130 años del nacimiento de Henry Miller

Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor
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5 min readDec 26, 2021

Hoy se cumplen 130 años del nacimiento de Henry Miller (1891–1980), sin duda uno de los más talentosos escritores de la literatura norteamericana contemporánea, y el paradigma del disidente y anarquista pacífico de su tiempo. La totalidad de su obra es autobiográfica, y la naturalidad con la que presentó temas como el sexo o la hipocresía social le significó tener gran cantidad de lectores en todo el mundo y en todas las épocas.

Trópico de Cáncer (1934) es una crónica sobre la vida del propio autor en París; tiene una estructura poco convencional y está escrita en un lenguaje descarnado y hasta obsceno. En esta novela, además, se manifiesta la preocupación de Miller por la búsqueda de identidad y la liberación del individuo de las convenciones sociales. Luego, en 1939, publica Trópico de Capricornio. En ambas obras se da la misma ausencia de estructura, el mismo caos verbal, la utilización del monólogo interior y de los flashbacks y, sobre todo, la presencia de abundantes metáforas e imágenes tomadas del surrealismo.

Entre otras obras, también escribe Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1959) y, con su filosofía de vida, influyó en los beatniks –la generación beat y sus seguidores− y en los hippies.

Trópico de Capricornio (fragmento)

Siempre me asombraba la facilidad con que la gente se enfurecía con sólo oírme hablar. Quizá mi forma de hablar fuera algo extravagante, si bien ocurría con frecuencia cuando hacía los mayores esfuerzos para contenerme. El giro de una frase, la elección de un adjetivo desafortunado, la facilidad con que las palabras salían de mis labios, las alusiones a temas que eran tabú: todo conspiraba para señalarme como un proscrito, como un enemigo para la sociedad. Por bien que empezaran las cosas, tarde o temprano me descubrían. Si me mostraba modesto y humilde, por ejemplo, en ese caso resultaba demasiado modes¬to, demasiado humilde. Si me mostraba alegre y espontáneo, audaz y temerario, en ese caso resultaba demasiado franco, demasiado alegre. Nunca conseguía estar del todo au point con el individuo con quien estuviera hablando. Si no era una cuestión de vida o muerte — todo era una cuestión de vida o muerte para mí entonces — , si simplemente se trataba de pasar una velada agradable en casa de algún conocido, sucedía lo mismo. Emana¬ban de mí vibraciones, alusiones y matices, que cargaban la atmósfera desagradablemente. Podía ser que se hubieran diverti¬do durante toda la velada con mis historias, podía ser que les hubiese hecho desternillarse de risa, como ocurría a menudo, y todo parecía augurar lo mejor. Pero, tan fatalmente como el destino, tenía que ocurrir algo antes de que concluyera la velada, una vibración se soltaba y hacía sonar la araña o recordaba a algún alma sensible el orinal de debajo de la cama. Aun antes de que hubieran dejado de reír, empezaba a hacer sentir sus efectos del veneno. «Esperamos volverlo a ver un día de éstos», decían, pero la mano húmeda y fláccida que tendían desmentía las palabras.

¡Personna non grata! ¡Joder, qué claro lo veo ahora! No había dónde escoger: tenía que tomar lo que había a mano y aprender a apreciarlo. Tenía que aprender a vivir con la escoria, a nadar como una rata de alcantarilla o ahogarme. Si optas por incorpo¬rarte al rebaño, eres inmune. Para que te acepten y te aprecien, tienes que anularte, volverte indistinguible del rebaño. Puedes soñar, si sueñas lo mismo que él. Pero si sueñas algo diferente, no estás en América, no eres un americano de América, sino un hotentote de África, o un calmuco, o un chimpancé. En cuanto tienes ideas «diferentes», dejas de ser americano. Y en cuanto te vuelves algo diferente, te encuentras en Alaska o en la Isla de Pascua o en Islandia.

Trópico de Cáncer (fragmentos)

―Pero, entonces, ¿qué es lo que quieres de una mujer? ―le preguntó.

Empieza a restregarse las manos; se le cae el labio inferior. Parece completamente frustrado, cuando por fin consigue balbucear unas frases entrecortadas, lo hace convencido de que tras sus palabras hay una futilidad abrumadora. “Quiero ser capaz de entregarme a una mujer”, dice de improviso. “Pero para eso tiene que ser mejor que yo; tiene que tener inteligencia, y no solo un coño. Tiene que hacerme creer que la necesito, que no puedo vivir sin ella. Encuéntrame una así, ¿quieres? Si pudieras hacerlo, te daría un empleo. En ese caso no me importaría lo que ocurriera: No necesitaría un empleo ni amigos ni libros ni nada. Simplemente con que pudiese hacerme creer que había algo más importante en la tierra que yo. ¡Dios, cómo me odio! Pero todavía odio más a esas tipas asquerosas… porque ninguna de ellas vale nada.”

Si soy inhumano es porque mi mundo ha sobrepasado sus límites humanos, porque ser humano parece algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por preceptos morales y códigos, definido por trivialidades e ismos. Estoy echándome el jugo de la uva por el gaznate y descubro la sabiduría en él, pero mi sabiduría no procede de la uva, mi embriaguez no debe nada al vino…

Quiero desviarme de estas altas y áridas sierras donde se muere uno de sed y de frío, de esta historia “extratemporal”, de este absoluto, de tiempo y espacio en que no existen ni hombres, ni animales, ni vegetación, donde se vuelve uno loco por la soledad, por el lenguaje que es solo palabras, donde todo está desenganchado, desencajado, descompasado en relación con los tiempo. Quiero un mundo de hombres y mujeres, de árboles que no hablen (¡porque ya se habla demasiado en el mundo, tal como es!), de ríos que te lleven a algún lugar, no ríos que sean leyendas, sino ríos que te pongan en contacto con otros hombres y mujeres, con la arquitectura, la religión, las plantas, los animales: ríos que tengan barcos y en los que los hombres se ahoguen, no se ahoguen en el mito y la leyenda y los libros y el polvo del pasado, sino en el tiempo y el espacio y la historia. Quiero ríos que hagan océanos como Shakespeare y Dante, ríos que no se sequen en el vacío del pasado.

¡Océanos, sí! Que haya más océanos, océanos nuevos que borren el pasado, océanos que creen nuevas formaciones geológicas, nuevas perspectivas topográficas y continentes extraños y aterradores, océanos que destruyan y preserven al mismo tiempo, océanos en los que podamos navegar, zarpar hacia nuevos descubrimientos, nuevos cataclismos, más guerras, más holocaustos. Que haya un mundo de hombres y mujeres con dinamos entre las piernas, un mundo de furia natural, de pasión, acción, drama, sueños, locura, un mundo que produzca éxtasis y no pedos secos. Creo que hoy más que nunca hay que procurar conseguir un libro aunque solo tenga una gran página: hemos de buscar fragmentos, astillas, uñas de los pies, cualquier cosa que tenga mineral dentro, cualquier cosa capaz de resucitar el cuerpo y el alma.

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Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural