125 años del nacimiento de William Faulkner

Adriana Santa Cruz
Leedor
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4 min readSep 25, 2022

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William Faulkner (1897–1962), escritor norteamericano, es el creador del imaginario condado sureño de Yoknapatawpha, lugar cargado de simbología. Toda su obra muestra la intención de recrear la vida del sur de los Estados Unidos en determinado momento, pero eso no impide que sus textos tengan una proyección universal, como todo clásico. Es, sin dudas, uno de los grandes escritores de todas las épocas, dueño de un estilo personalísimo formado por oraciones extensas y complejas.

Junto con John Dos Passos, Ezra Pound, Erskine Caldwell, Ernest Hemingway, John Steinbeck y Francis Scott Fitzgerald, William Faulkner pertenece a la que Gertrude Stein llamó la Generación Perdida: todos escritores que vivieron en París y en otras ciudades europeas en el periodo que va desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta la Gran Depresión. Como dato curioso, Faulkner y Hemingway se convirtieron en rivales literarios a partir de situaciones personales pero, sobre todo, por las notables diferencias en sus estilos.

Faulkner perseguía muy conscientemente el éxito literario, que alcanzó con El ruido y la furia (1929), novela de marcado tono experimental, en la que un fluir de la conciencia múltiple nos va presentando los hechos. El experimentalismo siguió apareciendo en sus siguientes novelas: en ¡Absalón, Absalón! (1936), la estructura temporal del relato abandona la linealidad al seguir el hilo de la conversación o del recuerdo; por su parte, Las palmeras salvajes (1939) está formada por dos historias con capítulos intercalados. Luz de agosto (1932) y Mientras agonizo (1930) son otras de sus geniales novelas.

En 1950 recibió el Premio Nobel, y a partir de este momento, escribió guiones de cine para Hollywood, fue nombrado embajador itinerante por el presidente Eisenhower, dio conferencias, y realizó otras actividades que, sin embargo, no lograron hacer de él un hombre absolutamente feliz.

Influyó en la literatura posterior no solo en aspectos técnicos como el monólogo interior, el multiperspectivismo, la oralidad de la narración y un manejo no cronológico del tiempo, sino también en algunos temas como la decadencia de una familia, el fracaso, la creación de un territorio de ficción propio, la obsesión con la historia, y la combinación de localismo y universalidad. La huella de Faulkner se puede rastrear en Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Juan Benet, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan José Saer y Jorge Luis Borges.

Luz de agosto (Light in August)

Fragmento

1.

Sentada en la orilla de la carretera, con los ojos clavados en la carreta que sube hacia ella, Lena piensa: «He venido desde Alabama: un buen trecho de camino. A pie desde Alabama hasta aquí. Un buen trecho de camino». Mientras piensa todavía no hace un mes que me puse en camino y heme aquí ya, en Mississippi. Nunca me había encontrado tan lejos de casa. Nunca, desde que tenía doce años, me había encontrado tan lejos del aserradero de Doane
Hasta la muerte de su padre y de su madre, ni siquiera había estado en el aserradero de Doane. Sin embargo, los sábados, siete u ocho veces al año, iba a la ciudad en la carreta. Vestida con un trajecito de confección, colocaba de plano sus pies descalzos en el fondo de la carreta y sus botas en el pescante, junto a ella, envueltas en un pedazo de papel. Se ponía sus botas justo en el momento de llegar a la ciudad. Cuando ya era algo mayor, le pedía a su padre que detuviera la carreta en las cercanías de la ciudad para que ella pudiese descender y continuar a pie. No le decía a su padre por qué quería caminar en lugar de ir en el carruaje. El padre creía que era por el empedrado bien unido de las calles, por las aceras lisas. Pero Lena lo hacía con la idea de que, al verla ir a pie, las personas que se cruzaban con ella pudiesen creer que vivía también en la ciudad.
Tenía doce años cuando su padre y su madre murieron, el mismo verano, en una casa de troncos compuesta de tres habitaciones y de un zaguán. No había rejas en las ventanas. El cuarto en que murieron estaba alumbrado por una lámpara de petróleo cercada por una nube de insectos revoloteantes; suelo desnudo, pulido como vieja plata por el roce de los pies descalzos. Lena era la menor de los hijos vivos. Su madre murió primero: «Cuida de tu padre», dijo. Después, un día, su padre le dijo: «Vas a ir al aserradero de Doane con McKinley. Prepárate para marchar. Tienes que estar lista cuando él llegue». Y murió. McKinley, el hermano, llegó en una carreta. Enterraron al padre, una tarde, bajo los árboles, detrás de una iglesia aldeana, y colocaron una tabla de abeto a guisa de piedra sepulcral. Al día siguiente, por la mañana, Lena partió hacia el aserradero de Doane, en la carreta, con McKinley. Y en aquel momento tal vez no sospechaba que se iba para siempre. La carreta era prestada, y el hermano había prometido devolverla al caer la tarde.

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Adriana Santa Cruz
Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural