El Padre, de Florian Zeller. Memorable actuación de Anthony Hopkins, firme candidato al Oscar.

miguel angel Silva
Leedor
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5 min readApr 4, 2021

¿Qué sucedería si un día nos levantamos y encontramos a una persona extraña sentada en el living de nuestra casa? ¿Si al preguntarle qué hace allí nos responde con total naturalidad que es el marido de nuestra hija? ¿Y que al entrar a nuestra casa, que luego nos enteramos que no es nuestra casa, nuestra hija no tiene las facciones que recordamos, nos mira extrañada y nos dice: ¿qué pasa papá?

Al novel director de cine Florian Zeller — dramaturgo y escritor — , le llevó solo una hora y media para sumergirnos de lleno en un laberinto de total incertidumbre con tintes hitchcockianos. Un laberinto al que Anthony — un inmenso trabajo actoral de Anthony Hopkins — entró, desde su particular punto de vista, sin darse cuenta. De pronto todas sus certezas desaparecen, todos los elementos que intuía que existen bajo ciertas lógicas del espacio-tiempo se derrumban. Todas las personas se vuelven máscaras extrañas y toda la razón se transforma en una irracional concatenación de hechos incoherentes que parecen plegarse sobre sí mismos.

El Padre (2020) está basada en una obra de teatro que forma parte de una trilogía: La Madre y El Hijo — no llevadas a la pantalla — y que Zeller, su autor, llevó al cine de una manera magistral. No es nada fácil llevar al plano narrativo la degradación de los recuerdos, la fugacidad de la memoria y el devenir de los días que, lejos de ser rutinarios, pasan a convertirse en lo contrario: en una serie de episodios que confunden al protagonista y a nosotros como espectadores. De repente caemos en la impresión de que estamos frente a un complot — el mismo Anthony así lo percibe — para hacer tambalear nuestra razón. Pero, ¿con qué propósito? Eso es lo que trata de averiguar tanto él como nosotros. Por eso nuestra primera reacción es estar ante una película de género. De género de terror, se entiende o, si vamos al caso, de un thriller psicológico.

La película de Zeller nos enfrenta a lo que todos damos por sentado: la vida — y nuestra supervivencia como especie— solo es posible a través de la memoria. Damos por hecho que lo que ocurrió ayer o hace un par de horas atrás, va a quedar impreso como una fotografía en nuestra mente para de allí en más poder seguir con su secuencia lógica y previsible, como si de una película se tratase. La memoria lo es todo, parece decir el francés Zeller.

Sin ella nuestra vida diaria se convertiría en desconcertantes primeras impresiones, sin nada atrás que las hilvane, sin nada a lo que pueda consolidarse, sin ancla a la que atarse para no convertir nuestro devenir ontológico en el naufragio de nuestra propia existencia. De hecho, esa ancla, para Anthony, es su reloj de pulsera. Su tabla de salvación para no ahogarse en ese océano brumoso. Lo busca y lo pierde para volver a encontrarlo luego — toda una metáfora de lo que es el Mal de Alzheimer — , su único pilar sólido para que su memoria no se siga escurriendo como arena entre los dedos.

La trama es de por sí sencilla, lo complejo es llevarla a cabo. Anne (Olivia Colman), es una de las hijas de Anthony. La otra, Lucy, muerta en un accidente años atrás, aparece muchas veces en escena, pero solo a través del recuerdo. Paul (Rufus Sewell), marido de Anne es quién trata de convencerla para que su padre sea internado en un asilo de ancianos ante el cada vez más progresivo deterioro mental que aqueja a su suegro. Pero ella se resiste. Antes, y como última instancia, decide contratar a una enfermera para que lo asista en sus momentos de soledad y porque tiene planeado irse a vivir a París. Lo hace no una sino dos veces.

La primera enfermera renuncia debido al mal carácter de Anthony. La segunda logra cautivarlo por el hecho de que le recuerda a su hija Lucy. Pero no es fácil tratar con alguien que parece vivir cada momento de su vida dos veces: la primera como sorpresa y la segunda como sorpresa de la sorpresa. De aquí en más la trama se enrolla sobre sí misma en bucles que parecen salidos de los círculos infernales de Dante Alighieri en donde una misma escena parece reiterarse en diferentes ámbitos de la casa. El Infierno como una repetición ad infinitum.

El reparto convocado por Zeller es uno de los logros más valioso de este film. Por un lado, Anthony Hopkins — Oscar por El Silencio de los Inocentes (1991) de Jonathan Demme y nominado al Oscar por este trabajo — , por el otro la increíble Olivia Colman — ganadora del Oscar por La Favorita (2019) de Yorgos Lanthimos — , Rufus Sewell como Paul, Imogen Poots como Laura, y Olivia Williams como Catherine.

Todos y cada uno de ellos se manejan en el ambiente teatral del film de una manera sobresaliente, pero el alma de la película es el inigualable Anthony Hopkins que imparte una lección de actuación que transita por todos los niveles emocionales posibles. Desde el pícaro humor con el que se desenvuelve ante hechos que lo desconciertan, hasta el enojo y el sarcasmo al sospechar que es presa de una conspiración de su hija y su yerno para quedarse con su departamento. Y eso no es todo, puede pasar de tener una fortísima presencia intimidante cuando lo invade la ira, a la de un ser indefenso y desvalido que lo único que desea es que su madre lo saque de ese embrollo en que se ha convertido su vida, una de las escenas más desgarradoras del film. Olivia Colman hace de contrapeso necesario para semejante despliegue escénico, y no puede hacerlo mejor, de hecho también está nominada al Oscar por este papel.

Con la envolvente y minimalista música de Ludovico Einaudi — que también le puso música a Nomadland (2021), de Chloé Zhao, otra de las grandes nominadas al Oscar — , unos planos enmarcados y con exquisitos travellings — propios de la estética teatral llevada al cine — y un juego de miradas y gestos que solo grandes intérpretes son capaces de lograr, el film de Zeller es una de las grandes obras estrenadas en el 2020.

Una apuesta transgresora desde lo narrativo sobre una enfermedad que nos despoja de nuestra esencia más importante como son los recuerdos, y que lo hace desde la mirada subjetiva del protagonista — a diferencia de Siempre Alice (2014), de Glatzer y Westmoreland, con Julianne Moore como Alice, que tocaba este tema desde una perspectiva externa y a través de su familia — lo que hace que en El Padre nosotros estemos en la piel de Anthony para experimentar qué pasaría si nuestra realidad se resquebrajara, se astillara, se volviera un puzle al que le van escamoteando piezas; piezas que se esconden, mutan o sencillamente desaparecen para siempre.

En un reportaje, y a propósito de El Padre, Anthony Hopkins dijo: “La vida es absurda, nos tomamos todo demasiado en serio”. Después de ver esta película quizás podamos recapacitar y entender cuánta razón tiene.

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miguel angel Silva
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Redactor Especializado en Textos Literarios y en crítica de cine es columnista del portal Leedor.com.