Petite Maman: notable película francesa inicia la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata

Céline Sciamma, la realizadora de Tomboy (2011) y Retrato de una mujer en llamas (2019), entre otras, narra con sensibilidad y concisión (apenas 72 minutos de metraje) el duelo de una niña.

Nelly (Joséphine Sanz) acaba de perder a su abuela, quien vivía en un geriátrico. Sus padres (Stéphane Varupenne y Nina Meurisse) viajan con ella a la que fue su casa para vaciarla y, de alguna manera, iniciar el proceso de duelo. Frente a este cuadro de situación, uno de los méritos más evidentes de la película es su capacidad de contención, dado que nunca cede ante el melodrama exacerbado. La madre, sumamente dolorida por la situación, decide irse de la casa; la modalidad para dar cuenta de su desborde emocional es más elíptica que gráfica.

Durante los días que pasa con su padre, Nelly conoce en el bosque aledaño a Marion (Gabrielle Sanz), otra niña con la que -poco a poco- creará un lazo de amistad. Que ese sentimiento se construya sobre la base de pequeños pero significativos momentos (montar una escena teatral, soplar las velas de cumpleaños, salir a andar en bote, entre otras secuencias) le otorga a la película una pátina de nostalgia por los años de la infancia que (re)descubrimos en las dos nenas, pero también le brinda un nivel de verdad que eleva su capacidad de conmoción sin apelar jamás a los golpes bajos.

Sciamma nos ofrece con Petite Maman un relato que más que graficar la infancia, la habita. Hacia el final, las ausencias se resignifican en un gesto que lleva a la película hacia el territorio de lo fantástico, con el que la directora consigue adentrarse aún más en la interioridad de esos dos seres que empezaron a vivir y se toparon con la muerte. Y también logra hacer visible aquello que muta muy dentro de ellas y que, al mismo tiempo, las transforma para siempre.

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