Más hakuna matata, menos conejos blancos

Dan Cortés
Laŭ mi
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3 min readApr 17, 2017

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Se acabaron las vacaciones, los días de guardar, los milagros, los tiempos liminales de debuts y despedidas, estamos a nada de comenzar la primavera, eso quiere decir que entramos en la última fase de pruebas y correcciones para la liberación de nuestra próxima versión. Volvemos a la programación habitual para dar el último estirón antes de kOS 3.1, que celebraremos con un alucinante concierto de Die Antwoord. Parece que se acaba el tiempo rápidamente…

El conejo blanco aparece en la obra maestra animada de Disney Alicia en el País de las Maravillas (1951) apurado, alarmándose al ver la hora en su reloj y descubrir que, como siempre, es bien pinche tarde. Así vivimos. Atareados por las prisas, siempre corriendo, siempre con urgencia de hacer las cosas. El sistema nos vende ciclos temporales muy extraños, muy efímeros, muy fugaces. Creemos que la vida es tan corta que nos la pasamos pensando en todo lo que nos vamos a perder. Nos da un terror tremendo la muerte. Y con razón.

Imagínate perder todo lo que haces, todo lo que construyes, todo lo que creas, todo lo que sientes… Imagínate dejar de ser. Debe ser terrible, todas esas personas olvidadas por la memoria del espacio y del tiempo. Todos estos sufrimientos y menesteres, ¿para nada? No puede ser. No podemos permitirlo. Todos nuestros esfuerzos parecen estar destinados hacia la trascendencia, hacia la continuidad de nuestra consciencia, hacia la extensión de su presencia. Como si supiéramos que es importante recordarnos unos a otros, aprender unos de otros, darle continuidad a sus proyectos.

De cierta manera, lo único que nos detiene de darle en la madre a todas las reglas sociales y convenciones que hemos construido hasta ahora, es pensar en las generaciones futuras. Qué les estamos enseñando, qué les vamos a dejar. ¿Realmente queremos que nuestros hijos vean a sus papás peleando a cada rato? ¿Qué dirán nuestros descendientes de la guerra, del hambre, de la desigualdad? Creemos, de cierta manera, y cada quien a su modo, que lo que queremos siempre es mejorar. Al menos, podemos estar de acuerdo en algo.

La urgencia permanente del mundo moderno nos vuelve egoístas y ensimismados. Nos hace perdernos en medio de las mil y un cosas que tenemos qué hacer. Nos enferma, nos vuelve ansiosos y sobre todo, infelices. Nos hace producir y reproducir tonterías en serie que no tienen una utilidad real para nadie. Artículos de internet sensacionalistas o superficiales, fotografías sin emociones, videos sin espíritu, shells sin ghosts (¿ya la viste?)

¿Realmente eso queremos enseñarles a nuestros descendientes?

He decidido relajarme un poco y ver qué pasa. Estoy seguro que una vez que aprenda que todo necesita su momento y su lugar para florecer, nos va a ir mejor. Lo que importa es aprender a adaptarnos. Observar lo que nos rodea y aprovechar las oportunidades.

Decirle “no” a la inmediatez o a la urgencia. Tomarnos el tiempo que sea necesario para hacer las cosas, aprender a jerarquizar, volvernos más responsables. Creo que todo está encadenado a una actitud fundamental, a una emoción primigenia: ser felices.

Nadie puede ser feliz encadenado. Está en nuestra naturaleza movernos, seguir adelante, adaptarnos. Para eso estamos diseñados. Disfrutar lo que nos gusta, hacer lo que despierta nuestra inspiración. Más hakuna matata, menos conejos blancos.

¿Y si tejemos una red de personas que colaboran unas con otras en la única misión de ser felices a través del bienestar colectivo? ¿Y si volvemos a darle importancia a la confianza en el otro? ¿Y si podemos ponernos de acuerdo en muchas más cosas que nos ayuden a ser felices? Ese es mi sueño. ¿Cuál es el tuyo?

Si te gusta la investigación aplicada en distintas áreas del desarrollo comunitario, me gustaría conocerte. Mándame un mensaje, deja un comentario, como gustes, solo: manifiéstate. De verdad quiero conocerte.

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