Carbón, de Carolina Markowicz
Siempre es motivo de celebración ver en estas épocas tan dedicadas a lo urbano, un film que se tome su tiempo a contarnos una historia que transcurre en la periferia; aunque “contaminado” ya por el epicentro; en este caso, lo sucedido (ficcional) en un pueblo brasileño que se supone (o yo supongo) lindero a la frontera con Argentina.
Nuestra película transcurre en un lugar “lejano” que no deja de invocarme a Horacio Quiroga (sitio de mi subjetividad), tanto como los lagos del sur argentino lo hace con Lobodon Garra. Un lugar indefinido de la selva, quizás el Chaco paraguayo y una familia que se dedica a la producción de carbón, sometida a la ferocidad de la necesidad. Cercana no sólo en lo geográfico sino también en su pathos al autor argentino, aunque bien podría ser un Roa Bastos.
Film proveniente de Brasil, con coproducción argentina, de hecho uno de los actores principales es el argentino César Bordón. Brasil siempre supo dar un carácter internacional a la pobreza y al conflicto social, en el cine reciente, casos como Pixote de director argentino-Brasileño, (Héctor Babenco, Br, 1980), Ciudad de Dios, Ellos no usan smoking, o los más actuales Tres veranos o Merighella.
Si miramos un poco más atras en el tiempo, podemos observar que la cultura brasileña supo producir una transculturación particular con el modernismo, tanto en arquitectura como en música; Glauber Rocha, en cine. Un país que, por sus condiciones sociopolíticas, conjugó vanguardia y política; teniendo en cuenta que fue el gobierno filosocialista del presidente Getúlio Vargas el que vislumbró la importancia de la industria cinematográfica. En 1939 promulgó el decreto que garantiza la cuota de exhibición en salas; una ley aún vigente, que creó condiciones para el desarrollo de un cine propiamente brasileño, aún durante la llamada quinta república.
Carbon, film homónimo de la película rumana (2022) de Mariana Starciuc; el título resulta una ironía algo “salvaje” y que permite a la autora Carolina Markowicz, abrir y cerrar la historia a modo de una repetición cíclica, entre lo humorístico y lo cínico; humor que supo cultivar el Neorrealismo Italiano, del mismo modo, nuestro film, parece querer componer una metáfora sobre la pobreza y sus lógicas, aunque solo quede como intención debido a la distancia de su mirada, quedando sin profundidad alguna.
Carbón conjuga también algo del cine macabro, bizarro si se quiere; cosa que no es tampoco huérfano dentro del cine Brasileño ya que lo que se conoce con el nombre de “cine marginal”, “pornochancha” y “ugrudi”, son antecedentes ciertos, de gran difusión en épocas de la ditadura militar.
A mi juicio, el gran problema del film es que se deshilachan historias y problemas, cuyo peso narrativo resultan semejante o iguales, y en las que en ninguna finalmente se explora mucho, sin ahondar en ningún linea abierta, parece que a la autora le preocupa mas exhibir el supuesto rostro oculto de la sexualidad y no las más acuciantes como el de la vivienda, la salud o la tala de árboles y la deforestación, el salario y la vinculación con la o las mafias; como tampoco un tema desacertadamente de lado de lado es el de la magia, solo dejado a la suposición. En ese sentido el film es vacío. Tampoco ninguna de esas historias concluye, nada finalmente cobra una dimensión que logre hacer girar la película alrededor de ella, es más el ordenamiento de eventos es lo que hace que algo tenga mayor importancia; y que todos tengan relaciones homosexuales, termina resultando cómico y su efecto más que positivo, es, como si nada hubiese pasado. Los conflictos están como si todos ellos fuesen naturales, no digo más porque sería spoilear el film.
Tampoco es muy entendible la figura del argentino, ¿nos ven así? ¿es lo que piensa un brasileño de un argentino? Es claro que en la figura del mafioso, hay sobrevolando una opinión que excede lo puramente casual.
Tampoco queda claro, ni siquiera se entiende y parece más una casualidad dentro del rodaje que algo previamente pensado, la idea de un grupo de mujeres que finalmente son el poder detrás del poder, un poder vinculado a la magia y a la muerte; tema que de por sí hubiese bastado para hacer más que interesante la película, incluso podría haber funcionado como una gran relectura (no digo remake) de Shane (Shane, George Stevens, 1953, EEUU).
La confusión parece ser signo de nuestra época de la obsolescencia de las categorías, donde todavía las consignas funcionan para gran parte del posible espectador, un cine que podría conflictuar los hechos, pero se decide ser un cine de consignas, lo que en otro contexto sería llamado de propaganda.