Sobre William Morris, la programación y el síndrome de burn out

Flor Lafuente
lasdesistemas
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8 min readNov 23, 2018

Últimamente en las redes sociales que consumo me he encontrado con varias programadoras que empiezan a trabajar en la industria del software y cuentan sus procesos y sus vivencias. Si bien es algo que me resulta muy alentador, pienso en qué cosas me hubiese gustado que me digan cuando hace un año y medio empecé a trabajar como desarrolladora web.

Los primeros meses fueron bastante angustiosos. Pasé de ser la chica que siempre se sacaba buenas notas, entendía todo de forma rápida y se desenvolvía en los trabajos que había tenido de forma eficiente, a no entender el 80% del tiempo cómo resolver las tareas que me eran dadas. (Al respecto de esto, quiero hacer una aclaración: trabajo en un equipo muy pequeño y con altas exigencias. Mi experiencia después de todo, es sólo eso: una experiencia. Estoy segura de que para personas que hayan empezado en equipos más grandes o con metodologías más claras y pre establecidas el proceso de on boarding no debe haber sido tan angustioso.)

A esta sensación constante de “no estar a la altura de las circunstancias” (¿síndrome del impostor? ¿qué es eso?) intenté darla vuelta de la forma que conocía: estudiar, esforzarme y esforzarme un poco más. De repente, se volvió común que trabajara más horas de lo establecido o que me quedara leyendo documentación y aprendiendo cosas nuevas hasta la hora de cenar e irme a dormir. Y debemos hacer un mea culpa enorme porque sabemos que la industria fomenta esta clase de actitudes. Hackatones maratónicas los fines de semana, incentivar side projects que si bien están buenísimos muchas veces hacen que nuestro tiempo libre lo pasemos programando o la sola idea de alentar el quedarse trabajando después de hora, como si fuera prueba de que alguien es “apasionado” en lo que hace y no una señal de mala planificación.

El resultado fue que cuando a este nivel de presión y auto-exigencia se le sumaron una serie de circunstancias personales, pasó el final cantado: me quemé. De repente, empecé a perder el interés en mis tareas, a posponer todo, a llegar a casa e irme a dormir hasta el día siguiente, a dejar de hacer otras cosas que me animaban y me hacían feliz. No podía concentrarme, procrastinaba absolutamente todo, comía y dormía mal. El equipo donde trabajo se mostró comprensivo y me dejaron tomar unos días y ahora estoy re-incorporándome aunque creo que la recuperación de un burn out es un proceso mucho más largo, que abarca cuestiones más globales que tomarme unos días sin trabajar y que me va a llevar meses.

En esos días que estuve descansando en casa (y que aproveché para hacer cosas que había dejado de lado como leer, bordar, hacer jardinería y -¡atención!- comer cuatro comidas diarias), me acordé de un texto que una vez me había recomendado mi amiga Sol. Es un texto escrito por William Morris, arquitecto, diseñador, activista e impulsor del movimiento Arts & Crafts de finales del siglo XIX.

El texto se llama “Trabajo útil frente a esfuerzo inútil” y puede leerse aquí. Y si bien fue escrito hace más de cien años creo que hay algunos puntos que Morris señala que pueden ser herramientas para mejorar la manera en que trabajamos y por ende, la manera en que vivimos. Veamos cuáles son los puntos:

  1. La esperanza en el descanso que vendrá

“Cuando estamos trabajando tenemos que saber que llegará el momento en que no tengamos que seguir trabajando. Asimismo, cuando llegue el descanso, debe ser lo bastante largo como para poder disfrutarlo; debe durar más de lo que es simplemente necesario para recuperar la fuerza de trabajo que hemos consumido en el trabajo, y debe ser también un descanso animal en el hecho de que no ha de ser perturbado por la ansiedad o, de lo contrario, no seremos capaces de disfrutarlo.”

Es importante no quedarnos trabajando después de hora. Aprovechar el horario laboral sin procrastinar (una buena idea y que a mi me funciona es tratar de dividir las tareas en lo más pequeño y auto-contenido posible para poder motivarme al ir terminando mis pequeños pasos). Tomar pequeños descansos entre una tarea y otra.

Al llegar el fin de la jornada, tratar de desconectarnos lo más posible del trabajo. Si llegan mails, mensajes de slack u otros, que sean contestados al día siguiente. Tal vez en un principio nos de culpa o un poco de ansiedad, pero como me dijeron hace poco en mi trabajo “urgencias sólo tienen las ambulancias”.

2. La esperanza en el producto que obtendremos

“En cuanto a la esperanza de cosechar el producto, ya he dicho que la Naturaleza nos obliga a trabajar con ese fin. A nosotros nos corresponde encargarnos de que de verdad sea algo lo que produzcamos, y no nada, o al menos nada que no queramos o podamos utilizar. Mientras cuidemos de esto y dirijamos nuestra voluntad a ese objetivo, seremos mejores que las máquinas.”

En este punto me gustaría detenerme en dos cuestiones que señala Morris y tratar de extrapolarlas al trabajo en tecnología hoy. Por un lado, está la cuestión del contenido del producto. ¿Realmente es útil? ¿Es algo que brinda una solución a un problema real? ¿Genera impacto en la vida de la gente más allá de generar ganancias?

En mi experiencia particular, estoy tratando de que mis trabajos siempre tengan una “pata” social. Que no sea simplemente líneas de código para que alguien pueda vender un producto más rápidamente (y muchas veces hablamos de un producto innecesario). Sé que es difícil, que elegir trabajos que tengan impacto social y en su mayoría sean realizados con código abierto hace que rechace algunas propuestas laborales o se me cierren algunas puertas. Pero en la medida en que pueda sostenerlo, lo haré.

Por otro lado, el otro punto que me gustaría señalar es el de la forma de ese contenido. Morris era un gran promotor del “arte popular”. El ideal de Morris era el artesano que, al fabricar un producto, “ lo adornaba con tanta naturalidad y tan desprovisto de esfuerzo consciente que a menudo es difícil determinar dónde terminaba la parte meramente utilitaria de su trabajo y dónde empezaba la decorativa”.

Creo, en ese sentido, que no sólo es importante saber que lo que estamos realizando realmente va a impactar de forma positiva en la vida de alguien, sino que sea además algo “bello”, en la pluralidad de significados que puede adquirir esa palabra. Pienso, por ejemplo, en algunas charlas de conferencias a las que he asistido donde personas que realizaron proyectos experimentales para desafiarse y expandir su horizonte de conocimientos, aún se interesaban por hacer una interfase de usuarios amigable, bella, que los motive a seguir utilizándola. Creo que hay algo inherente al ser humano, al intentar buscar la belleza aún en lo más cotidiano y también creo que en nuestro código puede haber Arte.

3. La esperanza en el placer que hallaremos en el trabajo mismo

“Obligar a un hombre a hacer día tras día la misma tarea, sin ninguna esperanza de evasión o cambio, significa ni más ni menos que convertir su vida en un tormento carcelario. Nada excepto la tiranía de la búsqueda insaciable de beneficios hace que esto sea necesario.”

Este punto es interesante y, tal vez un poco polémico, porque creo que es algo bastante difícil de lograr en la vida diaria. ¿Cuántas veces nos hemos sentido simplemente “máquinas de escribir código”? Poder tomar parte en la mesa de discusión sobre las tareas que se realizan y la forma en que son ejecutadas me parece fundamental. Poder aprovechar oportunidades para aprender y desarrollar nuevas habilidades tanto técnicas como humanas. Dar lugar al juego y a la experimentación es algo hermoso y muy necesario, pero que tal vez sea difícil de instaurar en algunos entornos.

Me parece interesante acá qué postura toma quien encabeza y lleva adelante el proyecto. ¿Qué priorizamos? ¿Entregar un producto en la fecha pactada o el impacto que puede tener esto en un equipo? Obviamente que en un entorno ideal las dos cuestiones no serían excluyentes pero muchas veces sucede. Somos humanos trabajando con otros humanos, aunque a veces nos abstraigamos tanto que nos olvidemos de la parte social de nuestro trabajo. Creo que no sirve de nada instaurar falsas épicas para llegar a deadlines si en el proceso no nos detuvimos a preguntarnos cómo nos sentimos, si estamos cómodos o no, qué podríamos hacer para estar mejor.

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Claramente el texto tiene muchas aristas más que este mero resumen que intenté hacer y sé que es un poco arriesgado hacer una extrapolación de un texto escrito a fines de siglo XIX a una experiencia como trabajadora del software en Argentina en el siglo XXI, pero creo que aún en esta simplificación hay muchos interrogantes que nos pueden llevar a analizar cómo estamos trabajando, qué y para quién estamos produciendo y cómo hacer para poder tener una vida más plena, donde nos sintamos realmente útiles no en niveles de productividad capitalista, sino en el impacto a nivel humano que tiene lo que producimos, tanto en nosotros mismos como en la sociedad de la que formamos parte.

Actualmente, me encuentro desaprendiendo esta forma de aproximarme al trabajo que creo que me hizo, y nos hace, tanto daño. Sé que hoy en día la programación es una salida laboral rápida y confiable en un contexto de crisis. Y sé también que si se te da bien, puede llegar a abrirte puertas impensadas. En medio de ese vértigo, creo que es fundamental no dejar de lado otros aspectos tanto o más valiosos de nuestras vidas. Me parece importante alentar a las personas que están arrancando, pero también enseñar a no descuidarse tanto física como mentalmente, o parar cinco minutos a conversar con alguien que recién empieza si vemos que se está presionando mucho o se está “quemando”.

Trato de reconocerme y abrazarme con toda mi complejidad, no como una mera “programadora” sino como una humana que trabaja en desarrollo. Me parece muy motivadora y agradable la idea de tener un side-project, pero me parece mucho más interesante que este proyecto no sea de algo relacionado directamente con el código, sino que nutra nuestro lado más creativo y lúdico. Creo que, eventualmente, desarrollar otros intereses puede mejorar nuestra calidad de código y sobre todo y más importante, nuestra vida.

Muchas veces al leer experiencias exitosas de programadores nóveles, me sentí sola. ¿Solamente yo sentía esta frustración? ¿Solamente para mí fue un proceso complejo y tal vez, incluso, un poco sufrido? Sé que no. Conozco a muchas personas con poca o gran experiencia que se enfrentan diariamente a estos dilemas y creo que la única solución es que hablemos francamente de qué implica trabajar en desarrollo. En definitiva creo que lo único que puede mejorar nuestra calidad de vida es, como siempre, la empatía y crear redes entre humanos para hablar acerca de lo que nos pasa.

Un afiche de Articulo 41 en la oficina ❤

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Flor Lafuente
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Trabajo como desarrolladora. Hago arte textil. Escribo un poco sobre todo eso.