Kinra, de Marco Panatonic, en la Competencia Internacional de Mar del Plata
La película del realizador peruano Marco Panatonic propone un cruce entre la ficción y el registro asociado al documental.
Kinra (para algunos críticos, el descubrimiento de esta edición) es un largometraje que se concentra en las vivencias de Atoqcha, un muchacho que vive en un entorno rural junto a su madre ya anciana y que comienza a pensar en un futuro como habitante de la ciudad. La película de Panatonic es, estrictamente hablando, una ficción; pero pensarla desde ese macrogénero es, por lo menos, una lectura miope. Kinra recurre a lo observacional como principal recurso narrativo. El realizador encuadra y, ante los ojos del espectador, “deja que ocurra”. Y lo que ocurre es, en esencia, el devenir de una vida en un contexto adverso, lo suficientemente representativa para mostrar la rispidez, las ansias de superación y -en muchos casos- las notables contradicciones de un país latinoamericano.
Una vez dentro de un contexto urbano, el personaje protagónico intentará estudiar, trabajar, incluso se hará un amigo que ocupa buena parte del metraje (tal vez, demasiado extenso: casi dos horas y media). Una de las habilidades de la película radica en los diálogos “de tesis”, que grafican las divergencias y problemáticas culturales de Perú. El ejemplo más claro es aquella secuencia en la que un profesor le pide a los alumnos que no escuchen los sonidos de los manifestantes, porque ellos “no estudian” y molestan a los que sí lo hacen. La dialéctica que entabla esa aseveración -absolutamente falsa, para quien escribe estas líneas- con el derrotero de Atoqcha resulta significativa. Pero el problema de esta propuesta -sin lugar a dudas valiosa- es que muchas veces desdibuja la intención de ubicarnos en contexto para hacer de la repetición y la morosidad sus modalidades narrativas. De este modo, por momentos seguir el relato deviene una tarea tediosa.