El señor de los anillos: La guerra de los Rohirrim
En un año tumultuoso en Exactas, entre toma y toma leí El señor de los anillos de un tirón; Delich (el rector en aquel entonces) había “renunciado” a Klimovsky dando inicio a un lento declive de la UBA que se ocultaba dentro de la fulgurante máscara de la cultura y la modernización. Es cierto que entonces no lo sabíamos, no sabíamos que la derecha iba a usar toda la parafernalia intelectual creada por la izquierda contra la propia izquierda; el libro de Tolkien es parte de toda esta historia.
Años antes había llevado a mi hermana a ver en estreno la versión de Ralph Bakshi, versión inconclusa, trunca pero fundante del de por sí megalómano proyecto de llevar los libros a la pantalla; se entienden ambas cosas conociendo al director, cultor de la ciencia ficción heroica y del uso experimental de la animación para adultos, en este caso del rotoscopio, técnica usada tanto por Disney como por Linklater.
La guerra de los Rohirrim es lo que se da en llamar una precuela del Texto central de Tolkien: El señor de los Anillos; escrita (la precuela) por kamiyama y Philippa Boyens, quien habia colaborado en la escritura de la trilogía fílmica, como consultora junto a Jeffrey Addiss y Will Matthews quienes también habían trabajado en la misma, garantizando así la continuidad del conjunto, cosa que se verifica en el visionado.
Fenómeno interesante el de las precuelas e historias paralelas, fenómeno principalmente de la cultura pop que, exacerbado por su modo de producción, o sea su comercialización hiperinflacionan el espacio del texto. De alguna manera es lo que en EEUU ya había sucedido con el circulo Lovecraft, diferentes escritores expanden el universo del creador original, con lo que dos cosas suceden, uno es que el autor original se va diluyendo en aras de un colectivo y consecuentemente como lógica (empujado por) de su dinámica expansiva se convierte en un texto abierto, de manera semejante a lo que sucede con las diferentes versiones de un mito; aunque no siempre es así, en el caso de Rowling, la creadora de Harry Potter, por similares razones impidió que esta expansión suceda; como podemos ver, las tendencias no siempre acompañan el ego y las ideas comerciales que los artistas tienen de su obra; o como es el caso de Star Wars, el riesgo es que se vaya corrigiendo al tiempo que reformulando la historia central.
El film está entre el animé y la fantasía heroica, género desarrollado, si no inventado por Robert E. Howard, cosa que no termina por coagular en Tolkien, aunque en la actualidad algunos lo incorporan al llamado Espadas y Brujería.
Bueno, el resto es anécdota, desarrolla y explica la historia del Abismo de Helm con buen ritmo, crueldad y sentimentalismo controlado, todo en su medida bien administrado, sin grandes sorpresas ni giros inesperados, políticamente correcto, incluso en el abrazo de las mujeres como alegoría de Las tres edades de la mujer que renuncian al poder o la tan japonesa alianza con la naturaleza.
Para finalizar, debiera aclarar que nunca me gustó El Señor de los anillos, no me gusta la fantasía heroica, no me gusta el uso indiscriminado de la mitología, no me gusta la impronta racista que tiene, aunque, debo reconocerlo, disfruto viéndolas, como disfruté leerla de adolescente, sin embargo tiene (siempre los tuvo) un sesgo con el que nunca terminé de identificarme y es qué, como el nombre del género indica, la resolución del conflicto por las armas nunca fue mi preferido, y ahora en tiempos del neofeudalismo o tecnofeudalismo, se concreta toda la fantasía pseudomedievalista, con una fuerte remisitificación de carácter religioso de la sociedad, quizás porque se percibe ésta como un ilusorio refugio de una supuesta libertad interior o de finalmente una esperanza en un más allá frente a tremenda pesadumbre.
Así tenemos todos los elementos para hacer funcional estas historias, a un presente que parece querer la guerra para encontrar su supuesto Ser, son de vuelta los señores de la guerra “piadosos” (príncipes, reyes y caballeros) los que vendrían a salvarnos de tanto dolor.