Ojos de arena: cuando un nombre supera a un film

Csaba Herke
Sitio Leedor
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5 min readApr 13, 2021

Una de las primeras lecciones que se aprenden en publicidad es poner nombre a un producto.

Hay pocos títulos que pueden superar el oxímoron: “El sonido del silencio”, o el simbolismo de “La montaña mágica” (Thomas Mann, Prusia,1924) o simplemente la contundencia bélica de “La guerra de los mundos” (H.G: Wells,EEUU, 1898). Hay muchos nombres buenos, pero no es fácil encontrarlos, siempre el hijo de otro tiene un nombre interesante.

Ahora, creo que poner un nombre tiene, en principio, dos funciones que se enmarcan dentro de la discusión más general entre el realismo y el simbolismo. El primero intenta dirigir, señalar, ayudar a la comprensión de algo de la historia: por ejemplo“La guerra de las galaxias”, incluso cuando de modo más sofisticado revela un sentido oculto que a modo de pista llama a la racionalidad como en “Las Meninas” (Velázquez, Óleo, 1734) o “La engañada” (Thomas Mann, Suiza, 1953)o “los tres mosqueteros” (Dumas, Francia, 1844) . El otro intenta crear entre el nombre y la historia un nuevo sentido. La operación es más difícil y siempre su límite es el ridículo, los Dadá con su cadáver exquisito tan criticado por Carpentier, escritor de identidad cubana (Alejo Carpentier y Valmont, Suiza,1904 - 1980), o el escritor americano Lovecraft (Howard Phillips Lovecraft EEUU 1890-EEUU 1937) “El que susurra en las tinieblas” (Lovecraft, EEUU, 1930), también la gran novela sobre la guerra del pacífico de Mailer “Los desnudos y los muertos” (Norman Mailer (EEUU 1923–EEUU 2007).

Una forma de titular acompaña, la otra choca; una pertenece al universo de la homogeneidad del todo, la otra al de la discontinuidad, una es la de un universo donde Dios, que todo lo sabe, todo lo contempla, y la otra es la de un Dios ajeno al universo, que deja que las cosas sean, uno es Plotino, el otro es Averroes.

Poner un nombre, sea como sea, sea el que sea, es crear una cosa, sólo a posteriori se pregunta por la relación entre esa cosa y su ser, esto es posible cuando un conjunto de cosas en las que está posibilitado el fluir de los sentidos y estos terminan conformando un universo, Dadá creaba palabras, ingeniosas sí, pero dudosamente universos.

No dejo de sorprenderme, supongo que nunca lo habré de hacer, aquí reside uno de los grandes misterios de Lo Humano, en los mecanismos que subyacen a la creación. A lo largo de mis años he asistido a una multiplicidad de teóricos y teóricas sobre el tema, hay anaqueles de librerías dedicadas al tema de la creatividad, y siempre queda un gusto a que todos finalmente toman una guitarra y como lo haría un payador, se ponen a tocar; porque la creatividad no es algo, ni se consigue ni se da ni se compra, tienen que ver con el Eros, es lo que hace a lo humano. Una máquina con Eros, o sea creativa, no es una máquina sino humano, sea del material que sea.

La capacidad creativa de las personas me asombra o incluso la manera que tienen de crear relaciones y metáforas, Borges era sumamente malicioso con este tema, deploraba con franca justeza las metáforas banales y las imposturas creativas.

El nombre del film, Ojos de arena, supera holgadamente al propio film. A mi juicio, abusa de la sematización ocupando ya un lugar, arruinando, por ejemplo, la posibilidad de un buen título para un esperado film sobre “Cuentos de Almejas” (historieta con guión de Pedro M. Mazzino e ilustración de Carlos E. Vogt, el Tony, 1971) , donde ya están hechos el guión y el story board, podría inclusive ser un serial para la poderosa Netflix, (recordar mi autoría en la idea si algún dia se concreta).

Creo que hay pocos autores que tienen la sensibilidad para describir algo que nunca les sucedió y para los que les sucedió, muchas veces es complicado describir sus traumas, de ahí la discusión entre Adorno y Primo Levi (Turín, 1919 — ib.1987) sobre la imposibilidad de hacer arte después de los campos de concentración y que haya tan pocos buenos libros y películas incluso música sobre el tema, esta imposibilidad, esta forclusión está planteada por Egoyan en Ararat (Atom Egoyan, Canadá, 2002)

Un director, tanto como un actor o un escritor debiera antes que nada poder reconocer los límite de posibilidades de su decir pero antes que nada preguntarse que si y hasta donde es posible y narrar el dolor, no sólo de los de los padres frente a la desaparición de un hijo, sea menor de edad o militante, varón o mujer, o trans. No es tarea menor, y como en el ejemplo de Egoyan (Canadá 1960, de origen armenio) muestra lo banal de querer mostrar un dolor que es inenarrable y gira su historia sobre otra historia, es lo mismo que hace Neill Blomkamp, en su Sector 9 (Sudáfrica, Nueva Zelanda, 2009) que ficcionaliza la historia porque si no sería un film aleccionador, demagógico y de exportación de miseria; incluso su origen sudafricano le permite ciertas observaciones que de otro modo serían de mal gusto o inclusive de ribetes fascistas.

Trabajar con el dolor debiera superar el voluntarismo del teatro vocacional: el tema lo amerita, el texto lo amerita, el dolor ajeno lo amerita.

Ojos de arena salta entre géneros como se salta una tarde de primavera los charcos de una vereda, desde el realismo costumbrista al naturalismo, pasando por cine trash, haciendo una muestra gratuita de discrecionalidad psiquiátrica, como gratuito se convierte en el transcurso del film la escena por el pago de la sesión, (¿acaso las mujeres son mezquinas o gordas?) mostrar sólo en términos de intercambios económicos el psicoanálisis ya es sesgado, con la consiguiente introducción de una medium (new chamanismo o chamanismo a la carte) sin profundizar en las causas y motivos de nadie parece querer abarcar mucho y apretar poco, es más una historia que no parece quiere ensuciarse con la propia historia que cuenta; mucho racionalismo para creer en brujas, un psicoanálisis en el que finalmente “à la carte” se descree, padres pusilánimes pero madres empastilladas y alcohólicas, y sin ser muy maliciosos, el film deja un regusto sucio a que toma se usó la operación de prensa contra el ex Juez Zaffaroni termina exulpando a una persona que sí alquilo. no a unas mujeres, sino a chulos, exculpa a un responsable directo, a un mirón responsable de la desaparición de su hija.

Si el cruce de historias quiso ser inteligente y homologar a un Dario Argento, mezcla conejos con lobos, porque no separa las aguas y finalmente es todo lo mismo.

El final propiamente dicho deja, o por lo apurado del armado, por cansancio de los guionistas, o vaya saber por qué , que detrás de lo que se narra hay otra historia mucho, mucho más turbia, cosa que es injusta para los padres de chicos desaparecidos.

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Written by Csaba Herke

Docente de Estética en la FADU