, respetuosos y empáticos, ya sea como colaboradores, empleadores o clientes. Así que los paquetes de kleenex quedaron más que amortizados.

2. Cuando el estrés pudo conmigo

Aquí ha habido varios llantos en distintos momentos con algo en común: la sensación de no llegar. Esto sucede cuando un deadline está a la vuelta de la esquina, pero no te da la vida; sin embargo, no eres capaz de aceptar que no te va a dar tiempo.

Llámese optimismo, llámese negación de la realidad. Esto pasa muchísimas veces. Y no en todas he llorado. Una tiene una reputación que mantener. No obstante, las veces que lo he hecho ha sido ante la presión del cliente y la incapacidad de decir que NO.

¿Qué hago ahora cuando un deadline me hace bullying?

Asumir que no era capaz de llegar. A veces, una llamada a alguien responsable me hubiera quitado más de un estrés. De hecho, hablando se entiende la gente y, aunque quizás tú también seas Don o doña deadlines, a veces no solo depende de tí cumplirlos, sino de los clientes, de las circunstancias, de los compañeros, de la vida… Así que, un no llego a tiempo es mejor que un llanto por estrés.

¿Qué aprendí cuando me pudo el estrés?

Otro de los aprendizajes más preciados de que se me corriera el rímel: perder el miedo a pedir ayuda.

3. Cuando un cliente fue irrespetuoso

Por suerte, no me ha pasado mucho, pero me ha pasado. ¿A quién no? Comentarios bordes y desacertados, frases envenenadas que se meten en el ámbito personal o familiar… En fin, terrenos pantanosos que por una cosa, u otra acaban tocándote la fibra.

Estas lágrimas he de decir que son más de rabia. Y algunas, ni siquiera se manifiestan como un llanto, sino como un respingo más hondo de lo normal.

¿Qué aprendí cuando alguien se pasó de la raya?

Cuando alguien me falta al respeto, tiendo a pensar que el problema no es mío. Es de él o de ella. Siento que entrar en debates así no vale la pena, ya que es posible que:

- la persona tenga un mal día (o un mal año, o una mala vida.)

- la persona tenga una personalidad … no de mi estilo

No creo que la vida me prive de comentarios desacertados. Eso es así. Pero lo que sí he aprendido en este tiempo es a relativizarlos, no tomármelos de forma personal y, sobre todo, a decir basta cuando se pasan de la raya.

Cuando tuve compañeros de trabajo tóxicos

Esto también me ha pasado poco; sin embargo, cuando me ha pasado #Diosmíoquéhorror. Tampoco diré ni cómo, ni cuándo (ni ciento volando), pero lo que sí diré es que la negatividad de una persona tóxica afectó a todos los ámbitos de mi vida: la laboral y la personal.

Quejas, lamentos, ojos en blanco, palabras mal sonantes, secretos, gritos, negatividad. Esta situación, día tras día, al final acaba haciendo mella en tu trabajo y personalidad.

¿Cómo salí de una situación en la que había compañeros tóxicos?

Hablando. Comunicándome con esa persona y con el equipo. Conseguí salir de ahí y, de hecho, la situación se calmó y hubo muchas mejores después de mi llamada desesperada.

¿Qué aprendí de tener a alguien tóxico a mi lado?

A alzar la voz. A veces, por no herir a los demás, nos herimos a nosotros mismos y eso no debería ser así. Si algo te hace daño, es necesario decirlo. Te sorprenderías de lo que sale de la verdad.

Por ser demasiado autoexigente

Ay de esa errata. De ese copy mal puesto. De esa publicación en redes que no debería haber salido y salió. Espero no ser la única a la que le ha pasado (lo dudo mucho, vamos).

De los errores se aprende. Esta frase la tenemos más que sabida. Pero muy pocas personas la practican. De hecho, a veces un error puede desembocar en una hecatombe profesional o en una búsqueda del culpable inacabable e incansable.

¿Qué he aprendido de cometer errores?

A enfocarme en soluciones. El error ya está hecho y, la manera de afrontarlo es lo importante. También a asumir mi error, pedir perdón si es necesario, pero no fustigarme de manera gratuita.

El perfeccionismo paraliza. Por eso, hay que intentar no equivocarse sonoramente, sin embargo, asumir que habrá errores es la mejor manera de avanzar.

De felicidad

Estas son las mejores lágrimas. Me han surgido cuando algo me ha salido excepcionalmente bien. O cuando me he despedido de un equipo profesional increíble. O cuando un proyecto que me encantaba se ha acabado, pero ha sido satisfactorio.

¿Qué he aprendido de llorar de felicidad?

A saber que mi profesión sigue valiendo la pena. Escribir sigue valiendo la pena.

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Ruth de la Rosa García
lasbravas

Copywriter, periodista, creativa y adicta al café con mucha espuma.