Los Delincuentes, de Rodrigo Moreno

Marcela Barbaro
Sitio Leedor
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4 min readOct 24, 2023

La capacidad de elegir cómo vivir y hacer algo más por nuestra existencia, es sinónimo de libertad y del principio sartreano: “el hombre está condenado a ser libre”. Una condena que lo motivará a despegarse del pasado y resignificarse. Sobre esa búsqueda existencialista trata “Los delincuentes” la nueva película de Rodrigo Moreno (El custodio, Un mundo misterioso; Réimon) preseleccionada por la Academia de Cine Nacional para representarnos en los Premios Óscar.

Inspirada en la película Apenas un delincuente (1949) de Hugo Fregonese, un ícono del policial argentino al que rinde homenaje y del que toma el apellido Morán para su personaje principal. Su nueva propuesta, también tratará de un robo, pero en este caso, de un banco.

Morán (Daniel Elías) hace años que trabaja de tesorero y desea profundamente terminar con el hastío de su vida atada a la rutina laboral. La única solución es planificar un robo que le permita cambiar su destino y vivir de otra forma. La idea es entregarse y cumplir la condena mientras el dinero quede a cuidado de su compañero, Román (Esteban Bigliardi), con quien comparte la misma existencia apática y rutinaria dentro y fuera del banco. Su propuesta lo empujará a la complicidad de su acto delictivo. La decisión que tomen pondrá a prueba la lealtad, el sometimiento y el deseo de ir hacia un rumbo mejor.

“La sociedad moderna nos ha empujado a vivir vidas que no queremos vivir. Hay obligaciones, obligaciones formales, obligaciones que nos despojan de nuestras libertades. Ahora, en tiempos de crisis económica, dependemos de las obligaciones más que nunca, pero también dependemos de la tecnología. Nuestra existencia se ha vuelto totalmente dependiente. La decisión de Morán nos invita a deshacernos de ese destino”, comenta el realizador.

Bajo el formato de un thriller policial, comedia absurda y narrativamente ambiciosa y recargada, la película se destaca por una impronta muy porteña que alude al cine nacional de los 60 y 70, y al registro de una Buenos Aires bellísima y caótica, que se mueve al ritmo de la música de Piazzolla como de Pappo Napolitano cantando “Adonde está la libertad”.

En ese contexto, los personajes de Morán y Román son víctimas de un sistema cada vez más competitivo que, lejos de ser motivacional y equitativo, los conduce a la alienación y a la pérdida de ilusiones frente a lo que lograron ser. Personajes que recuerdan la angustia, apatía y reflexión de Kanji Watanabe, el protagonista de Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa; un ser deslucido y agobiado frente a la oportunidad de haber vivido de otra manera.

La relación laboral, el tiempo, la condición de clase y el esparcimiento son temas recurrentes en la filmografía de Moreno, como vimos en El custodio y en Réimon. En ambas películas, sus protagonistas estaban sujetos a necesidades y obligaciones sin miramientos, mostrándose aislados y con gran dependencia hacia el deber ser. La diferencia con Los delincuentes es que Moreno enfrenta a los protagonistas al desafío de patear el tablero, romper con los socialmente esperable, irse al interior del país y hacer uso del libre albedrío; posibilidades que se pondrán en juego y abrirán otros interrogantes tanto para ellos como para el espectador.

Filmada entre 2018 y 2022, la película se divide en dos partes que fusionan varios géneros entremezclados, dando cuenta de una libertad narrativa que escapa a cualquier clasificación. Un desafío cinematográfico mayor al resto de sus obras, donde la trama comienza en torno al robo, para luego virar hacia un pueblo apacible de Córdoba que funciona como contrapunto de la vorágine porteña. Las idas y vueltas entre el campo y la ciudad estarán construidas a través de saltos temporales que completan la información sobre los protagonistas. Allí Morán -y más adelante Román-, conocerán a Norma y a su hermana Morna, dueñas de una posada en medio de un entorno natural y solitario. El encantamiento que le provoca y al amor que siente por Norma (Margarita Molfino), llevará a Morán a proyectar su futuro en las sierras. También conocerá a un videasta chileno que hace años filma un documental independiente sobre la naturaleza, un personaje que refleja los inicios del realizador y que dará lugar al cine dentro del cine.

La cinefilia y la literatura también se hacen presentes cuando Román asiste a la proyección de El dinero, de Robert Bresson en el Cine Arte, como en la evocación de planos fijos y generales tan característicos de Abbas Kiarostami, principalmente al final de la cinta. En cuanto a lo literario, las lecturas inesperadas de la poesía de Juan L. Ortiz y La gran salina de Ricardo Zelarayán le otorgarán calidez, sin que por ello el recurso no linde con una rareza casi inverosímil y extravagante.

Como puede notarse, el recorrido de Los delincuentes despliega a sus anchas un sinfín de situaciones y recursos con los que juega y experimenta: los anagramas en relación a los nombres: Morán, Román, Norma y Morna; la elección que un mismo actor (Germán De Silva) para interpretar dos roles diferentes: gerente del banco y capo del pabellón penitenciario; el uso reiterado de la pantalla dividida y las acciones paralelas; como la escena del niño que pide agua en la cocina y vuelve a hacer lo mismo siendo grande, una reiteración que vuelve hacer énfasis en lo temporal.

En una búsqueda constante por hallar la autenticidad en sus obras, Rodrigo Moreno construye un relato omnisciente y calculado, que reflexiona con humor y realismo sobre la responsabilidad que implica ser libre y hallar la felicidad en un tiempo finito y apremiante que nos constituye y del que formamos parte. Sus protagonistas, como decía Sartre en El Ser y la nada “ejercieron la soberanía frente-contra lo que es impuesto”.

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Marcela Barbaro
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Lic. en Relaciones Públicas. Crítica de cine. Profesora de Historia del cine. Escritora