Francis Scott Fitzgerald y Zelda Sayre: una historia de amor y excesos en los años veinte

Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor
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5 min readSep 24, 2022

Francis Scott Key Fitzgerald (1896–1940) fue un narrador estadounidense, considerado el máximo interprete literario de la llamada “era del jazz” de los años veinte de su país, famoso por su novela El gran Gatsby (1925), la que se considera su obra maestra. Allí se relata la historia del éxito y posterior decadencia de un traficante de alcohol durante la Ley seca, quien se fabrica una identidad aristocrática, y a partir de entonces, dedica todas sus fuerzas y dinero a conseguir a la mujer que ama. Fitzgerald describió en sus páginas un arquetipo que estaba surgiendo por entonces en Estados Unidos: el individuo de clase baja y de escasa moral, que para triunfar utiliza cualquier medio a su alcance.

Harold Bloom, autor del conocido ensayo El canon occidental, lo incluye en Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares, donde su nombre aparece al lado de otros como Cervantes, García Lorca, Luis Cernuda, Alejo Carpentier, Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Para Bloom, el legado de Scott Fitzgerald estaría constituido solo por El gran Gatsby y algunos cuentos.

En la década de los años 20, el escritor se trasladó a Francia junto con su mujer, Zelda Sayre, su inspiración y compañía, pero también el centro de sus preocupaciones a partir de 1930, cuando él se hundió en el alcohol y ella en la demencia, y ambos debieron afrontar las consecuencias del fracaso y la miseria.

Al comienzo, la historia de amor de la pareja parece sacada de un cuento de hadas. Él era un joven de clase media de St. Paul (Minnesota), de familia católica de origen irlandés. Ella, una chica rica del sur (Alabama), hija de un juez y de una belleza particular. Los dos vivieron intensamente en Nueva York, en París y en la Costa azul durante la famosa edad del jazz y del charleston de fiesta en fiesta, siempre en medio de excesos de alcohol y hasta con enfrentamientos con la policía.

Con la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929, terminó “la orgía más cara de la historia”, según el propio Scott Fitzgerald. Comenzó entonces su decadencia como escritor, lo que llevó a que se agudizara su alcoholismo y que se sucedieran las tentativas de suicidio de Zelda, quien terminó internada en diferentes hospitales de varias ciudades con un diagnóstico de esquizofrenia. Desde allí intercambió cartas con su esposo, las que en el 2003 se publicaron como Querido Scott, querida Zelda. Las cartas de amor entre Zelda y F. Scott Fitzgerald, libro que también incluye las que se escribieron desde el noviazgo. En esos textos se traduce una relación en la que no faltaron la infidelidad, los celos y la rivalidad.

Durante mucho tiempo, se culpó a Zelda del fracaso de su esposo, quien parecía ser un escritor muy prometedor. Ernest Hemingway, por ejemplo, en París era una fiesta, la presenta como infiel, castradora y envidiosa de las dotes artísticas de su marido, contribuyendo de forma activa a la destrucción de su carrera artística. Sin embargo, fue el mismo Scott Fitzgerald quien afirmó: “Cada uno de los dos se ha arruinado a sí mismo, y nunca he creído con firmeza que nos hayamos arruinado mutuamente”. La realidad es que Zelda también era pintora, y escritora de cuentos y del texto autobiográfico Save Me the Waltz, redactado durante uno de sus ingresos psiquiátricos. Incluso se habla de que Scott se habría apropiado de alguno de sus escritos.

En El Crack-Up, una colección de textos de marcado contenido autobiográfico, él afirmó: “La historia de mi vida es la historia del conflicto entre una irresistible necesidad de escribir y un conjunto de circunstancias que me disuadían de hacerlo”. En esos escritos él habla de la crisis depresiva y el vacío creativo que surgieron en él tras el derrumbe de su matrimonio, la aparición de la enfermedad psiquiátrica de Zelda, y su gradual deterioro físico y psíquico, resultado de sus graves problemas de dependencia alcohólica.

El escritor murió a los 44 años de edad, arruinado, guionista fracasado contratado por la Metro-Goldwyn-Mayer, tras haber sufrido tuberculosis y un doble infarto de miocardio. Ella, algunos años más tarde, en un incendio ocurrido en uno de los hospitales donde estuvo. El suyo fue uno de los tantos amores desbordados e intensos que nos ofrece la historia de la literatura.

Carta de Zelda Sayre a Scott Fitzgerald

Otoño de 1930 Clínica Prangins, Nyon (Suiza) (fragmento)

Goofy, cariño, ¿a que ha sido un día precioso? Me desperté esta mañana y vi el sol como un regalo de cumpleaños en mi mesa, así que lo abrí y revolotearon en el aire un montón de cosas preciosas: amor a Doo-do y la sensación recordada del roce fresco de la piel del uno en la del otro en otras mañanas como una maestra. Y telefoneaste y dijiste que había escrito algo que te gustaba, por lo que no creo que haya sentido nunca mayor dicha. La luna desaparece en las montañas como un centavo perdido y los campos son negros y acres y deseo que estés para poder acariciarte en la quietud otoñal aún un poco como el último eco del verano. El horizonte se extiende sobre la carretera a Lausana y los campos suculentos como una guillotina y la luna sangra sobre el agua y no estás tan lejos que no pueda oler tu cabello en la brisa secante. Cariño, me gustan estas noches aterciopeladas. Nunca he podido determinar si la noche era un amargo […] o un patrón espléndido, ni si te amo más en los eternos amaneceres clásicos en que se funde con el día, en la plena fanfarria religiosa de medianoche o tal vez en la plenitud del mediodía. De todos modos, te quiero muchísimo y me telefoneaste porque sí esta noche. Caminé por los cables telefónicos dos horas después aguantando tu amor como un parasol para mantener el equilibrio. Cariño mío […] Cariño. ¿Te sientes quizá sin rumbo, sorprendido, mirando bastante acusador que no llegue a ocurrir ningún melodrama cuando acabes la obra, como si hubieras cabalgado contra viento y marea con un mensaje para salvar a tu ejército y te encontraras con que el enemigo ha decidido no atacar (tal como te sientes a veces), o eres un niñito precioso con una fiesta a media semana (tal como eres a veces), o estás organizando, dinámico, y arreglando las cosas, como siempre? Te quiero como eres siempre. Buenas noches.

Cariño, cariño mío cariño cariño cariño cariño

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Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural