El Dilema del Prisionero o la Ley del Barrio

Diego Díaz Córdova
Sitio Leedor
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3 min readJun 14, 2024

Una de las primeras leyes que uno aprendía en el barrio era la del silencio. Frente a cualquier tipo de interrogatorio uno tenía que quedarse en silencio y si alguien abría la boca era simplemente para decir que no.

En general esos interrogatorios provenían de la brigada, la patota de la comisaría del barrio, que andaban en aquellos años 80, los años del infame Tróccoli, en un Ford Falcon color cremita con patente que comenzaba en 1113. Eran unos merqueros degenerados, el Peralta, el Conejo y el Jefe de la Brigada, uno más ortiba que el otro, cuyo único trabajo consistía básicamente en robar plata o merca a los pendejos del barrio y cada tanto cagar a palos a alguno en la calle o en la taquería.

El procedimiento básico era así, se bajaban del Falcon como si fueran los de SWAT, te golpeaban y te ponían contra la pared. Nos separaban y los cobanis te decían “¿dónde está la falopa?, tu amigo ya te mandó preso, así que mejor confesá”; uno que ya conocía el procedimiento respondía “no, ni idea de que me habla, no sé qué haya dicho él, pero yo no tengo ni idea”. A continuación caían algunos golpes para amedrentar y repetían el procedimiento, a lo cual había que contestar con la misma fórmula. Cómo uno no tenía nada encima y para colmo era un tremendo perejil, te dejaban en paz (por así decir).

Con los años y ya cuando estaba cursando en la facultad me enteré de un procedimiento matemático que se llama “Dilema del Prisionero” y que forma parte del arsenal de algoritmos de lo que se denomina “Teoría de Juegos”. Seguramente ustedes recordarán la película “Una mente brillante” sobre el matemático John Nash; bueno, con el dilema del prisionero se puede alcanzar el “equilibrio de Nash”, es decir que se puede alcanzar una solución al problema presentado. La teoría de juegos intenta encontrar los patrones matemáticos que rigen en una negociación ideal, pero que puede tener implicaciones prácticas.

Básicamente el “Dilema del Prisionero” propone que la policía arresta a dos sospechosos de cometer un delito, los separa y los interroga en forma individual. Si uno de ellos proclama su inocencia y culpa a su compañero, el soplón sale libre y a su compañero le dan 10 años, lo mismo sucede a la inversa. Si los dos confiesan que son los autores del delito, entonces la pena que les cabe a ambos es de 6 años. Por último, si ninguno confiesa ni delata a su compañero, ambos reciben 1 año de prisión. Las opciones que tienen cada uno de los sospechosos es la de cooperar (permanecer en silencio) o traicionar al otro arrestado. La clave del juego es obtener la menor condena posible sin conocer qué es lo que ha hecho el compañero.

A partir del desarrollo de la idea, se fueron sucediendo distintos experimentos con la temática. Se probaron múltiples estrategias, se hicieron torneos donde competían más de 2 jugadores, se desarrollaron modelos donde los competidores tenían memoria de sus jugadas previas, todo esto pudo realizarse a partir de la década del 80, cuando los investigadores tuvieron a mano computadoras personales donde podían probar las diferentes estrategias. Si les interesa el tema, uno de los libros indispensables es “La evolución de la cooperación. El dilema del prisionero y la teoría de juegos” del científico social norteamericano Robert Axelrod. El libro está en español y es una buena fuente para introducirse en el tema y enterarse de las diversas variantes que puede asumir.

La teoría de juegos brindó varios premios Nobel en economía. John Nash (sí el mismo de la película); John Harsanyi y Reinhard Selten lo recibieron en 1994; James Mirrlees y William Vickrey en 1996; Lloyd Stowell Shapley y Alvin E. Roth en 1996; Roger Myerson, Leonid Hurwicz y Eric Maskin en 2007. En el 2005 el premio Nobel fue para Robert Aumann y Thomas Schelling, si bien este último siempre renegó de la “teoría de juegos” y siempre asumió que él desarrolló una “teoría de la negociación”. Algún día, dicho sea de paso, vamos a escribir la historia que vincula a Thomas Schelling con Stanley Kubrick y la película “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”, pero esa es otra historia.

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Diego Díaz Córdova
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