La estrategia del enojo

Diego Díaz Córdova
Sitio Leedor
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3 min readJan 31, 2024

El enojo es una sensación espantosa. Como bien se sabe, nubla la razón y hasta tiene un efecto físico, aumenta el ritmo cardíaco, nos vasodilatamos (enrojeciendo la piel) y aumentamos la cantidad de adrenalina en la sangre. Pareciera que el enojo exige una respuesta rápida, no apta para la reflexión. De ahí el viejo dicho “el que se enoja, pierde”. Se sufre con el enojo y no hay forma de calmarlo, sólo el tiempo puede hacerlo.

El enojo es contagioso y es muy fácil inocularlo. Simplemente basta con tocar alguna fibra sensible, aprovechar alguna inclinación personal o depositar la sospecha sobre alguna persona o grupo de personas, acerca de los cuales hay una desconfianza a priori y voilà, la mecha de la indignación queda encendida. Hacer que alguien se enoje es muy simple, hasta los niños chiquitos lo aprenden rápidamente. Es el famoso dicho “le mete ficha” o a veces “mete púa” o como dicen en México “le amarra las navajas”.

En política el uso del enojo, la indignación y el odio son usados desde hace muchísimo tiempo. Es fácil unir a la gente en contra de una persona o grupo al que se le adjudican todos los males posibles. Como el enojo pone en el freezer a la razón, cualquier actitud se considera válida si va dirigida contra el grupo objeto de los males. El pharmakos, como decían en la antigua Grecia, es decir un chivo expiatorio, alguien a quien culpar por todos nuestros males y que al eliminarlo se lleva nuestras desgracias con él.

Los medios de comunicación conocen muy bien el tema. Explotar la indignación, generar enojo o incentivar el morbo siempre han formado parte del arsenal periodístico. Pero había también, al menos en alguna medida, un compromiso con la información; en algún sentido la prensa se jugaba su prestigio (y sus lectores) en tanto y en cuanto la información brindada fuera plausible y certera. De hecho existía una división (hoy ya inexistente) entre lo que se consideraba prensa amarilla (proclive a los golpes de efecto) y lo que se definía como la prensa “seria”.

Al decaer el periodismo gráfico, la sustitución virtual tuvo que encontrar otras reglas. El prestigio de la pluma o la seriedad de la información, que formaban parte de las estrategias de venta de los medios, dieron paso al baiteo. El baiteo, para quien no conoce los conceptos de la web, refiere a aquellos títulos o posts, cuyo único objetivo es llamar la atención.

El modelo de publicidad cambió en forma concomitante. En el viejo mundo de la gráfica, la “tirada” era el parámetro (la tirada era la cantidad de ejemplares que se imprimían, no necesariamente los que se vendían). En el mundo web la publicidad se paga contra demanda, son las impresiones (simplemente ver el artículo en cuestión) o las interacciones (hacer click sobre el enlace) las medidas del pago. Quien publicita sólo paga si su anuncio ha sido visto por alguien (es fácil llevar un registro de la cantidad de veces que un enlace fue visto o fue clickeado).

Por lo tanto, hoy en día, lo que importa es la reacción inmediata. Ya no tiene sentido mantener la seriedad informativa, pagarles a periodistas formados y mucho menos a correctores. Se pueden mantener algunos editorialistas, más por inercia que por negocio, pero lo que se busca a toda costa es el bait. Para lograrlo hay que poner cosas que atraigan, como hipérboles o indignación. Las hipérboles relativamente verosímiles son más difíciles de conseguir que la indignación. Por eso ahora las noticias tienen un carácter desenfadadamente subjetivo.

Indignar es muy simple y en términos de la publicidad tal como funciona en internet, un éxito. Esto se demuestra viendo, por ejemplo, que las cuentas en Twitter con más cantidad de seguidores son aquellas que tienen las posiciones más extremas. Por coincidencia o por morbo, la gente las sigue. El periodismo actual no hace más que seguir esa línea de acción; en un negocio menguante, parece ser la única salida económica posible.

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Diego Díaz Córdova
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