Filmografías: Sergei Paradjanov, las imágenes de un inconformista
Uno de los directores más notables e influyentes en la historia del cine mundial del siglo XX –según los más conocedores del séptimo arte entre críticos, historiadores, investigadores, filósofos y a través de muchas publicaciones-, el más desconocido de ellos se llama Sergei Paradjanov.
“Para hacer cine hay que observar la vida, encontrar su verdad, darle una dimensión filosófica: eso es hacer cine”. Sergei Paradjanov
En Filmografías anteriores hablamos del director turco Yilmaz Güney (1937–1984) y el brasilero Leon Hirszman (1937–1987), con los cuales la historia de Paradjanov coincide bastante por haber padecido persecuciones, acusaciones y censuras severas e intolerantes. Ya en su biografía comenta que había estado preso un año, poco después de finalizar la 2º Guerra Mundial, cuando aun cursaba sus estudios en VGIK, sin aclarar los motivos.
De origen armenio, hijo de anticuarios Iosif Parajanyan y Siranush Bejanyan, Sarkis Hovsepi Parajanyan, nació el 9 de enero de 1924, en Tiflis, Georgia, uno de los 15 países que formaban la ex Unión Soviética.
En su infancia tuvo acceso al arte desde temprana edad. Su primera vocación artística fue la música. Por su entusiasmo de querer ser cantante, a los 18 años ingresó al Conservatorio de Tiflis donde realizó estudios musicales entre 1942–1945.
Siempre estudioso y ligado a quehaceres artísticos -pintura, música y cine- y con enormes inquietudes, decidió viajar a Moscú en 1945, donde quería desarrollar sus dotes cinematográficas. Allí lo esperaba una de las escuelas de cine más importantes del mundo VGIK (fundada en 1919 por el director de cine Vladímir Gardin, y es, según la propia institución, la más antigua del mundo. Desde 1986, la escuela pasó a tener el nombre del director y actor Serguéi Gerásimov (1906–1985). En el 2008, el VGIK pasó a ser Universidad Panrusa Gerásimov de Cinematografía de Moscú, Rusia). Comenzó haciendo sus primeros pasos en el departamento de dirección bajo las enseñanzas de los maestros Lev Kuleshov (1899–1970) e Igor Savchenko (1906–1950).
Ingresó a la famosa escuela con sólo 22 años y a los 28 recibió su diploma, ya con el título bajo el brazo se lanzó a realizar películas poéticas tradicionales inspirado en las leyendas populares de Armenia, Ucrania y Georgia. Para los especialistas, estos primeros filmes de Paradjanov están considerados como verdaderas joyas etnológicas.
Con las experiencias adquiridas en VGIK, a principios de los 50’ viajó a Kiev, Ucrania, para seguir estudiando en los estudios del otro notable maestro soviético Aleksandr Dovzhenko (1894–1956), quien lo convirtió en uno de sus protegidos.
Hubo otra razón muy importante para su decisión de trasladarse a Kiev: en 1950 se casó con Nigyar Kerimova, su primera esposa, en Moscú. Ella, de una familia musulmana tártara, se convirtió a la Iglesia Ortodoxa para casarse con Paradjanov, situación que causó una grave tragedia. Nigyar fue asesinada por sus propios parientes poco después de que renunciara a su religión paterna. Paradjanov, perplejo ante este aberrante suceso, viajó a Kiev Ucrania para buscar cierto alivio en el mundo de la cinematografía.
Como muchos cineastas, se insertó en el mundo del cine asistiendo a los directores, en este caso soviéticos, que estaban abocados a la producción cinematográfica con fines didácticos y propagandísticos de su cultura e ideología.
Durante su estadía en Kiev, aprendió hablar en ucraniano y volvió a casarse en 1956 con Svitlana Ivánivna Shcherbatiuk, con quien tuvo un hijo, Suren, dos años después.
Al término de sus estudios con Dovzhenko, en 1954 debutaba detrás de las cámaras como director de varios cortos, documentales y largometrajes en Ucrania; “Andriesh” (1954), “Dumka” (1957), “Paren Pervyy” (1959), “Zolotye ruki” (1957), “Natalya Uzhviy” (1957), “Ukrainskaya rapsodiya” (1961), “Tsvetok na kamne” (1962) entre otros trabajos quedaron bajo el manto del olvido por decisión de su autor. Por disconformidad propia los descartó calificándolos de basura.
Según sus relatos, en la producción de dichas películas no supo resolver las disidencias y como conciliar su estilo deseado con el realismo social de su maestro Dovzhenko y con la cultura popular del pueblo ucraniano implicado. Esta disparidad -afirmado por Paradjanov- era producto “claramente de la falta de experiencia, destreza y buen gusto.”
Poseedor de una inteligencia envidiable y dueño de un mundo poético con matices occidentales y orientales, discrepaba con las limitaciones que las autoridades soviéticas imponían.
Y SE HIZO LA LUZ…
“En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Paradjanov era el maestro de ese templo”. Jean-Luc Godard
Entre las experiencias aportadas por sus grandes maestros y la búsqueda de su estilo propio, supo enriquecerse y evolucionar intelectualmente y como artista. Con la cosecha de esos aprendizajes presentó en 1964 “Las sombras de los antepasados olvidados / Tini zabutykh predkiv”. En la Argentina se estrenó en la segunda quincena de septiembre de 1967 con el título de “Caballos de fuego”, una película que marcaría un antes y un después en el cine soviético.
Con semejante obra Paradjanov se liberaba de sus propios prejuicios, como también de la necesidad de encajar en los dogmas impuestos en el cine soviético. La esencia de su film y su enorme influencia artística -atada a la pintura, escultura y literatura-, elevaron aun más la figura y la obra del cineasta armenio.
Basado en un cuento del renombrado Mykhailo Kotsiubynsky (1864–1913), escritor ucraniano cuyos textos narraban historias típicas y populares del entorno de las vivencias de su pueblo a principios del siglo XX. El argumento cuenta una historia de amor trágico entre Ivan y Marichka, que pertenecen a dos familias enemistadas y los hechos suceden en un pueblo rural situado en las montañas de los Cárpatos.
Filmada con una notable coreografía de colores, con paisajes impactantes, bailes y canciones tradicionales, donde lucen los vestuarios de la tribu Hutzul.
Algo parecido al mito de Romeo y Julieta que se desarrolla en una escenografía rústica del siglo XIX, en otro idioma y en una comunidad hechizada y violenta.
Paradjanov logra con maestría una película osadamente filmada, roza con mucha sutileza la mitología e iconográfica religiosa y aparece ante el mundo del cine como un nuevo autor consagrado e indiscutible.
Los espectadores recibieron con muy poco aliento su estreno en el territorio ruso, lo contrario de lo que sucedió en el resto de la Unión Soviética, donde recibió los elogios más entusiastas. A nivel internacional su impacto fue descomunal. Hasta en EEUU –acérrimo rival de URSS-, fue aclamado y ovacionado por los críticos. Paradjanov con su película fue galardonado con 16 premios internacionales, incluyendo el Gran Premio en e 34 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 1965.
La repercusión internacional fue tan grandilocuente que no faltó la comparación con la gran obra “El acorazado Potemkin” (1925) de Sergei Eisenstein (1898–1948). Con la diferencia que ni Paradjanov ni su película se amoldaban a los modales del cine soviético y por ende su autor fue censurado inmediatamente y pasó a integrar la lista negra. Este hecho y las persecuciones posteriores convirtieron a Paradjanov en una celebridad internacional, así como en objeto de los ataques del sistema.
“Paradjnov hacía películas no sobre cómo son las cosas, sino como serían si él hubiese sido Dios.” Aleksey Korotyukov
“La infancia de Ivan” (1962), la primera película de Andrei Tarkovski (1932–1986), tuvo un enorme impacto para el autodescubrimiento de la genialidad de Paradjanov como cineasta, después las influencias fueron mutuas, terminaron siendo amigos íntimos.
LA CORTESÍA DEL VERDUGO
“El color de la granada / Sayat Nova” (1968–1971) “Tsvet granada / Sayat Nova”
“La belleza, al fin desatada”. Martin Scorsese
Llegó a Armenia para concretar sus próximos dos proyectos anhelados; un documental sobre el artista armenio Hakob Hovnatanyan (1806–1881), descendencia de la dinastía Hovnatanyan, una familia de miniaturistas de los siglos XVII al XIX y otra de ficción, la que sería su obra maestra “Sayat Nova”.
El argumento del film es el entorno del legendario Harutiun Sayadin, un trovador del siglo XVIII, venerado y conocido como Sayat Nova por la comunidad armenia. Atravesado por una frustrada historia de amor, como no podría ser de otra manera, el poeta buscó la soledad y se aisló en un monasterio, donde con el tiempo superó los escalafones clericales hasta ser el arzobispo de Tiflis, Georgia, siendo octogenario. Su asesinato en 1795 por los invasores persas dentro de una iglesia, lo canonizó como mártir.
Al término del documental “Hakob Hovnatanyan” en 1967, emprendió los preparativos para el rodaje de “Sayat Nova”, donde Paradjanov volvió a poner toda su inspiración como en “Caballos de fuego”, con el mismo goce de su exaltado sentido del color y su furioso ritmo narrativo.
El guión de Paradjanov había sido aprobado en 1966, pero una vez terminada la película, fue perseguida, censurada y manipulada antes de su estreno en 1968.
La película que originalmente se llamaba “Sayat Nova”, fue proscrita por las autoridades soviéticas, reeditada por Sergei Yutkevich (1904–1985) sin su consentimiento, reducida casi a 20 minutos menos y con un título nuevo: “El color de la granada”. La versión de Yutkevich es la que finalmente obtuvo el permiso de exportación y la que circuló por todo el mundo.
Era incomprensible la interpretación de las autoridades soviéticas castigando a su director, cortando, reeditando y cambiando su título. La película de Paradjanov de ninguna manera fue una apología de desorden, menos de disidencia, por el contrario, es un poema visual que respeta la identidad cultural de su pueblo. Siete meses que necesitó su rodaje desencadenaron el entusiasmo de toda la población.
Desde escultores, pintores, poetas, hasta la gente más humilde con sus rostros anónimos hicieron posible la funcionalidad del rodaje. Toda la generosidad aportada fue de importancia incuestionable para Paradjanov: los manuscritos, tapices, cerámicas, trajes antiguos aparecieron por voluntad de las entidades religiosas, museos y ciudadanos que fueron simplemente a contribuir con una película que se trataba de su historia, de sus antepasados. Objetos que fueron usados con sumo respeto y compaginados por el director como él había soñado y diseñado en su cabeza.
El oficialismo, no conforme con esta brutal intervención, también hostigó a su director y trató anularlo artísticamente. Sus proyectos entre 1965 y 1973 fueron prohibidos o suspendidos por la administración cinematográfica soviética y fue arrestado el 17 de diciembre de 1973, en su casa, condenado a cinco años de prisión por los siguientes cargos: tráfico de iconos, objetos de arte, incitación al suicidio, propagación de enfermedades venéreas y homosexualidad, acusaciones intencionalmente premeditadas.
La autoridades no podían justificar sus maniobras, en realidad Paradjanov les venía molestando ya hace tiempo, defendiendo a raja tabla las esencias nacionales de Armenia y Ucrania.
Se rebelaba contra el decálogo soviético, como el director polaco Krzysztof Kieślowski (1941–1996) tenía y creía en su propio Decálogo.
Tres días antes, Andrei Tarkovski escribió la siguiente carta al comité central del Partido Comunista de Ucrania, dirigida a los que habían condenado al encarcelamiento en Siberia por cinco años a Paradjanov, en el mes de diciembre de 1973.
“En los diez últimos años Sergei Paradjanov sólo ha realizado dos películas, Caballos de fuego y El color de la granada. Han influido primero en el cine de Ucrania, segundo en el del país entero, y tercero, en el del mundo. Artísticamente, hay poca gente en el mundo entero que pudiese reemplazar a Paradjanov. Él es culpable, culpable de su singularidad. Nosotros somos culpables de no pensar en él a diario y de alcanzar a comprender el significado de un maestro”.
El 25 de abril de 1974 tras el juicio fue condenado a cinco años de privación de libertad. De los motivos alegados para el veredicto, sólo fue condenado por la homosexualidad.
En París, el 12 de julio de 1975 el semanario Le Nouvel Observateur publicó una nota titulada Affaire Paradjanov, donde el redactor no sólo marcaba el pésimo trato recibido por el director en su país, sino el silencio de sus colegas occidentales. La nota no tuvo ninguna repercusión como las llamadas de urgencia a los cineastas del mundo libre lanzados desde los festivales de Berlín, Cannes y San Sebastián, con el fin de reclamar la libertad del autor de “Caballos de fuego”.
Dos años más tarde sí se fundó la agrupación Colectivo Paradjanov, en Marsella en el mes de febrero de 1977, liderada por los directores Michel Cournot (1922–2007), Bertrand Tavernier (1941) y el poeta Louis Aragón (1897–1982), movilizando a la prensa y a la intelligentsia europea, difundiendo el tema y exigiendo la inmediata liberación de Sergei Paradjanov. El 30 de diciembre del mismo año, a pocos días de que Paradjanov cumpliese la condena, fue dejado en libertad.
Fueron muchos artistas, cineastas y activistas de fama mundial que protestaron y reclamaron a viva voz la liberación de Paradjanov: Louis Aragón, Elsa Triolet, Federico Fellini , Tonino Guerra, Francesco Rosi, Alberto Moravia, Giulietta Masina, Marcello Mastroianni, Bernardo Bertolucci, Yves Saint-Laurent, Françoise Sagan, Jean-Luc Godard, François Truffaut, Luis Buñuel, Michelangelo Antonioni, Andréi Tarkovski, Mijaíl Vartánov, Alain Resnais, Carlos Saura, Roberto Rossellini, Constantin Costa-Gavras, Joseph Losey, Jacques Tati, Marcel Ophuls, entre otros.
No faltaron quejas desde EEUU a favor de la libertad del cineasta, firmadas por más de 500 personas del ámbito artístico, incluyendo Susan Sontag, Martin Ritt, Gene Kelly, Robert De Niro, John Simon, Noam Chomsky, Philip Roth, John Updike, Lily Brik, Herbert Marshall, Isador Feinstein Stone, P. Broderick y otros.
Leonid Brézhnev, Secretario General del Partido Comunista de la URSS, ordenó su liberación a raíz de un encuentro ocasional con el poeta Louis Aragón y su mujer Elsa Triolet en el Teatro Bolshói en Moscú. En esa breve charla, Brézhnev ofreció a Aragón sí podría serle útil en algo, cuando el poeta no dudó en pedir la liberación de Paradjanov, que fue cumplida en diciembre de 1977.
Mientras, en prisión, circulaban todo tipo de rumores sobre su funesto destino: Que se había suicidado, que había quedado ciego, que lo habían liberado pero nadie sabía de su paradero, que había muerto de pulmonía… En fin, sólo había sufrido la pérdida de la visión de su ojo derecho forzado a trabajar bajo condiciones lumínicas deplorables.
“Probablemente, además del lenguaje cinematográfico sugerido por Griffith y Eisenstein, el cine mundial no ha descubierto nada mas revolucionario hasta El color de la granada de Parajanov”. Mikhail Vartanov (1937–2009)
“Paradjanov es la esperanza que marca una renovación en el cine soviético, el indicio de una nouvelle vague liberada de la pesadez del academicismo… La cámara se abandona a las exigencias de la lírica: fija, lenta, rápida según las exigencias del argumento… Una película en colores donde el rojo estalla y cubre la pantalla, ahoga las imágenes. A una secuencia casi documental sucede otra fantástica, onírica… Paradjanov es, sobre todas las cosas, un cineasta auténtico”. Daniel Salzano (periodista, poeta y escritor cordobés, 1941–2014) / La Voz del Interior, 18 de abril de 1982, a la ocasión del estreno en Córdoba de “El color de la granada / Sayat Nova”.
EL ALMA QUE NO SE PERMITIÓ CORROER POR LA ANGUSTIA
“La leyenda de la fortaleza de Suram / Ambavi Suramis tsikhitsa “ (1984)
Por su estadía en prisión pudo volver a filmar recién 16 años después. Cuando el régimen aun lo mantenía alejado del cine, Paradjanov ya en su casa de Tiflis, Georgia, trabajaba creando fantásticos collages, dibujos y diferentes obras artísticas, mientras en 1984 empezaban soplar otros vientos anunciando probables cambios políticos en la Unión Soviética. Con la ayuda de artistas e intelectuales georgianos, lograron destrabar obstáculos y consiguieron que el gobierno no impidiera a Paradjanov filmar la cautivante “La leyenda de la fortaleza de Suram”.
Esta vez Paradjanov recurría a un cuento popular del escritor georgiano Daniel Chonkadze (1830–1860, muerto de tuberculosis a los treinta años).
Según la leyenda de la fortaleza de Suram, para protegerse de los reiterados ataques de los enemigos, los georgianos pensaron y proyectaron la construcción de una fortaleza. Con el plan en marcha no lograban su objetivo, ya que al estar a cierto nivel de la obra, la fortaleza se desmoronaba por el peso acumulado sin que nadie imaginara el porqué del asunto. Su pueblo seguía en peligro… Durmish-Khan, el personaje, un esclavo liberado por su amo, está muy comprometido en el asunto.
El principal anhelo de Durmish-Khan es juntar cierta cantidad de dinero para lograr la libertad de su amada Bardo, que sigue siendo esclava. En su deambular conocerá a Osman Aga, un comerciante musulmán que incentivará cambios en su vida. Se casa con otra mujer, con ella tendrán un hijo llamado Zurab de ojos azules, quién de joven se sacrificará para salvar a su país, siendo tapiado vivo en la construcción de la fortaleza para que no se derrumbe nunca más.
De secuencia en secuencia el pueblo georgiano va quedando inmovilizado y sometido a su destino. “La leyenda de la fortaleza de Suram” es nada menos que otra obra maestra de este singular cineasta que nos embriaga con sus imágenes poéticas y emocionales. Andando en los tiempos ancestrales nos contagia su envolvente misticismo, con una insaciable belleza plástica bajo tormentas de colores coreográficos… Es imposible no marearse con sus artes escénicos, relatos y personajes que nacen de su creatividad inagotable.
En definitiva, la película quedará en la historia del cine como una obra imprescindible de un autor auténtico, creativo, inconformista e influyente.
En los créditos de “La leyenda de la Fortaleza de Suram”, Dodo Abashidze -actor y director- está acreditado como codirector. Si bien su colaboración fue elemental para lograr que las películas recibieran luz verde para su realización, tampoco codirigió “Ashik Kerib”, simplemente eran muy amigos y colaboraban mutuamente.
DIOS Y EL DIABLO EN LA TIERRA DEL SOL
“Ashik Kerib / Ashug-Karibi” (1988)
Sergei Paradjanov uno de los directores soviéticos más singulares, poéticos y con el bagaje cultural georgiano, armenio, ucraniano y azerbaiyano, después de haber pasado quince años logró filmar “La leyenda de la fortaleza de Suram” y “Ashik Kerib”, que iban a ser sus dos últimas películas largamente premiadas.
Basado de un poema inspirado por Mikhail Lermontov (1814–1841, escritor y poeta), figura más importante de la poesía rusa desde la muerte en duelo de Aleksandr Pushkin (1799–1837). Muere en la misma situación, en Piatigorsk, a los 27 años, en julio de 1841, en un duelo mantenido con Nikolái Martýnov.
“Las alegorías en Ashik Kerib están en el nivel de un niño. No son filosóficas. Si eres poeta, la armadura interferirá con tu canción; si ves a los ciegos, dales una caricia”. Sergei Paradjanov .
El argumento del film es sobre Ashik Kerib, un joven trovador enérgico, apolíneo y hábil ejecutante del saz (instrumento musical de cuerdas popularizado por los persas. Los otomanos lo extendieron por los Balcanes y Armenia), que está enamorado de Magul, hija de un turco adinerado, sobre todo grotesco y opresor quién se la negó por ser pobre.
Motivo que da lugar a Ashik Kerib a enredarse en un percance de largo tiempo, a través de varias etapas y obstáculos, montado en un caballo tan particular como su dueño, en el que logra impedir el casamiento de su amada con otro hombre.
La película casi como un sueño –digno de Las mil y una noches- parece suceder entre un cuento de hadas o dentro de una pintura, con un encanto piadoso y abstracto, lleno de objetos antiguos y seres míticos con aspecto de personajes reales creados por la maquinaria imaginaria del cineasta. Una explosión visual y en varios idiomas que acontece en Bakú, capital de Azerbaiyán, adornada, montada minuciosamente y llena de anhelos.
Hay momentos llamativos: la mirada de los personajes a la cámara como un gesto cómplice que rompe cualquier paralelismo con la realidad y nos obliga a razonar que todo lo que sucede allí definitivamente esta dirigido a nosotros. Todo lo que ocurre es dramático y a la vez escarba en profundidad los sentimientos y su trivialidad ante la vida de la que sus personajes salen airosos por su dignidad.
Tanto en los filmes de Paradjanov, como en los del maestro Robert Bresson (1901–1999) el montaje es de una gran precisión entre toma y toma.
El mítico cineasta Andrei Tarkovski, junto con Paradjanov, desde los años sesenta, fueron fervientes opositores a una forma lineal y estética de hacer cine. El estilo desarrollado y aplicado en su industria como forma de educación y propaganda ideológica ya había cumplido con lo anhelado, eran tiempos de cambios, aparecían nuevas generaciones de cineastas con otros deseos, posturas y propuestas.
En la parte final del film hay una imágen que no pasó desapercibida casi por ningún crítico en ninguna nota: una paloma blanca posada sobre una cámara, acompañada con una dedicatoria a Tarkovski como el mejor de los homenajes a quien había fallecido en el exilio en 1986.
“Caballos de fuego”, El color de granada” y “La leyenda de la fortaleza de Suram” fueron pinceladas de la cultura ucraniana, armenia y georgiana, respectivamente. “Ashik Kerib” –que se estrenó en Buenos Aires el día 25 de julio de 1991 en Cine Cosmos-, sigue por las mismas sendas a las artes y las costumbres populares de Azerbaiyán.
Después de su mágica “Ashik Kerib”, Paradjanov estaba muy entusiasmado con su próximo proyecto “La confesión”. Pero lamentablemente no pudo cumplir su voluntad, no pudo terminarla dejándola inconclusa. El desgaste por casi 20 años en la prisión sumado a las condiciones inhumanas quebrantaron su salud. Ese pasado trágico lo recordaba como peor que la muerte.
Así y todo en su cautiverio no paró de escribir y dibujar, creando collages, dibujos y varios guiones. La mayoría de este acervo formó parte de una exhibición itinerante en muchos países y actualmente se conserva en su casa, hoy el Museo Paradjanov, en Ereván, Armenia.
Con solo cuatro largometrajes Sergei Paradjanov, uno de los grandes maestros desconocidos, logró revolucionar la esencia de la cinematografía…
Incomprendido por las autoridades rígidas y amoldadas, Paradjanov como pocos pudo transmitir imágenes realmente únicas y producir una nueva sensibilidad. Era creador de un cine universal y motivó a diversos directores en todo el mundo.
Dejó varias obras inconclusas como “La confesión” que tenía que ver con sus sueños y recuerdos de infancia.
Por suerte es posible apreciar algunas secuencias de “La confesión” en dos documentales dedicados a la vida y obra de un director imprescindible: “Parajanov: The Confession”, dirigida por Mikhail Vartanov en 1992 y “Paradjanov: A Requiem” dirigida por Ron Holloway, en 1994.
Sergei Paradjanov murió de cáncer a los 66 años, el 20 de julio de 1990, en Ereván, Armenia.
Filmografía
La confesión / Khostovanank (1989–1990) (inconclusa)
Ashik Kerib / Ashug Keribi (1988)
Arabescos sobre el tema Pirosmani / Arabeski na temu Pirosmani (1985) (cm)
La leyenda de la fortaleza de Suram / Ambavi Suramis tsikhisa (1984)
Niños a Komitas / Yerekhaner Komitasin (1985) (para UNICEF, copia perdida)
El color de la granada / Sayat Nová (1985)
Hakop Hovnatanian (1967) (cm)
Frescos de Kiev / Kievskie Freski (1965) (inconclusa, se conservan 15 minutos de ensayos)
Caballos de fuego o Sombras de los ancestros olvidados / Tini zabutykh predkiv (1964)
Flor sobre la piedra / Tsvetok na kamne (1962)
Rapsodia ucraniana / Ukrainskaya rapsodiya (1961)
Manos doradas / Zolotye ruki (1960)
Natalya Ushvi / Natalia Uzhvi (1959)
El primer chico / Pervyj paren (1958)
Dumka (1958)
Andriesh (1954) (codirector Yakov Bazelyan)
Cuento moldavo / Moldavskaya Skazka (1951) (cm) (copia perdida)