Soledad Dolores Solari, mucho gusto

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6 min readNov 24, 2023

Por Abel Posadas

Sí, es uno de los personajes creados por Antonio Gasalla. Su nacimiento y recorrido implican una década de la TV, aunque en diferentes canales. Cuando el 8 de mayo de 1994 se inaugura en Canal 13 El palacio de la risa, esta criatura de apellido Solari conoce, a nuestro juicio, su mejor época.

Gasalla, nacido en 1941 en Ramos Mejía se había dado a conocer -en conjunción con Carlos Perciavalle, Nora Blay y Edda Días- a comienzos de la década del 60 en un espectáculo llamado Help Valentino que se transformó, al menos para el under porteño, en un acontecimiento. Historiar aquí la carrera de Gasalla -o de sus compañeros de generación en el rubro del humor- seria algo excesivo. En youtube es él mismo el que se encarga de hacerlo en valiosos reportajes. Sabemos de su formación intelectual, de su autoexigencia, de su necesidad de constante cambio. Llegó en primer término al teatro profesional y luego a la TV, pero el cine no lo requirió en la misma medida. Por consiguiente, a las temporadas teatrales, se le agregaron programas de TV que fueron pavimentando el camino hacia una enorme popularidad. Su capacidad autoral se hizo más que evidente en el canal 7 a fines de la década del 80 para integrar luego el elenco de canal 9 y ser contratado después por Canal 13 donde cristalizo El palacio de la risa.

Lo hasta aquí expuesto nos permite deducir que el humor de Gasalla atravesó cuarenta años del siglo XX. Y significa, de paso, que el lapso 1960–2000 no es precisamente tranquilo y que, en ocasiones, hubo momentos en que el humor se fue casi a pique.

NO, ESO NO ES PARA MI

El enorme éxito del Gasalla televisivo coincide en la línea de tiempo con el menemismo que cabalga entre 1989 y 1999. Alguna relación tiene que haber entre el mundo imaginado por este creador y un pais en el que se vende desde el petróleo hasta el agua, pasando por todo el espectro audiovisual y los ferrocarriles, sin olvidarnos de la siderurgia. Es el reino de las jubilaciones privadas -AFJP-, de los caudillejos de provincia comiendo con la resucitada Mirtha Legrand, de las fabulosas orgias de politicastros, de la convertibilidad.

En medio de todo eso, los personajes de El palacio de la risa intentan hacer los deberes gambeteando a los terribles atentados que sufrieron tanto la Embajada de Israel como la Amia en 1992 y 1994. Si los personajes que habitan el programa nos parecen locoides, nos vamos a centrar en uno de ellos: Soledad Dolores Solari. Vestida siempre de negro, incluso casi el mismo color del pelo extremadamente largo y lacio, con zapatos de uno o dos números más grandes, a veces se la puede sorprender en reposo, escribiendo su diario en el que como ella misma confiesa no hay nada interesante.

En los sketches estudiados, correspondientes a 1994 y 1995, Soledad estará acompañada por su madre (Clotilde Borello), su amiga (Verónica Llinás) y un infaltable pretendiente, Pedro (Roberto Carnaghi). La madre, en sus frecuentes ataques de indignación, llega a verbalizar el deseo de que Soledad desaparezca para siempre. Su amiga Chabona es leal y trata de que esta criatura salga de su casa y viva. Altamente sexuada y siempre con ganas, Chabona intentara por todos los medios que Soledad pierda de una vez por todas la virginidad. Sabemos que ha intentado tratamientos con psicólogos, pero uno de los profesionales se ahorco y el otro la deja plantada para irse a almorzar. Solo Pedro, un hombre al que se le pueden calcular mas de cincuenta años, le permanece eternamente fiel y siempre con la idea de llevarla a la cama. Este personaje, suponemos que por idea de Gasalla, pero también de Carnaghi, tiene la vestimenta propia de los compadritos de las décadas del 30 y del 40 y, oh sorpresa, habla con la entonación de Carlos Gardel y su repertorio tanguero es infinito. A esto se añade la recurrencia al lunfardo, algo que desorienta a Soledad y, en su delirio, le hace suponer que el galán es extranjero y que pretende casarse con ella para conseguir la nacionalidad argentina.

VIAJES, ESPEJISMOS, ESCAPE

Una mujer que ha llegado, supongamos, a los 35 pasados, con un miedo al aislamiento que raya en el delirio -no puede verse sola y siempre grita por compañía-, alguien que por un particular mecanismo del razonamiento se ve constantemente agredida, una muchacha incapaz de permanecer nada mas que unas horas en el lugar adonde concurre a trabajar, debe por fuerza poseer alguna vía de salida. En el caso de Soledad se trata de los relámpagos que le permiten refugiarse en mundos fantásticos con personajes esotéricos y alejados por completo de la aburrida cotidianeidad. Sabe que le fallarán los intestinos, pero insiste en perseguir esa quimera que, por un momento, la libere de una realidad a la que no comprende y que la agobia. En este aspecto, nos encontramos con una aproximación a Roberto Arlt y a su obra de teatro Trescientos millones. Hasta el tal Pedro se nos presenta, a veces, como otra invención de Soledad. Y una invención que no siempre responde y como modelo de hombre es capaz de arrimarse a la obesa madre de la anti heroína. A favor de él, hay que decir que siempre estará allí en los momentos de peligro.

En este sketch que tiene una duración máxima de doce minutos, al menos entre 1994 y 1995, la teleaudiencia está expectante porque que debe prestar atención a los curiosos razonamientos de Soledad, emparentados con los del señor Rogelio, el hombre que razonaba demasiado, el de Tía Vicenta. Si, por ejemplo, comete un error -la devolución equivocada de sotanas- su ego infantiloide la hará saltar no solo hasta el Papa sino a la condena del infierno. Su madre es buena maestra, puesto que le indica que de existir la Inquisición moriría en la hoguera. Ella sabe ser el centro del sistema planetario cuando se da cuenta de que se ha equivocado y se lo hacen notar, a veces con golpes o humillaciones que la cámara no registra. Es el código verbal el que informa.

EN LA FM DE VILLA LURO

Otro de los empleos singulares para este personaje es el trabajo como locutora nocturna en una emisora barrial. Ahí también, cuando queda sola en el pasillo, aparece el ángel salvador. No es otro que Pedro y añadamos de paso que a Soledad le gusta saberse deseada y, en especial por alguien que como ella pertenece a un pasado histórico. Cuando se le piden certificados del Cosal o del Iser, ella responde que ha traido el de la escuela primaria y también las vacunas. La Chabona, que la ha acompañado, arremete contra el cuerpo del técnico de sonidos. Es en este sketch donde la pareja central parece concebida por su creador como remanentes de un pasado que no puede volver pero que se empecina en quedarse. A ella le gustaría el trabajo nocturno en la radio, pero cuando le avisan que miles de personas pueden estar escuchándola le sobreviene el accidente intestinal.

Y habría que agregar lo siguiente: durante el menemismo el lenguaje de los medios masivos no solo se sacó el corsé sino que se quedó desnudo. Las equivocaciones de Soledad al leer los avisos hubieran causado la misma gracia -o más aún- con el amaneramiento de lejanas décadas de la radio.

Pero sabido es que Gasalla fue siempre partidario de la crudeza en el lenguaje, algo que el público le había festejado desde los años 60. Y es aquí donde el menemismo y Gasalla se estrechan en fuerte abrazo. Esa actitud soberbia del “qué me importa” los hermana. Que el público se muestra muy conforme con este enfoque no solo del lenguaje sino de la pequeña burguesía perdida en el nirvana de décadas lejanas queda demostrado por lo siguiente: en youtube los antiguos televidentes han regresado para erigirlo en algo así como el rey del humor en la Argentina. Y habría que añadir que, si esto es verdad, nada ocurrió en el pais luego de 1999.

Sabemos que eso no es cierto.

Pero hablar de lo sucedido en Argentina durante el siglo XXI no corresponde en este escrito. Sí es interesante señalar que si la gente no ha cambiado no es simplemente porque añora a Gasalla sino porque estuvo y está muy conforme con lo que se denominó menemismo.

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