Cómo terminar con El Gran Gatsby
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Por Abel Posadas
PRIMER INTENTO
Se trata del clásico de Francis Scott Fitzgerald publicado en 1925. En realidad la novela que este autor envió al editor Maxwell Perkins se llama Trimalchio, pero luego que Perkins sugirió correcciones, pasó a llamarse El gran Gatsby.
Sería muy interesante explicar aquí quién era el tal Trimalchio en el Satyricon de Petronio pero no es el objetivo de esta nota. Quien quiera puede leer el Trimalción –traducido del inglés por Juan Forn- porque salió a la venta en 2002.
Nos interesa hablar de las cuatro versiones cinematográficas del libro que vende cinco mil copias anuales desde los años 60. El primer cambio que enfrentó el texto fue una obra de teatro estrenada el 2 de febrero de 1926, Ambassador Theater, con un elenco que se movía al compás de George Cukor. Fue este espectáculo el que llamó la atención de Jesse Lasky y Adolph Zukor, es decir, la más tarde simplificada como Paramount. En poder de esta productora quedaron anclados los derechos. Lasky contrató a Herbert Brennon como director y hay nombres conocidos en el elenco de la película lamentablemente perdida: Warner Baxter en el rol de Gatsby y William Powell como el mecánico George Wilson. Los ejecutivos pagaron 45.000 dólares por los derechos y, según los críticos de la época, Brennon filmó un costoso pasatiempo. Fitzgerald y Zelda Sayre comentaron con Gerald y Sarah Murphy que el cine había traicionado a la novela
SEGUNDO INTENTO
Richard Maibaum (1909–1992) fue un dramaturgo, guionista y productor que tuvo ingerencia en el aterrizaje de James Bond en la pantalla. Pero mucho antes, cuando trabajaba en la Paramount, en el año 1942, imaginó que Alan Ladd necesitaba levantar la puntería porque los guiones que le daban eran excesivamente baratos. Pensó en El gran Gatsby exclusivamente para él. En 1986 declararía que jamás había visto a un hombre con la mirada que Ladd, como Gatsby, redescubre a Daisy en la casa de Nick. Si recordamos que Ladd medía entre 1,70 y 1,73 nos daremos cuenta de que el director Elliot Nugent favoreció los primeros planos silenciosos que descubren la cara del actor. Por otra parte, Ladd contaba con una voz que no siempre se tiene en cuenta y que es posible rastrear en el diálogo que mantiene con Nick -MacDonald Carey- la primera vez que se encuentran. El problema central fue la ubicación de una actriz para el papel de Daisy. Cuando la película iba a dirigirla John Farrow, se eligió a Gene Tierney. Pero Maibaum, que era también productor del film, se decidió por Betty Field, explicando que encontraba en ella algo más que una superficie hermosa. Que se equivo0caba se lo hicieron saber los críticos una vez que se estrenó la película.
Otro de los problemas del segundo intento fue el de la censura. Maibaum y su coguionista Cyril Hume se vieron acechados por quienes manejaban el código de producción, en especial Joseph Green. Se temía que la película desencadenara una cadena de artefactos que se vieran sumidos en la era de la prohibición y la, para los censores, locura de los años 20. Por otra parte, tanto en la novela como en el guión, los hombres cometían adulterio alegremente. Los guionistas eliminaron casi por completo a Myrtle –Shelley Winters- la irredenta pecadora que intentaba lujo a costa de Buchanan.
Aunque parezca extraño, desde aquí y hasta el final de su trayectoria en el cine, nadie se fijó que Gatsby pertenecía al Medio Oeste y que necesitaba llegar al Este para sentirse tan dorado como los millonarios que él –y también Fitzgerald-admiraba.
Se eligieron algunas canciones de los años 20, autos de la época y un vestuario adecuado pero nada se hizo por ir un poco más lejos de la trivialidad supuestamente romántica de Gatsby-Daisy. Así y todo o por eso mismo la película respondió en la boletería y esto era lo único que le interesaba a la Paramount.
TERCER INTENTO
Desde comienzos de los años 70 los derechos habían sido adquiridos por el otrora niño prodigio Robert Evans, para que su amada Ali MacGraw se luciera como Daisy. Jack Nicholson ni siquiera tomó en serio la propuesta del Gatsby. Otros galanes se mostraron dispuestos a dirigir el film. Cuando Miss MacGraw se fugó con otro actor y Mr. Evans cayó en la droga, la productora colocó en el rubro a David Merrick, alguien inofensivo a quien le encantaba el teatro pero poco quería saber con el cine. Supuestamente, el eficiente Jack Clayton dirigiría este tercer intento, pero Robert Redford y Mia Farrow entraron en feroz competencia. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, lugar al que los cirqueros fueron a parar, la parejita se llevó sus abogados y no había forma de que llegaran a un acuerdo. Tal vez por eso Clayton los dejó hacer y se entendió mejor con los secundarios. Hay rescatables interpretaciones de Scott Wilson, Karen Black y, entre otros, el por entonces joven Sam Waterston como Nick Carraway.
Francis Ford Coppola, a cargo del guión, se quejó luego del estreno porque sostuvo que no se había respetado lo escrito por él. Seguramente con su delicada sensibilidad, Mr. Ford Coppola hubiera preferido que el mecánico Wilson baleara a Daisy. Y el público hubiera estado agradecido. No hay nada en este tercer intento que vaya más allá de la relación entre las dos primeras figuras. Debieron hacer lo posible pero consiguieron muy poco. Los críticos destrozaron a Mia Farrow, cuya voz se parece por momentos a la de Olivia, la novia de Popeye. A su vez, Robert Redford soporta una máscara que lo asemeja a una antigua deidad faraónica. La fotografía de Douglas Slocombe logra que el espectador soporte más de lo merecido por esta película.
A ciertas canciones de la época –The Sheik of Araby, When You and I were seventeen- Nelson Riddle añadió algunos compases para la banda sonora cuya virtud reside en no ser excesivamente molestos. Y precisamente fue la música la que ganó el Oscar y también el vestuario. Merecidas y tristemente conseguidas ambas recompensas, porque el Gatsby de Fitzgerald hubiera merecido una atención que ni los ojos que figuran en la escenografía del camino supieron darle. Son, se sabe, los ojos un dios que no puede creer lo que está viendo ni puede evitar nada de lo que sucede.
CUARTO INTENTO
En 2013 se estrenó la cuarta versión de la novela de Fitzgerald. Se la encargaron al australiano Baz Luhrmann, el famoso –para las plataformas- director de Moulin Rouge
(2001). Con la misma pasión arrolladora le pasó por encima a un texto que, según dictamen del sitio Espinof, no había leído pero sí escuchado. El rodaje se llevó a cabo en Sidney desde el 5 de septiembre de 2012 al 22 de diciembre del mismo año, con tomas adicionales en 2013. Como en los tres casos anteriores se necesitaba una estrella central y se eligió a Leonardo Di Caprio para desempeñarse como Jay Gatsby. No pareció molestarse mucho ni siquiera por la Daisy en cuestión. Tampoco por una banda sonora que incluía desde música rap hasta hip hop y algo de Gershwin.
El sistema 3D logra que el tercer capítulo del libro, la gran fiesta donde aparece Gatsby, se transforme en un lujurioso frenesí del que se hace cómplice el montaje. Por ahí fluyen decorados, bailes, vestidos, caras que parecen reírse de los espectadores, un aquelarre en el que se distingue al Hombre Araña, también conocido como Tobey Maguire, aquí en el papel de Nick. Al parecer, se decidió comenzar la película entregándonos al Hombre Araña en un sanatorio para dipsómanos. Se encargará no sólo de narrarnos la historia sino de publicar el libro inmortal. Este cuarto intento no va a impedir que se continúen vendiendo anualmente desde los 60 unas 300.000 copias de la novela. Lo que puede lograr, eso sí, es que no se le conceda nunca más confianza alguna a la traslación cinematográfica del texto. Lo que hizo Baz Luhrmann es aún peor que el telefilme que en 2000 dirigiera Robert Markowitz con Toby Stephen como Gatsby.
Si Moulin Rouge había entregado una banda sonora que hasta incluía Tanguera de Mariano Mores, este Gatsby que debió ubicarse en los años 20 del siglo pasado, da cuenta del cine que prefiere la gente amante de las plataformas. Nada de lo que ocurre tiene importancia alguna. Lo que sí interesa son los millones a recaudar. No sabemos si la gente se lanzó a las librerías a comprar el libro, porque la película nada hizo para lograr este efecto, excepto un rasgo de cursilería momentánea. Porque la novela, como se dijo antes, jamás dejó de venderse luego que Fitzgerald fuera redescubierto en los años 60. Se cierra de este modo un tanto luctuoso la carrera cinematográfica de El gran Gatsby al que, es evidente, debieran dejar en paz por unos cuantos años.
Se nos pide que seamos amables, que no nos neguemos a las transformaciones, que reconozcamos nuestra antigüedad como espectadores, que toleremos a los directores que ni siquiera leen una novela, que soportemos técnicos y actores que se convierten en millonarios luego de tres o cuatro películas, que en fin, creamos en una supuesta evolución de Hollywood. Más bien, si tenemos en cuenta lo que ocurrió con esta novela, estamos muy atentos a la involución de un sistema que ha quedado fijo en una televisión expandida hasta las mentes defectuosamente humanas. El show del australiano es lo que añora alcanzar cualquier cadena televisiva de primer nivel.