Fátima Pecci Carou: La fuerza domesticadora de lo pequeño.

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4 min readMar 10, 2023

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Por Andrea Racciatti

La génesis de este texto comienza con los mensajes que intercambiamos por Instagram en respuesta a las pinturas que Fátima posteaba y al día de hoy podemos ver reunidas en esta muestra.

Me sentí identificada y conmovida por la valentía que desplegaba al hacer visible en sus creaciones, ese cúmulo de emociones que afloran a destajo en el período iniciático de la vida de una madre. Emociones contradictorias, difíciles a veces de aceptar, comprender y transitar.

Podría decirse que el corpus de obra exhibido, es un registro de la maternidad en sus comienzos, cuando la madre se apropia de su nueva identidad. Fátima atesora en imágenes todo lo que la rodea y la constituye en este devenir y aprendizaje sin igual, en este presente continuo que la involucra para siempre con el nuevo ser que acuna en sus brazos.

Las pinturas que conforman esta exposición tienen un carácter intimista, pero a su vez, logran trascender la subjetividad de la artista convocándonos a adentrarnos en nuestros propios recuerdos y sensaciones.

En la totalidad de las obras, podemos observar un tratamiento pictórico de mucha expresividad, y por momentos de cierta urgencia por plasmar el sentimiento que irrumpe en ese instante, fruto de una catarsis emocional.

En palabras de Fátima, así se refiere a la pintura que titula Ducha: “Llorar en la ducha porque no das más de cansancio”. La artista se retrata a sí misma de cuerpo entero, bajo el agua que la inunda y la purifica usando colores opuestos: naranjas y azules. El cuerpo y la cortina de baño en tonos naranjas ardientes, como si algo en ella se estuviera quemando; el azul del agua y del baño en cambio, parece brindar esa calma tan deseada. “El azul de la distancia”, como lo nombra la escritora Rebecca Solnit, y agrega: “ese azul es la luz que se ha perdido”. Fátima se busca a sí misma en cada una de las pinturas que nos muestra; los sentimientos más profundos afloran en cada una de ellas.

En cuanto a los ejes conceptuales, propone una categorización en la organización del conjunto. Así surgen por ejemplo “las cuidadoras/los cuidadores”, que no son más que el grupo de personas cercanas que comparten la crianza de Román. La pintura titulada Padre e hijo, nos muestra al compañero de la artista ejerciendo su paternidad mientras sostiene amorosamente al bebé en brazos. La serenidad se apodera de esta tela realizada casi totalmente en tonalidades azules.

La madre interna que llevamos emerge también en las cuidadoras sabias, las abuelas, complementando la secuencia con los abuelos y aquellas mujeres que gracias a su dedicación y ayuda se convierten en “otras madres” de referencia.

La noche, y todo lo que provoca afectiva y emocionalmente la oscuridad, es otro de los temas abordados por Fátima en esta serie de pinturas. En algunas de las telas que forman este núcleo, como Cuna y pelos, Maternity Trip o La hora de las brujas, las tonalidades azul-negro crean el clima nocturno donde se destaca la soledad de la figura materna y su pequeño niño. En la pintura Maternity trip, la madre se dobla y estira los brazos para calmar a su hijo, mientras que, en La hora de las brujas, la artista se autorretrata sentada, de espaldas al observador, cargando al bebé frente a una ventana. La luna se cuela en esa noche infinita y se derrama por las cortinas, navegando en el suelo de la habitación, como si fuera la blanca y tibia leche que brota de los pechos maternos.

En el conjunto observamos también otras pinturas en donde lo cotidiano se hace bizarro: dormir sin encontrar la posición adecuada, ir de shopping “manejando” el cochecito del bebé, o como en Teta y Celular recostarse en una chaise longue a la manera de una maja contemporánea.

Por último, la obra Sudor y lágrimas, un autorretrato meciendo al bebé en una hamaca, mientras es amamantado, se define a mi parecer, como uno de los hits de la exposición. Los cuerpos en tonalidades naranjas y rosados ocupan gran parte de la tela, la madre muestra rastros de agotamiento en su rostro; pero es en ese fondo casi acromático que Fátima se revela con todo el poder de una gran pintora. Capas y capas superpuestas de pintura, otorgan una palpable densidad a la tela. Las figuras no se sitúan en un espacio definido, sólo se mecen entre las pinceladas cargadas de amor, de ansiedad y de llanto.

No hay concesiones en las obras que configuran esta exposición, donde la fuerza y la suavidad se combinan de una manera sutil, donde el agobio se transforma en ternura, y la soledad, se ve cobijada por quienes acompañan a esta pintora en la experiencia extrema del Maternity trip.

La fuerza domesticadora de lo pequeño puede verse a partir del 2 de marzo hasta fines de abril

en el Centro Cultural Borges, Pabellón II, segundo piso. Viamonte 525, CABA.

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