“Las ciudades invisibles”, Italo Calvino

Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor
Published in
5 min readDec 31, 2021

Las ciudades invisibles se compone de una serie de relatos de viaje que Marco Polo le hace a Kublai Kan, emperador de los tártaros. La primera edición del libro fue publicada en noviembre de 1972, por la editorial Einaudi, e Italo Calvino habla así de su obra: “En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer: el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida para una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general”. Eufemia, Zenobia, Perincia, Leandra… pueblan las diferentes páginas y nos invitan también a un camino de exploración interior.

Si bien el Marco Polo del libro no se corresponde exactamente con el famoso mercader veneciano, es clara su misión: describir al Gran Kan las ciudades que dan forma a su vasto imperio, ya que los territorios que este ha conquistado son tantos y tan amplios que no los conoce con exactitud. De ahí que entre las descripciones de las ciudades estén intercalados fragmentos narrativos o diálogos entre los dos protagonistas; en ellos se contrapone la razón a la imaginación, pero también queda claro que a través de los relatos del viajero el Kan quiere poner orden a sus conquistas (como si fueran amorosas), y conocer el imperio que ha levantado a lo largo de su vida, es decir, conocerse a sí mismo a través del exterior. Esto nos remite al epílogo de El hacedor, de Jorge Luis Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.

En estas ciudades inventadas, se traduce una preocupación posmoderna en Calvino por la imposibilidad de describir la realidad de forma objetiva: “La mentira no está en las palabras, está en las cosas”. Entonces, ¿cómo describir aquello que se nos presenta de manera engañosa? Y en ese catálogo de espacios poéticamente fantásticos, la que no aparece es la Venecia de Marco Polo, aunque él mismo nos dice que, cada vez que describe una ciudad, dice algo de su lugar de origen sin mencionarlo: “Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran ⸺dijo Polo⸺. Quizás tengo miedo de perder Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco”.

En cuanto a la estructura, el libro es como un rompecabezas, lo que se conecta con la metáfora del ajedrez (otro motivo borgeano), planteada por el Gran Kan: “El conocimiento del imperio estaba escondido en el diseño trazado por los saltos abruptos del caballo, por los pasajes en diagonal que se abren a las incursiones del alfil, por el peso arrastrado y cauto del rey y del humilde peón, por las alternativas inexorables de cada partida”.

Pese a la numeración tradicional de los capítulos (en números romanos), el libro permite otras formas de lectura, otros itinerarios, aparte de la linealidad. Esto nos remite a Raymond Queneau y del grupo experimental francés OuLiPo (Ouvroir de littérature potentielle, Taller de literatura potencial), cuyos integrantes basaban su planteamiento literario en el juego formal, y en la combinatoria de formas y estructuras posibles.

Esa experimentación también se da en el narrador que elige Calvino. Marco Polo describe con frecuencia las ciudades que ha visitado en tercera persona. En otras ocasiones lo hace en segunda, y a veces incluso permite que el yo se entrometa en el discurso. Hasta se podría decir que el narrador es una figura tan laberíntica como las ciudades que describe el veneciano.

Al hablar de Italo Calvino, es imposible no mencionar la cuestión del género en toda su obra. En sus libros, hay mucho de cuento maravilloso, que lo atrae por la forma sintética de contar, la atmósfera mágica, el camino del héroe, la libertad narrativa. A esto se une su amor por la novela de caballerías, tan cercana, estructuralmente, al cuento maravilloso.

Otro de los modelos que utiliza, sin atenerse rígidamente a los esquemas tradicionales, es el relato fantástico, contaminado con la alegoría y el apólogo, los libros de viaje, las novelas de caballería, y la ciencia-ficción y la filosofía.

Afortunadamente para nosotros, sus lectores y lectoras, Italo Calvino (1923–1985) tuvo que interrumpir sus estudios en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Turín, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. Una vez terminada la guerra, se mudó a esa diudad, donde colaboró en unos cuantos periódicos, se matriculó en Letras (se graduaría con una tesis sobre Joseph Conrad) y se afilió al Partido Comunista Italiano (PCI).

Fue durante este período de su vida cuando entró en contacto con Cesare Pavese, quien hizo que fuese contratado por la editorial Einaudi, donde ya trabajaba Elio Vittorini; junto con Italo Calvino dirigieron la revista Il Menabò di letteratura (1959–1967).

Gracias a su amistad con Pavese, Calvino publicó su primera novela, Los senderos de los nidos de araña. A partir de entonces siguieron gran cantidad de obras en las que se plantea el papel del escritor comprometido políticamente, la reflexión sobre el hombre moderno, la alienación urbana, y la indagación en los mecanismos de la escritura, en sus impedimentos y en los significados que se esconden detrás de las palabras y de las cosas.

Alguna de sus obras son la trilogía Nuestros antepasados, integrada por El vizconde demediado (1952), El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959), Marcovaldo (1963), Cosmicómicas (1965) y Ti con zero (1967), Si una noche de invierno un viajero (1979), entre otras.

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”: cada ciudad nos transporta a espacios diferentes que nos hablan a cada uno de nosotros y nosotras, donde también están nuestros propios deseos y recuerdos.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, 2017, 176 págs.

--

--

Adriana Santa Cruz
Sitio Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural