Entrevista al director Iván Bustinduy a propósito de su premiado cortometraje “Carga Animal”

Marcela Barbaro
Sitio Leedor
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6 min readOct 10, 2023

En el campo del cortometraje, la capacidad de un autor para contar una historia va más allá del tiempo de duración al que esté sujeto. Su eficacia radicará en el poder narrativo y en el lenguaje cinematográfico que emplee: sean cinco minutos, quince o media hora de duración. Pensemos sino en el destacado realizador y fotógrafo francés, Chris Marker (1921–2012) con su maravilloso corto La jetée (1962).

En el ámbito del cine nacional, dicha eficacia puede verse en el cortometraje Carga animal (2022) dirigido por el cineasta y docente Iván Bustinduy (Seda, o a la vida ella; El segundo hombre- ganador del Premio Méliès en el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata) junto al colectivo Rutemberg, del que forma parte. Tras su paso por el BAFICI [23], la película fue reconocida internacionalmente en el Festival Internacional de Cortos de Palm Springs en California (Estados Unidos) donde recibió una mención especial. La distinción, le abrió las puertas para participar en la Competencia Internacional de Cortometrajes de ficción del Festival Black Nights (PÖFF) en la ciudad de Tallin (Estonia), siendo el único corto argentino seleccionado y con posibilidad de calificar al Óscar.

La película comienza con la llegada de un transportista -Héctor Bordoni- a la empresa donde trabaja trasladando animales. Una vez cargadas las jaulas con los perros en interior de la camioneta, le entregan la hoja con los códigos de envíos a realizar y parte hacia la ruta escuchando un partido de fútbol por la radio.

Durante el recorrido escucha sonidos que no condicen con la carga, y el viaje comienza a tornarse preocupante. Ante el incierto que se presenta, el chofer descubre que lleva algo más que animales. ¿Hay una persona en la jaula o sólo la imaginó? ¿Todos sabían que llevaba? La duda y el dilema moral se apoderan de él como una encrucijada. Un rasgo que lo asemeja a los personajes del Decálogo (1989) de Kiéslowsky. Su trabajo está en juego, pero también la complicidad de esa carga que lleva hacia un destino incierto.

Carga animal apuesta al uso del género fantástico y dramático para enlazar temas que se relacionan con la ética, el ámbito laboral, la trata de personas, el comercio ilegal, y los cambios tecnológicos que se insertan en la sociedad.

Rodada en la localidad de Chascomús, Provincia de Buenos Aires; Iván Bustinduy construye un relato cargado de incertidumbre y suspenso de forma sostenida. A través de una puesta en escena donde prima el uso del fuera de campo y los distintos planos sonoros, el espectador quedará sujeto a diversas interpretaciones. Con escasos diálogos, el lenguaje corporal del protagonista -destacada interpretación de Héctor Bordoni- le aporta mayor intensidad al dilema ético que enfrenta. Una

En Carga animal no hay certezas, más bien interrogantes que nos interpelan.

Desde Leedor. conversamos con su realizador antes de la presentación de la película en el Festival de Estonia el próximo mes.

En Carga Animal hay un interesante uso del fuera de campo que invita al espectador a imaginar diversas posibilidades en torno a lo no visto. ¿Estaba previsto desde el guion o surge en el momento del montaje?

En realidad surge desde el guion, pero es algo que para mí fue siempre un misterio. Es ese tipo de cosas que uno escribe pero que luego uno no sabe cómo va a hacer verdaderamente, o si acaso va a funcionar. ¿Cómo habla un humano criado en cautiverio, de manera que no parezca totalmente humano? Me daba mucho miedo que quede un tanto mal, como de monstruo. Yo quería que tenga cierta carga de ambigüedad, que el elemento de la voz del bicho no termine de convencer al transportista al 100% de que es un humano. Es algo que trabajamos mucho junto a Facundo Sasson, con quien hicimos miles de pruebas — algunas más grotescas, algunas demasiado sutiles — hasta que encontramos el tono justo. La voz del bicho, por supuesto, es la mía.

El sonido juega de contrapunto visual en función de la realidad o la fantasía. El personaje siente que imaginó algo, pero lo que sigue escuchando -el partido de fútbol o los ladridos- lo ratifica en la realidad. ¿Buscaste generar ese enigma a través de los planos sonoros?

Siempre se habla de prestarle atención al sonido de manera general. En verdad, a mí me interesa usarlo dramáticamente: que haya elementos sonoros que ingresen en la diégesis y que tensionen al personaje, de maneras diversas. Igualmente, siempre que se teorizan estas cosas parece que hablamos de física cuántica, así que voy a un ejemplo. Justo cuando el personaje intenta convencerse de que lo que lleva detrás es un animal, y que lo que creyó ver en realidad no existe, comienza a escuchar un sonido extraño, ni de animal ni de humano, que lo lleva a un nuevo estado del conflicto: no solo ve que puede haber un humano, sino que lo escucha. Luego este elemento reaparece, aunque dialoga de otra manera con la trama. El transportista se convence de que se está volviendo loco y decide subir el volumen de la radio para dejar de escuchar al bicho, sin éxito. De esa forma, sin efectos sonoros abstractos, es como me interesa usar el sonido: embebido en el drama, y cambiando de función a cada paso. En cuanto a la estética sonora en general, la primera mezcla de sonido era bastante realista. Pero luego se sumó Nuria Suaya al proceso, con quien enfatizamos todos los sonidos en pos de crear una atmósfera más decididamente de género, que creo que sumó mucho.

En la película no prima la palabra, sino más bien los indicios, los supuestos, la no certeza. El protagonista del corto, Héctor Bordoni, logra una muy buena interpretación frente a ese dilema. ¿Cómo fue el trabajo con el actor?

Conocí a Héctor unas semanas antes de filmar, por lo que no tuvimos mucho margen para ensayar. Sin embargo, él entendió el personaje desde un primer momento y le aportó un grado de vulnerabilidad que terminó funcionando muy bien. Es un tipo que actúa hasta con los ojos, y el personaje del transportista de animales que duda de lo que lleva en el baúl le entró perfecto. Dado que no tuvimos mucha previa, en rodaje pulimos muchísimo. Afilamos el tono de los diálogos escena a escena y, dado que filmamos de una manera tremendamente discontinua, fuimos armando los fragmentos gracias a que teníamos muy en cuenta en qué momento de su curva estaba parado el personaje en cada momento.

Luego de recibir una mención especial en el Festival Internacional de Cortos de Palm Springs ¿Qué expectativas te genera ser el único corto argentino seleccionado para competir, nuevamente, en el Festival Black Nights de Estonia?

La verdad es que es un privilegio enorme y una gran sorpresa, ya que en cierto modo estábamos cerrando la rueda de festivales hasta que apareció la noticia del festival. Viendo la programación, creo que es un festival que hace bastante hincapié en el cine de género sin caer en los lugares comunes de los festivales especializados, que más que festivales de cine parecen festivales de sangre. En esta oportunidad voy a ir a Tallinn, donde veré el corto por primera vez en pantalla grande. ¡Ojalá nos llevemos algún premio! Es el único corto argentino seleccionado, así que es un orgullo gigante.

Y, por último ¿Estás trabajando en un nuevo proyecto?

Actualmente estoy desarrollando junto a Franco Cicero Tiempo fuera, mi proyecto de ópera prima, que hace poco pitcheamos en el marco de Fulgor Lab. Se trata de una comedia de autor sobre un animador de fiestas infantiles de Ramos Mejía que se obsesiona con la idea de expandir su emprendimiento a Mar del Plata, a comienzos de la temporada de verano. Está ambientada en 2007 y tendrá beyblades, floggers y televisores de tubo, en esa época tan particular donde tener una pantalla plana era un lujo. Este viraje del fantástico a la comedia que puede parecer extraño para mí es natural: saltar de un género a otro me propone siempre nuevos desafíos, me hace sentir que todavía no sé un carajo. Siento que hay gente muy cómoda repitiendo aquello que ya le sale, a mí eso me aburre un poco. Yo prefiero tomar riesgos, aún hacer películas fallidas, pero siempre sentir que tengo que explorar a fondo la poética de lo que tengo delante. Algo que es, por un lado, muy personal pero que, por el otro, siempre implica una aventura que se hace de a varios.

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Marcela Barbaro
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Lic. en Relaciones Públicas. Crítica de cine. Profesora de Historia del cine. Escritora