Lo que arde de Óliver Laxe en el Encuentro de Cine Europeo.

Csaba Herke
Sitio Leedor
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4 min readMay 14, 2021

Algunas veces las obras transmiten sentimientos sobre “algo” de manera tal que no necesariamente pueden o quieren comunicarse a través de una historia en el sentido normativo de la palabra. Frente a este tipo de problema se halló alguna vez la pintura, problema que la empujó a la modernidad. Y muchas veces sucede que lo que sucede al “tonto del pueblo” cuando quiere describir el horror nazi: solo dice que vio caer pájaros de los árboles. La realidad se vuelve tan insoportable que es velada con la metáfora.

En el caso de Lo que arde, film de Óliver Laxe (Galicia 2019) que puede verse durante todo mayo en el XVII Encuentro de Cine Europeo, el autor intenta transmitir el dolor y la pena más de lo que la historia puede explicar por sí misma: el dolor, que ese dolor provoca y, aunque la destrucción de un hábitat milenario es por sí mismo una tragedia, “es una buena historia”. La pena que se siente es lo que da coherencia y explicación causal a todas las partes de la historia. Lo que sucede en este film es que cuando al corazón lo embarga, cuando ve caer los árboles arrastrados por el paso de algún invisible espectro, la pena se vuelve tan grande que solamente son silencios de ausencia los que se transmiten.

Los viejos residentes, sobrevivientes en los bosques de Galicia, se ven acosados por la deforestación junto a las funcionales aspiraciones de jóvenes que quieren vivir de rentas y participar del sistema airbnb .El autor deja entrever también a esos jóvenes aventureros de otro continente que, sin enfado y creyendo sus derechos naturales vulnerados, ven al residente como intruso o como enemigo de la modernización.

La disputa finalmente no es sólo es por los recursos, es por el alma misma del lugar

Sólo al comienzo y de manera fugaz, nos dice el guión por qué el protagonista estuvo en cárcel, de manera rápida, sutil, sin marcaciones, como al pasar; lo mismo que uno puede suponer a lo largo del film, sin saberlo necesariamente nunca, por pura lógica narrativa. Sin embargo, también, el protagonista podría ser uno de esos jóvenes de “De prisa de prisa” (Carlos Saura, España 1981) que vuelve a su pueblo tras la condena. Aunque el director nos diga que se lo acusa de haber incendiado maquinaria de deforestación, su larga condena es no sólo es punitiva sino también pedagógica. El poder de la propiedad contra el recurso natural como bien humano. Dos modelos, dos ideas del mundo.

Irse (de viaje o a la càrcel) siempre implica que finalmente va a haber un cambio. El director no es ingenuo: el tiempo no cura las heridas, el retorno encuentra los mismos conflictos sociales, pero ahora está, lo que se dice, “amansado” por el aparato represor.

Sin querer hacer un sobre análisis, el film me deja pensando en lo siguiente, los jóvenes “bandidos” de los ´70, ahora son los jóvenes enterpreneurs que saquean lo que queda de esas tierras. Si los jóvenes en los ´70 se habían habían urbanizado decididos a abandonar los campos como símbolo de una Europa medieval; los nuevos inmigrantes, los que llegan a estos inhóspitos lugares, los que se aventuran con el dinero de sus padres o los restos del estado de bienestar, aunque ellos lo nieguen y no se sepan asimilados a las nuevas tendencias, lo son y son los que a fuerza de deuda bancaria quieren ser los nuevos empresarios turisticos, quieren en el fondo vivir de rentas, no sólo son asimilados sino asimilados a lo peor del sistema.

Lo que importa entender, es que esa naturaleza no es un bien explotable. El film logra transmitir esa desazón, como la de los bomberos frente al bosque que “no puede” sino incendiarse una y otra vez; porque así son los bosques, a pesar del ser humano, la renovación del bosque tiene que ver con el fuego que lo abraza, pero los bomberos, tipicamente humanos, quieren una y otra vez recuperar lo que idefectiblemente será quemado por el fuego, finalmente y como en todo pueblo chico, debe de haber alguien que sea culpable de los males. Y está para eso el ex presidiario, como alguna vez lo fueron las brujas. Parece finalmente, que los pueblos a pesar de lo edulcorada de la visión romántica son y serán el cultivo de abusadores y maltratadores, todos buscando su lugar en el mundo.

El caballo ciego por el fuego somos nosotros los espectadores, o como Edipo que no quiere ver la verdad, el espectador tampoco. Una y otra vez llamamos al fuego sin saber, o habiendo olvidado que el calor del mismo finalmente nos va a abrasar los ojos. Aunque no somos ciegos por el fuego, pero porque somos ciegos, lo hemos convocado.

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