Sector VIP, la lencería lo dice todo

Csaba Herke
Sitio Leedor
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5 min readJan 28, 2021

El agua podrida, estancada, los esputos, la enfermedad; un sonido en busca de cierta complejidad experimental promete estar frente a un gran film, la composición tipográfica apoya la idea.

El repentino movimiento de cámara, que pasa de la visión simbólica, (lo microscópico), a la objetivación de la misma, (el burdel de provincias, con un primer plano en la que una mujer se fotografía frente a un auto deportivo) hacen de la metáfora una alegoría, y con esto marca el fin de toda esperanza.

Desde el inicio, los diálogos y su actuación están de tal manera marcados que los personajes se vuelven irreales o que es lo mismo, no condicen con la posibilidad que brindan los propios actores; el director parece desconfiar de lo que puede decir él, la cámara y la actuación; los diálogos están puntuados de manera tal, que pareciera que es alguien que cultivó apasionadamente la telenovela latinoamericana, alguien que escribe pero que no habla, hablar transforma las enunciaciones, las respiraciones, las tensiones, incluso muchas palabras funcionan en un idioma y no en otro. Doblar a un actor no siempre es buena idea y no doblarlo también, que la actriz principal (una supuesta niña de “provincias”) hable desde el principio un perfecto porteño es un ejemplo de lo que se dice.

Mientras avanza, el film parece entrar en caída libre sobre cómo se piensa una mujer hoy. Deja el regusto de que el guionista mira a la mujer desde tres lugares, el de zorra, el de entregadora y finalmente, producto de la locura que desata su sexualidad, el de la mujer que justifica la violencia contra ella.

El film es casi explícito en mostrar que la violencia brutal contra la mujer es producto de desobedecer o de querer ser algo que no puede por sus propios medios. Todo el tiempo se regodea en mostrar que la protagonista se arroja a los brazos del victimario, pero deja en segundo plano, casi de modo cobarde, que también dice, porque lo dice, que ella está “marcada”: alguien la entregó, el transcurrir del film parece señalar a la madre misma, dicho ésto de manera más o menos implícita: la historia misma se convierte entonces, en lo que se suele llamar un “tiro por elevación” es decir, más allá de la historia que cuenta, levanta un velo de sospecha sobre la historia de la desaparición de Marita Verón y la responsabilidad en el mismo de Trimarco, o sea su madre.

El discurso del film se parece al discurso del cura pedófilo que afirma que no hizo más que lo que sus víctimas querían, trueca la víctima por una “zorrita” una chica ligera de cascos al mejor estilo de las fantasías masculinas tan cantada en los tangos, sin detenerse en ningún momento en la inocencia de una chica bonita de provincias, que por sexo que tenga con el ferretero no conoce de operaciones politícas como tampoco de drogas fuertes al que se introduce con la misma liviandad que se introduce al Mustang, coche, cuasi protagonista desde el primer plano largo del film manejado por un personaje sórdido pero al gusto y moda del centro económico o microcentro, el que sólo puede ser supuestamente simpático en un film de Ferreri o Brass. El coche y su conductor no hacen más que reforzar la idea de que todo el film está marcado por un sesgo de fantasía masculina,

La fotografía llamativamente buena, es simple pero eficaz, pierde por apuro la posibilidad de grandeza, de la grandeza de las imágenes del Río de la Plata y su ribera (que el actual gobierno de CABA se empeña en privatizar), de las sudestadas, de los amaneceres que ilumina la ahora city, de que el propio Río se vuelva imágen de lo que al periodista, supuesto protagonista secundario, le sucede, que se vuelvan las turbulentas imágenes de su desesperación, todo perdido en una falta de continuidad entre toma y toma, por el apuro de un cierre comercialmente aceptable.

Los personajes esperables, están en el momento esperable, no los hace especiales sino obvios; el periodista en decadencia lleno de premios es una caricatura de los antológicos personajes que Redford sabe contar con los restos de la bandera norteamericana rescatada de Vietnam, enmarcada a sus espaldas.

Una trama que intenta ser interesante a fuerza de montaje, es arruinada por diálogos obvios, gestos que sólo repiten las palabras, no hay tensión ni evocación, no hay perplejidad, sólo tedio invade cuando sucede lo que debe suceder según el manual del bien pensante.

Uno de los tantos mitos argentinos, para el deleite exclusivo de los argentinos, es la belleza de sus mujeres, los rusos hablan así de las rusas y los húngaros de las húngaras, por algo un mito es un mito, las chicas lindas son todas gatos, lo reafirman imágenes que llegan estos días de la fiesta ilegal de yates en la ribera de la ciudad Rosario, en la provincia de Santa Fé, pero lo que no cuentan que detrás de esa belleza hay laboratorios farmacéuticos, médicos y sanatorios que en lugar de habilitar abortos para mujeres en franja de riesgo ponen pechos y cortan narices a menores de edad para entregarlas a políticos e hijos de sojeros.

Sin ninguna transición, pasa de un momento al otro dejando el sabor también falso que todos empujan a todos, pero las mujeres empujan más, empujan a través de la escuela de los hijos, a través de las deudas de la casa, a través de la “pilcha”, los hombres tienen deseos, las mujeres empujan a los hombres, justifica la violencia de género; finalmente están dando vueltas sobre la misma historia que naturaliza las formas de violencia. Como dije antes, lo que puede ser metáfora se vuelve alegoría permanentemente, no es reaccionaria inteligente a la manera de un Schumacher, es reaccionaria sin vueltas, la mujer buena es la que se queda en casa.

El agua, el río, los desechos de la ciudad, imágenes que podrían ser fuertes metáforas, se vuelven ilustrativas imágenes, donde se reconocen algunas lecturas académicas como la del momento en que Luis Machín mira las velas de los parapentes sobre el río, como (ahora) alegoría de su libertad perdida.

El corazón de un hombre de 30 es voluble, tonto, ingenuo, cuando se pasa los 30 si quiere pecar de ingenuo es vil, miserable, palurdo. Lo que son buenas metáforas iniciales, finalmente son puestas en escena que rememoran a Lynch pero que no lo profundizan, el “costado” infernal no es más que una calavera de decoración, o el diablo no es más que una parodia de un reconocido periodista de la política argentina, la caída de la veladura es esperable, nunca tan esperable, no hay mujeres buenas, las hay prostitutas o entregadoras, pero el mundo sigue siendo de los hombres y estos sólo son abusivos.

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