Muti: rituales mortales de George Gallo

Marcela Barbaro
Sitio Leedor
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3 min readJan 25, 2024

¿Qué sucede cuando el espectador no vivencia la experiencia que el cine le ofrece? ¿Y si el cine no logra que la materialidad de lo imposible se haga posible? Inquietudes que se alejan de El hombre imaginario al que hizo referencia el filósofo y sociólogo, Edgar Morín a mitad de los cincuenta. Las preguntas son síntomas de un modelo cinematográfico fallido basado en fórmulas y estructuras de género que nos siempre funcionan frente a las exigencias del espectador contemporáneo.

El estreno de Muti: rituales mortales de George Gallo (Atrapados en el Paraíso; La red sexual, 29th. Street), que cuenta con la participación del talentoso y versátil Morgan Freeman, despertó cierta expectativa en torno aquellas películas emblemáticas de asesinos seriales como El silencio de los inocentes (1991) de Jonathan Demme; Seven (1995) de David Fincher; Besos que matan (1997) de Gary Fleder, o Telaraña (2001) protagonizadas por el sagaz detective Alex Cross (Freeman), basado en el personaje creado por James Patterson, entre otras tantas.

En esta oportunidad, el detective Lucas Boyd (Cole Hauser), desmotivado y culpable por la reciente pérdida de su hija, va en busca de un asesino en serie que mata a través de un brutal ritual de origen africano llamado “Muti” en la zona de Mississippi. En Italia, de forma paralela, el inspector Mario Lavazzi (Giuseppe Zeno) sigue sin éxito una serie de crímenes sangrientos que responden al mismo modus operandi. Frente al enigma del hallar al asesino de origen zulú (Vernon Davis), la única persona que puede ayudar en el caso, es el profesor Mackles (Morgan Freeman), un antropólogo africano especializado en la materia y en experiencias personales.

Si bien en los primeros quince minutos la película intentaba emular la estructura de un thriller policial de suspenso, sujeta al guiño que le daría la intervención esperada del Dr. Mackle, con este temple y voz inconfundible, la propuesta rápidamente comenzó a mostrar sus falencias.

Escrita por seis guionistas -un exceso bastante llamativo-, el rodaje en dos locaciones no resultó equilibrado ni se complementó lo suficiente, sino que sólo respondió a los efectos de la coproducción. Mientras el relato avanzaba sobre la investigación de nuevos crímenes, el subrayado narrativo y musical explicitándolo todo, no hizo más que restarle intriga y diluir el clima de tensión que, necesariamente, suscita el género para sostenerse.

En relación al elenco protagonizado por Cole Hauser (Rápido y Furioso 2), junto al actor sueco Peter Stormare (Fargo; El gran Lebowsky) entre otros, se destaca por la falta de profundidad en sus personajes, principalmente en el detective, e interpretaciones deslucidas y poco convincentes, que nada ayudaron a sostener la trama y subtrama dramática.

Bajo la dirección George Gallo, más conocido por haber escrito Fuga a la medianoche (1988) protagonizada por Robert de Niro; Muti: rituales mortales termina siendo una película impersonal, con una puesta en escena fallida, que intentó emular al cine de género de los noventa. Asimismo, su relación con Freeman, quien aporta su impronta a la pantalla, no logra salvar una película orientada a la clase B- que deja al espectador sin la vivencia y la imaginación que, el buen cine, suele brindarle.

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Marcela Barbaro
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Lic. en Relaciones Públicas. Crítica de cine. Profesora de Historia del cine. Escritora