La Excavación, melancólico y envolvente film de Simon Stone, por Netflix

miguel angel Silva
Sitio Leedor
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5 min readJan 31, 2021

Tiempo. El paso del tiempo. La espera. La inminencia. El pasado, el presente y el futuro. La segunda película del australiano Simon Stone — la anterior fue The Daughter (2016) — es un tratado sobre el tiempo. Algo natural si hablamos de la Arqueología, una ciencia en donde esta variable es el patrón de todas las cosas. En busca del tiempo perdido, diría Marcel Proust, aunque en este caso sería de elementos concretos en lugar de la abstracción de los sentimientos, que dicho sea de paso, son más importantes por nuestra condición de seres emocionales que la más lujosa corona enterrada en el olvido.

La Excavación (2021) es una adaptación de la novela “The Dig”, de John Preston llevada a cabo por la guionista de cine Moira Buffini. Narra la historia del arqueólogo aficionado Basil Brown — un inmejorable papel de Ralph Fiennes — y su extraordinario descubrimiento en las tierras de Sutton Hoo, en Suffolk, Inglaterra, en 1939, vísperas de la declaración de guerra de Gran Bretaña a las fuerzas del Eje. Lo interesante del film es que Stone corre el foco constantemente sobre lo que tendría que ser el nudo de la trama.

Si bien el hallazgo, en uno de los tantos montículos que se encuentran en la granja de Edith Pretty (Carey Mulligan) de un barco del siglo VII — o mejor dicho, de una mera película de fibras de madera podridas de la Alta Edad Media — es la base de la narración, el sentido que le da el director — ayudado por un excelso trabajo de cámaras — es el de la fragilidad y fugacidad de la condición humana.

Es así que si la importancia de una excavación de esta naturaleza es clave— estuvo a la altura de lo sucedido con Howard Carter y la tumba de Tutankamón en Egipto — , en el film este hecho inédito se mantiene en el mismo plano de lo que acontece en la vida diaria de sus protagonistas; sus sueños, sus frustraciones, sus desencantos y la vulnerabilidad que los atraviesa en todo momento. Tanto Basil como Edith nos muestran en todo el film esa fragilidad y fugacidad de la que hablamos, a través de una mirada alternativa al objetivo principal del film, como una vuelta de tuerca existencialista y algo fatalista en contraposición a lo que sería una obra que apelara solo a la aventura y al triunfalismo por la explotación de un yacimiento único en su tipo.

Por un lado vemos a Basil, un ser taciturno, sencillo y sensible que busca las huellas del pasado — también como astrónomo, que no es otra cosa que contemplar las luces antiguas de estrellas lejanas — , y por el otro a Edith, una acaudalada terrateniente corroída por el paso del tiempo; un tiempo que se le escapa de las manos al darse cuenta de que padece una enfermedad que puede terminar con su vida. Ambos deambulan como pasajeros silenciosos en un contexto que tiene a la Segunda Guerra Mundial como escenario.

“Aún no, aún no”, dice Edith en un pasaje conmovedor. Y es que de alguna manera, tanto para ella como para Basil, el pasado y el futuro se encuentran, no como antagonistas, sino como un hilo conductor; un hilo tejido por la vida misma y del que no se puede escapar.

Para Basil el pasado es su futuro; para Edith el futuro se convierte día a día en un pasado al que está llegando de forma inexorable. De hecho, la vemos llevando flores a la tumba de su marido, un acto que su hijo pequeño lo seguirá haciendo con ella como un ritual; como lo venimos haciendo desde que comprendemos que tenemos un alma inmortal. Una lucha por la supervivencia de la memoria que se refleja en toda la película. De ahí su gran carga emotiva, intimista y melancólica. Y es por eso que el hallazgo de una cámara funeraria o cenotafio, dentro del barco anglosajón, acrecienta esa sensación de desasosiego.

Stone, en este sentido, le debe mucho — no solo en la estética sino en muchas de las cuestiones narrativas — al director Terence Mallick (El Árbol de la Vida, 2011; Una vida Oculta, 2019, entre otras). El efecto que produce escuchar los diálogos de los protagonistas, desincronizados en tan solo segundos del momento en que lo dijeron o lo van a decir, es un sello de Mallick que Stone lo lleva a cabo de una manera impecable. Para ello, obviamente, tiene que haber grandiosos actores y actrices que sin decir nada lo digan todo. Ralph Fiennes y Carey Mulligan — como Basil y Edith — lo llevan a cabo de una manera magistral. Pero también Peggy Preston (Lily James) y Stuart Piggott (Ben Chaplin), un matrimonio que fue convocado para ayudar en la excavación, también lo logran a base de sugerencias y silencios.

La película no solo narra el descubrimiento de tesoros que reescribieron la Historia — echó por tierra la idea equivocada de que la Edad Media fue una época oscurantista y decadente — sino también la puja entre el Museo de Ipswich y el Museo Británico. Ambos deseosos de tener el crédito por semejante primicia. También echa luz sobre la polémica de tantos héroes anónimos que por carecer de títulos o estudios académicos han sido vilmente ignorados. Brown tuvo que esperar hasta el 2009 para tener un reconocimiento por sus contribuciones a la Arqueología mediante una placa en la Iglesia Rickinghall, aunque todavía espera por sus trabajos realizados en Sutton Hoo.

Grandiosas panorámicas de las praderas y los cielos nublados de Suffolk, atrevidas tomas que rompen las reglas del encuadre y la composición, una fotografía soberbia de tonos ocres y cálidos a cargo de Mike Eley, un vestuario preciosista de Alice Babidge y la banda de sonido de Stefan Gregory — que acentúa ese clima de nostalgia — hacen de La Excavación de Simon Stone una propuesta atractiva y envolvente de Netflix.

“El tiempo ha perdido su significado”, dice en la película Basil citando al famoso Howard Carter cuando éste descubrió restos de pintura de más de 3000 años de antigüedad. Algo de razón tenía.

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miguel angel Silva
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Redactor Especializado en Textos Literarios y en crítica de cine es columnista del portal Leedor.com.