Jorge Luis Borges: Día del Lector y la Lectora

Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor
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3 min readAug 24, 2022

Jorge Luis Borges (1899–1986) fue un poeta, ensayista y narrador argentino. En su homenaje, en junio de 2012, el Congreso de la Nación instauró el 24 de agosto como el Día del Lector. Influenciado por su abuela materna, Fanny Haslam, él aprendió a leer antes en inglés que en español y a los seis años ya había manifestado a sus padres su vocación de escritor. Un año más tarde escribió en inglés un resumen de la mitología griega y pocos años después una traducción de El príncipe feliz, de Oscar Wilde, que un amigo de su padre publicó en un periódico.

Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona (William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra), además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía.

Borges consideraba que la lectura obligatoria era una idea absurda y que, si un texto no se disfruta, quizás tengamos que dejarlo y esperar otro momento. Sin embargo, la lectura es una forma de felicidad que debemos experimentar. En este sentido, él nos invita a ser lectores conscientes, a desandar las distintas capas de significados que, como escritor, fue colocando en cada cuento, ensayo o poema. Y como todo creador, espera que sintamos por su creación el mismo amor qué él puso en cada palabra y en cada párrafo.

Compartimos uno de sus poemas, en el cual define su rol de lector e incluso lo privilegia frente al de escritor: “la tarea que emprendo es ilimitada / y ha de acompañarme hasta el fin, / no menos misteriosa que el universo / y que yo, el aprendiz”.

Un lector (en Elogio de la sombra, 1969)

Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,]
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda.
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me di al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Última Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.

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Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural