Fue la mano de Dios: en la ciudad de los milagros

Alejandra Portela
Sitio Leedor
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2 min readDec 21, 2021

Sorrentino es el gran seductor. Seduce con sus movimientos de cámara entrantes y salientes, con sus puestas en escena luminosas y sus contrastes barrocos. Felliniano, napolitano maradoniano, su film resume ese abanico simbólico que trajina con sus canzoni napolitanas y un Pino Daniele hacia el final que retorna a un Nápoles que es su Nápule (basta leer su letra).

Nápoles, la nueva polis: la ciudad neobarroca con sus superposiciones históricas, sus ruinas inundadas y una vista costera ; una ciudad apocalíptica (mapa sucio dice Daniele), el fin de la era civilizada de la Italia clásica y modernista.

Sorrentino es el gran seductor, el que no escatima paseos o caminatas familiares por la luz de la tierra que atrajo a Diego Maradona quien vino a sumar su luz de divinidad.

Ese es el tono de Fue la mano de Dios: festivo y expectante, paródico y feliniano, mágico por sobre todas las cosas. Aquel Maradona gordo y colmado de placeres de la piscina de La juventud (2015) aquí es el idolo genial, el goleador imposible, el campeón que vino a traer una revolución histórica, la de una guerra que fue leida como un partido de futbol, pero sigue siendo una guerra.

Siempre Sorrentino pone a prueba el recuerdo de La gran belleza. Sus simetrías altisonantes (que aquí están), sus ritmos artificiales (que también), su alto esteticismo musical marcando la cadencia de lo visual, su abundancia en los movimientos bamboleantes de una cámara que traza un estilo que no parece nuevo porque está cargado de una memoria cinematográfica, la de Fellini, seguramente. Hablaba al principio de esos movimientos que entran a la profundidad de campo y a su vez salen para dejarnos claro que puede quedar afuera, incluso algún abuso del drone.

Todo es manierista en Sorrentino.

Dos partes muy claras tiene Fue la mano de Dios: la primera, marcada por el ambiente familiar, el almuerzo al sol, la presentación del novio de la hermana gorda, el rato en el mar, el deseo sexual del adolescente que se mezcla con la locura, una parte añorada, habitada por la nostalgia infantil, e imaginada con la omnipresente expectativa sobre la llegada de Diego al Nápoles. La segunda parte la marca la tragedia, y el dato autobiográfico que hace que la película entre en otro registro, algo menos decoroso, más realista y melancólico que representa en definitiva el paso a la adultez. Cada uno se salvarlá como pueda frente a ello. En ambas partes la religión es importante: San Genaro primero, San Diego despues. En definitiva, Napoles tambien es la ciudad de los milagros.

Ver tambien la nota Paolo Sorrentino y Jane Campion desembarcan en el Lido en el segundo dia de la mostra. de Cristina Taquini

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Alejandra Portela
Sitio Leedor

Licenciada en Artes de la Universidad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Artes de UMSA. Directora de Leedor.com. Forma parte de Fundacion Cineteca Vida.