Identidad, religión y clase en Almamula, de Juan Sebastián Torales

Ezequiel Obregón
Leedor
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2 min readAug 31, 2023
Corporalidad, culpa y deseo en Almamula

Varios jóvenes realizadores como Sebastián Caulier con El corral (2017) o, más recientemente, Mariano Biasin con Sublime (2022), trazaron en sus filmes vínculos entre el interior, la adolescencia y la sexualidad. Esa misma senda transita Almamula (2023), de Juan Sebastián Torales, que además incorpora elementos de la mitología de Santiago del Estero, la provincia en donde se desarrolla.

Nino es golpeado por un grupo de varones, tras haber besado a otro joven. En su hogar (que parece comandado por su madre, una muy acertada María Soldi) no hay espacio ni para la contención ni para la comprensión; frente a la golpiza, la respuesta es irse campo adentro, en donde la familia se instala en una casona con piscina incluida. Y aunque la topografía rememore a La ciénaga (2001), aquí impera un viraje hacia lo mítico que se irá profundizando a medida que avanza el metraje.

Torales hace foco en las pulsiones de Nino, a las que ni siquiera puede nombrar, pero la sexualidad se percibe también en los deseos de su hermana mayor, en pleno estallido hormonal, y también de la represiva y reprimida madre. El padre/proveedor completa este esquema de “heterosexualidad obligatoria”, a la que se adosa el famoso “qué dirán”, además de los preceptos religiosos que se cuelan en los encuentros entre los jóvenes y un cura que oscila entre la norma y el patetismo.

Tal vez, el mayor punto de fuga para Nino (acertada elección del debutante Nicolás Díaz) sea el silencio, los bucólicos encuentros con “el Negro” (un capataz que soluciona cuanto problema señala la madre, y que orbita en el deseo de todos los que lo rodean) y -sobre todo- la imagen del espíritu que le da nombre al título, señalado como aquel que castigará a los corruptores de la carne. La transgresión, entonces, estará en atravesar ese umbral entre lo cotidiano y lo mítico (si es que en verdad existe, si es que está materializado).

Almamula tiene un tempo interesante, que se resiente un poco con las marcaciones excesivas en torno al aspecto clasista de la sociedad que acuna este drama. No obstante, se impone la fuerza arrolladora del deseo, sintetizada con pericia narrativa y estética en un final en donde confluyen religión, sexualidad y liberación.

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Ezequiel Obregón
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Escribo sobre cine, teatro y literatura. Cuenta de Medium para Leedor.