Los agitadores, de Marco Berger, en el Festival de Arte Queer

Ezequiel Obregón
Leedor
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3 min readDec 6, 2022
Notable trabajo de un elenco homogéneo

El director de Plan B (2009), Ausente (2011), Taekwondo (2016), Un rubio (2019) y El cazador (2020), entre otras, aborda con Los agitadores (2022) los ríspidos territorios de la masculinidad tóxica.

Con cada estreno, Marco Berger parece ratificar sus búsquedas estéticas y obsesiones, además de proponer un “plus”, un nuevo paso más allá de lo que ya había dado a conocer. Si en Plan B, su ópera prima, la heterosexualidad obligatoria constreñía la posibilidad de gestar un vínculo, en Los agitadores dicha norma se cuela (y se multiplica) en los rituales de un grupo de jóvenes amigos.

Para su nueva película, el primer gran acierto de Berger radica en el reparto: actores en su mayor parte de recorrido teatral o, directamente, desconocidos, que plasman con una naturalidad absoluta cada uno de los actos en donde se pone en juego el “ser varón”. Esas pruebas (“tests”, en su variable anglosajona, no suena nada mal) tiene un marco que no desentona, más bien lo contrario. La casa de country en donde los varones se congregan entre medio de las fiestas de fin de año parece ser el “patio de juegos” en donde cuestiones similares se dirimirían diez años atrás. Esas pruebas que realizan con mayor o menor grado de espontaneidad van desde las más livianas hasta las más densas, desde las más “pactadas” hasta la más abusivas.

Los amigos exhiben su desnudez (marca nodal en la estética bergeriana) en juegos que, en definitiva, ponen en acto -performatizan- los límites del género. Hay desde “bromas” que consisten en buscar dos muchachos que se quedaron dormidos, poner la mano de uno dentro del bóxer del otro y sacar fotos, hasta una proliferación de situaciones carnavalescas en donde importa el tamaño, la mufa contra el argot y los modismos gays, y la imperiosa necesidad de dejar en claro que los roces y las miradas están habilitadas porque nadie transgrede la norma heterosexual.

La mayor apuesta dramática está dada por una especie de non plus ultra al que conducen esos actos de puesta a prueba de la masculinidad tóxica, en los que las apariciones de mujeres (las novias o las “minitas” de turno) operan como atenuantes de lo convenido, como si “entre varones” hubiera un código al que un elemento externo pusiera en peligro. Las fotos que se sacan los amigos son, en definitiva, una pátina de nuestro tiempo en el que el cuerpo debe ser multiplicado en su faz exhibitoria. Eso, al parecer, sí está permitido.

En Taekwondo algo de todo esto ya estaba presente, pero, al igual que en su ópera prima, el conflicto se terminaba cifrando en un par que resolvía -más allá de las tensiones- la ruptura con la heteronorma. Aquí, en cambio, Berger parece sostener que toda esa toxicidad inevitablemente lleva a la violencia. Desde este punto de vista, Los agitadores está a un paso de adscribir a cierto regodeo con el material que exhibe, pero en verdad queda justificado si se toma como una suma de elementos que se cierra con la “ley del más fuerte”.

La violencia como medio y fin para anular el miedo al otro. Y el miedo a lo que habita en uno.

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Ezequiel Obregón
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Escribo sobre cine, teatro y literatura. Cuenta de Medium para Leedor.