LaRoy, de Shane Atkinson, en la Competencia Internacional de Mar del Plata
La segunda película vista en la Competencia Internacional muestra una clara vinculación temática y estilística con la cinematografía de los Hermanos Coen.
Ray (John Margaro) es esa clase de looser al que el cine norteamericano independiente (o pretendidamente independiente) ha retratado en numerosas ocasiones. Con un trabajo de repositor que cuadra más para un adolescente que busca insertarse en el mercado (para colmo, explotado y ridiculizado por su hermano, copropietario de la ferretería donde trabaja y, encima, amante de su bella esposa) y una tendencia a aceptar estoicamente cada humillación, su vida da un vuelco cuando, de forma casual, se ve involucrado en un crimen por encargo. Justo el día en el que pensaba ponerle un punto final a su penosa existencia, con la ayuda de una pistola recién comprada.
El argumento de LaRoy tiene una conexión directa con el cine de los Hermanos Coen, específicamente con su ópera prima Simplemente sangre y con Fargo, de quien recupera su humor. No solamente hay infidelidad, delito y violencia (con un asesino interpretado por Dylan Baker, que nos recuerda al que compuso Javier Bardem en Sin lugar para los débiles), sino también un pueblo chico (sí, claro, infierno grande), otros personajes igualmente patéticos, pero con mejor suerte y, por último, ese ambiente tan icónico de zonas desérticas, rutas poco frecuentadas y música country.
Más allá de las intertextualidades, LaRoy gana mucho cuando abraza más la transformación de su protagonista. El problema es que ésta ocurre quince minutos antes de que la película termine. De impecable factura fotográfica y de dirección de arte (y de actores: cada uno parece especialmente seleccionado para su rol), la película tal vez se ciñe demasiado al modelo que emula y pierde en originalidad o, al menos, en la búsqueda de ideas menos transitadas.