La Ballena
Una de los grandes cambios en las narrativas que acompañan a la transformación social, es la que da cuenta de los fenómenos de desplazamiento entre lo que es de domino público y la esfera de lo privado. Esta relación, durante la segunda mitad del SXX tuvo transformaciones cada vez más evidentes. La esfera de lo privado se está abriendo de manera vertiginosa a un ojo cada vez más intrusivo, obviamente ayudado y algunas veces promovido por las diversas tecnologías digitales que en si, están confirmando la predicción de Foucault en cuanto un universo donde “ojo de Dios” se a convertido en el “ojo Cámara”
La Ballena, recientemente estrenada en Buenos Aires, se plantea (quizás más allá del autor) permanentemente este problema. La introducción misma demuestra en un solo plano la complejidad de la comunicación y las relaciones interior-exterior vinculados a los medios; el personaje se masturba viendo porno en una pantalla, y a su vez subrepticiamente es visto por un intruso. La hija sube imágenes de su padre a las redes por lo que se ve obligado a renunciar a su trabajo. Él mismo lo dice: “en mi hija no hay maldad alguna”, es como una frase lanzada a ser empática con el nuevo espectador del S XXI. La esposa es la vieja escuela, el perseverante hasta la redención asciende finalmente hacia lo ominoso. La discusión con su ex pareja es la de cualquier matrimonio que se divorcia, ya lo vimos en Medea, la novedad es lo intrusivo en la vida privada que tiene el film.
En el arte, de hecho siempre existió dicho problema. En los mitos griegos, Zeus discute con Hera por su pasión erótica y fulmina con un rayo a Selene por su constante “demanda”, los dioses podían decirse cosas de la vida privada, sin embargo, todos los estudiosos en el tema reconocen y están más o menos de acuerdo en que estas historias ocultan otras historias que finalmente serían las que importan y que no son sobre ninguna particularidad circunstancial. El romanticismo va a ser el gran abanderado de esta idea y va a levantar obviamente las ofuscadas voces del positivismo y la filosofía analítica, al cielo de la razón, intentando dar por tierra a lo que se entendió como los excesos de la interpretación. Éste fue siempre un fenómeno dialéctico, tanto diacrónico como sincrónico. En el ámbito de la historia del arte, Argan[1] la llamó las Poéticas de lo Neoclásico vs. el de lo Romántico, en términos de M. Zatonyi[2] el de la vertiente uno vs. la vertiente dos.
Frente a lo que se entendió como un abuso de la interpretación, cosa que ya Heidegger alerta en su seminario sobre “La pregunta sobre la Cosa”, diferentes autores como Marcuse o Kolakowski van también a alertar sobre el uso descuidado, pero encandilante, de los mitos y símbolos, apoyándose muchas veces en una lectura simplista y lineal, descuidada y descontextualizada tanto de Freud como de Jung o de Campbell. A lo cual, una parte de la cultura anglosajona fue particularmente reactiva, desde su total oposicion hasta autores como Susan Sontag o Danto que llaman a un análisis si no pragmático, no tan tomado por la subjetividad, a diferencia de los que decidieron quemar velas como Derrida, Deleuze o Vattimo.
Frente a la lectura bíblica sucede algo parecido, ¿se puede interpretar simbólicamente el texto sagrado, o hay que interpretarlo en sentido estrictamente lineal; ¿qué son en definitiva las palabras?
Darren Aronofsky es un místico, cosa que muestra desde su primer éxito: : Pi, el orden en el caos, que en España tenía un título un tanto más esclarecedor de las intenciones del autor: Pi, fé en el caos (Π, EEUU, 1998).
Decir que es un místico, es decir que en su cine puede haber algún tipo de comunión entre el ente terrenal y el espíritu, sea éste lo que fuera.
Myein, (μυεîν) que proviene de la raíz indoeuropea “mu” cuyo significado es murmullo, sonido hecho con los labios cerrados; da el verbo cuyo significado etimológico es “iniciar en los misterios” también “encerrar”, relacionado con “guiñar los ojos, abrir y cerrar la boca” (μúειν); con los sub fijos της (tes = agente), e ικóς= relativo a forma su adjetivo (μυστικός) mystikós, “cerrado, arcano o misterioso” designa la experiencia en que se llega al grado máximo de unión del alma a lo Sagrado durante la existencia terrenal; su forma latina será mystĭcus o lo que conocemos por Místico.
Los filmes de Darren Aronofsky, tienen una marcada búsqueda de lo absoluto, aunque progresivamente se fue acercando a una perspectiva cada vez más tomada por lo religioso. Quizás el giro lo da en Noé (Noah, EEUU, 2014). En La Ballena todo el final está dedicado a este tema.
La Ballena puede ser entendida como el camino autodestructivo de una persona motivada por la culpa, sin embargo su ascenso final, que en todo el film está latente, parece contar otra cosa.
De por sí, La Ballena no habla de un gordo, podría ser un toxicómano, pero el comer como lo hace Fraser, nos llega más hondo, nos toca más cerca porque ¿quién no tuvo ganas de comer como un animal alguna vez en su vida? Y aquí hay una suerte de trampa que al mismo tiempo nos revela algo. Si Umberto Eco habia dicho alguna vez que puede morir tomando cocaina o comiendo pollo, la diferencia es que te morís mas rápido. Pero en realidad lo que se presenta como tóxico (cocaína o cualquier otra sustancia psicotrópica) en realidad no es otra cosa que comida, por eso algún psiquiatra de la era dorada del LSD, (está renaciendo como ansiolítico y acá si hay un síntoma de época) dijo que el control de drogas debiera tenerlo la FDA; la diferencia decíamos es que el tóxico aparece solapando el problema; es lo mismo que la célebre sentencia de que tomar alcohol en vaso y no de la botella es lo que te mantiene humano (palabra más palabra menos).
En un mundo que constantemente nos da un mensaje psicotizante sobre la comida, todo lo que hace daño, pero al mismo tiempo todo lo rico que es comer, la anorexia y la bulimia son caras del mismo problema.
Fraser en este sentido, podría ser Carol Carpenter, es todo una misma cosa, pero la anorexia o la bulimia, bajo las leyes de la publicidad, hoy no ganan un Oscar.
La historia es pobre, es signo de los tiempos una película que no escarba en la realidad del trabajo pauperizado online, donde en ningún lugar del mundo es aceptado que el profesor tenga la pantalla en negro, quizás lo que no está claro es que el profesor está completamente desactualizado de las posibilidades de ese trabajo, en realidad, él insiste, en un medio donde todo es apariencia, seguir montado en un viso de realidad: no quiero que me vean, cosa que resulta más censurable que ser visto a traves de un avatar.
Otra cosa interesante es el asombro (cosa que no me pareció nada asombroso) de las personas frente a la imagen, y sí es una gran falla de la película, es que el horror de la gordura esta descrito oralmente y no en imágenes. Quizás la escena mas importante y mas lúcida es la inicial, como decía, se cruza lo analógico con lo digital, las épocas, y nos anuncia que solamente con un optimismo suicida se puede mantener cierta mirada bondadosa sobre el presente.
Finalmente y como última reflexión leo en los resúmenes la importancia que se da a esa suerte de resurrección de Fraser. Como si Aronofsky fuera una suerte de Cristo que revive muertos. Pero del film se dice poco y nada porque si se analiza un poco aparece lo banal de la historia y lo interesante parece que están más allá del propio autor.
[1] G. Carlo Argán: historia del arte moderno, AKAL
[2] Zatonyi, Marta, Una estética del arte y del diseño, Nabuco