Las máquinas y el ser humano

Diego Díaz Córdova
Leedor
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4 min readJan 25, 2022

El uso de instrumentos y herramientas es anterior al Homo sapiens. En nuestra evolución, las especies que nos precedieron ya utilizaban herramientas. De hecho uno de esos homínidos fue el queridísimo Homo habilis que se extinguió ¿a la vez que nos daba pie? hace aproximadamente 1 millón y medio de años. Los instrumentos materiales fueron siempre una parte fundamental de la supervivencia de la humanidad. La piedra en todas sus formas: chopping tools o microchips; las plantas y animales, la biota, en todas sus variedades: agujas de hueso o petróleo. Con genialidad creativa el ser humano utilizó los recursos a su alcance y los transformó primero en símbolos y luego en acciones, que le permitieron a su vez sobrevivir en las duras condiciones del frío glacial durante el Pleistoceno y nos mantiene aún hoy, a los tumbos si se quiere, paraditos sobre la tierra.

La clave de estos artificios se encuentra en cierta ambigüedad valorativa. No necesariamente neutralidad, como se plantea en algunos ámbitos filosóficos, sino más bien ambigüedad. Esto es, pueden ser usados tanto para el bien como para el mal. De hecho su uso nunca fue neutro, aunque tampoco estuvo jamás predeterminado. Siempre ayudaron a cumplir los objetivos; los cuchillos de obsidiana que permiten cortar practicamente cualquier tipo de superficie; el fuego que puede ser utilizado tanto en la cocina como en la guerra.

Además de ambiguas, las máquinas suelen ser arbitrarias. Las chispas encendidas con pedernal, a lo largo del último millón de años, en más de una ocasión, generaron fuegos incontrolables. Los cuchillos, aún sin intención, suelen volverse en contra de sus dueños, en una clara rebeldía filosa. Las computadoras, con su capacidad de retroalimentación, suelen estar aún más endemoniadas, hasta nos parece que tienen voluntad, voluntad de jugar siempre en contra. Si encima le sumamos la dependencia creciente que tenemos con ellas, la arbitrariedad que juzgamos maliciosa tiene claramente una mayor capacidad de daño. ¿Quién no sufrió en bytes propios la terrible ira de un virus o malware y vio literalmente deshacer en instantes el arduo trabajo de horas y horas?

La guerra contra las máquinas ya comenzó. A diario nos topamos en los sitios web con esas cajas de texto en las que tenemos que escribir una serie de números y letras. Esos objetos se denominan CAPTCHA y su sigla significa: Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Aparts, es decir Tes completo de Turing Autómatico para mantener separadas a las computadoras de los humanos. Dicho en criollo, esos números y letras que nosotros escribimos, no pueden ser decodificados por los robots que andan dando vueltas por la web, con ánimos en muchos casos maliciosos. El test de Turing, al que ya nos hemos referido en otra ocasión, es una aproximación teórica al problema de la distinción entre las máquinas y los seres humanos. Una distinción que podemos encontrar sugestiva e inquietante.

La literatura hace tiempo tomó nota del peligro de las máquinas y más aún de las posibles consecuencias de contar con herramientas inteligentes. Podemos incluir aquí desde Frankenstein hasta Yo Robot. Y el cine también se hizo eco, muchas veces picando el lomo de la literatura y transformándolo en las hamburguesas fílmicas que consumimos junto con el pochoclo. Desde Blade Runner hasta Robocop, encontramos toda una gama de películas buenas, malas y regulares que abarcan el problema desde perspectivas diferentes. En general y más allá de las calidades, todos coinciden en presentar un futuro nefasto, opresivo, donde los robots, las máquinas o las computadoras son las encargadas de explotar a los seres humanos. Una metáfora metalmecánica de lo que ocurre en nuestra sociedad.

Pero tal vez haya un futuro más promisorio, basado únicamente en que nosotros, los seres humanos tengamos clara la conciencia y forcemos el porvenir. Siempre podemos soñar. Que tal que en el futuro desaparezca la explotación del hombre por el hombre. Que el trabajo, la base de la explotación en una sociedad capitalista, la realicen íntegramente las máquinas. Que el ser humano pueda dedicarse únicamente a las tres actividades más gratificantes que existen: el arte, la ciencia y el deporte. Claro que para que ello suceda es menester que aquellos que tienen mucho, resignen su posición en beneficio de lograr un cierto equilibrio. Y eso, lo sabemos desde que comenzó la desigualdad social hace 8000 años, nunca se consigue sin luchar. Aún teniendo a las máquinas como aliadas.

Pensemos simplemente en lo que sucede ahora, vemos a lxs docentes preocupados por que lxs pibes pasan muchas horas frente a la pantalla; escuchamos a lxs padres preocupados por que lxs infantes muy chiquitos se desesperan por manejar el celular o cualquier otra clase de pantalla. Pero, ¿qué es lo que pretenden que hagan? Si toda la sociedad gira en torno a las pantallas (dentro y fuera del hogar), ¿pretendían acaso que lxs pequeños intentaran tallar piedras como para hacer un chopping tool o un bifaz? Cada sociedad se adapta a las herramientas que puede crear, pero a la vez es moldeada por ese instrumental tecnológico y en ese ciclo de retroalimentaciones nos debatimos ad infinitum.

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Diego Díaz Córdova
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