El oficio del MC: Lil Supa antes de un concierto

En Barcelona, con la sala vacía, el rapero venezolano se prepara para su presentación.

Santiago Cembrano
Lenguaje Roto
6 min readMay 21, 2024

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@rondontl

Faltaba más de una hora para que empezara el partido de esa noche en el Chase Center de San Francisco, pero miles de aficionados ya habían tomado su lugar. Llegaron temprano para presenciar la ya icónica rutina de calentamiento de Stephen Curry, el niño maravilla que transformó el baloncesto un triple a la vez y lideró a los Golden State Warriors a cuatro títulos: nunca alguien tan pequeño había ganado tanto en la NBA. Los aficionados observaron cómo Curry anotó desde toda la cancha, con la precisión de un francotirador y parábolas reminiscentes de la de un cohete que deja la Tierra para perseguir la Luna. Mientras driblaba entre sus piernas, Curry perdió el control del balón y se detuvo en la pintura para examinar el punto del parquet en el que el balón se le escapó. Si le pasara a cualquier otro habríamos asumido que se equivocó, pero ese es un movimiento que Curry ejecuta sin siquiera pensar: automático. El fallo tenía que ser de la cancha. Así lo confirmó una rápida revisión técnica. Satisfecho, Curry lanzó un triple desde el túnel y se da la vuelta con el balón en el aire. Penetró la red sin siquiera tocar el aro.

La grandeza se expresa en los partidos, pero se construye en los entrenamientos, en los calentamientos, en la rutina. Una rutina metódica, que cuida cada detalle, que encuentra en la repetición incansable la llave del triunfo seguro. Marlon Morales, que se compara con Curry en “Fresco & Sucio”, sube al escenario de Razzmatazz minutos antes de que el reloj marque las 7 de la tarde y se acerca al ingeniero de sonido que está a un costado. Lo saluda y le pregunta su nombre; hace lo mismo con el que está en el medio de la sala. Prueba el micrófono y se mueve con la seguridad de un profesional veterano, que ha hecho esto tantas otras veces. Está relajado, pero eso no le quita precisión a sus instrucciones: que, por favor, abran el sonido afuera y le suban a la base en su in-ear. DJ Swet, su escudero durante su paso por España, pincha “Asalto” y Marlon empieza a rapear, lava que se calienta al interior del volcán: Acelera si ladran, fuego pa’ los mozos de escuadra / Ponte una musiquita malandra.

Barcelona está soleada este miércoles 17 de abril. Podría ser un jueves de mayo o un domingo de marzo. Ya pasaron los conciertos de Bogotá, Medellín, Madrid y Tenerife. Vienen los de Santiago, Buenos Aires, Pereira, Bogotá, Ciudad de Guatemala, San José, San Salvador y Ciudad de Panamá, finalmente, el 6 de julio. Lil Supa, el nombre de guerra del venezolano está de gira. La gira es larga, internacional, intercontinental. A algunas ciudades llega como un viejo conocido y a otras con la expectativa de las primeras veces. La música en vivo es volátil, y este procedimiento, lento, cuidadoso, le permite caer con gracia desde las alturas con la certeza de que ahí está la red que lo sostiene. “Ponte un drumless para probar todos los niveles”, le pide a Swet. “Como ‘Cloaca’”: Sigo mi rumbo sin pensar en nada, modo zombie / Pongo un playlist de CNN en el móvil, suena “T.O.N.Y.” / Un gato fuera del burdel con sus homies / Cazando a la del bolsito Chanel con el bloody money. Que le suban más a la base en el in-ear, por favor.

Cada parada de la gira es la oportunidad de reunirse con amigos y colegas. En Barcelona vive Rxnde Acozta, rapero cubano del que más tarde, durante el concierto, Marlon dirá que se hizo venezolano desde que pisó Venezuela. Hoy ambos están lejos de sus casas, y vendrán a escucharlos rapear muchos que no saben si puedan volver, que, como insiste Rxnde cuando hablo con él en el camerino, trabajan para mandar plata a su tierra. “¿Eres policía?”, me pregunta Rxnde, serio. “Haces muchas preguntas”. Cuando llega el momento de practicar “Caimanes y caballos”, Rxnde sube a la tarima. La ensayan como planchándola y quitándole cada arruga, hasta que quede perfecta. La calidad con la que luego la ejecutarán depende de la paciencia con la que puedan escuchar la base repetirse una y otra vez, recitar sus estrofas una y otra vez: El hip-hop no estaba muerto ni de parranda, estaba aprendiendo a rapear con los de mi banda. Les toma más de cinco intentos, pero al fin están satisfechos.

Rxnde baja del escenario y se queda para presenciar el ensayo del siguiente invitado, que acompaña a Marlon durante los tres conciertos de España: Dannigaz. El que le enseñó todos los elementos del hip-hop, dice Marlon en el concierto, antes de que un bboy rompa el aire con sus movimientos; el que lo puso a escuchar rap francés; el que abrió camino para el rap de Maracay. Practican “Supremez”, producido por Afromak, y Rxnde la conoce como si fuera suya, murmura cada palabra. Son temas de hace veinte años en una gira que también funciona como museo de todas las etapas del MC venezolano: de sus inicios a Supremacy hasta un skit de Metal, su disco con Nichess One y 3M5, pasando por “Mista Uanteik” y buena parte de SERIO. Marlon ya está caliente: no creo que llegue al 1.70 de altura, pero cada paso suyo se siente enorme. Aunque no hay nadie en la sala, su despliegue es eléctrico. Es un tema de oficio, y el oficio se trata de que luego de cientos de conciertos en su vida, luego de tantos en tantos días, haga sentir a los presentes como que este es el único que importa. Swet, otro maratonista de la gira, se queda practicando scratches y puliendo pequeños errores.

“Y pensábamos: ¿cómo le podemos sacar plata a la música?”, recuerda Reke, estandarte del rap venezolano y líder del grupo Guerrilla Seca, de esa época en que Ares era la mayor plataforma musical y eras arrogante, además de iluso, si esperabas cobrar por una presentación. “Yo lo visualicé en algún momento”. En muletas, con una rodilla operada por una lesión que aún no comprende, desafió a su doctora para venir a presentarse mano a mano con Marlon en “Códigos de honor”, de su álbum Tranquilandia (2021). “Fue el que inspiró a Ríal Guawankó y Gegga, el que estaba adelantado de lo que estaba pasando en el país”, dirá Marlon más adelante. Cuando él rapea, hoy o cuando sea, donde sea, siempre se detiene a rendirle respeto a los que estaban ahí cuando él llegó al hip-hop. YEYO, de hecho, puede entenderse como una actualización del rap callejero venezolano, el alumno que recibe el testigo de maestros como Reke, que prende un bareto. Marlon lo rechaza: cuando fumaba en la épcoca del colegio, volvía a casa confundido, con la patineta en la mano y algo de comer. No es lo suyo.

En la Concha Acústica de Maracay, en 2001, Marlon pisó por primera vez una tarima seria. Le hizo los apoyos a Dannigazz y fungió como bboy. Colombia y México fueron sus primeras giras, recuerda, hace quince años. Giras entre comillas, aclara: con un par de conciertos se lanzaban y empezaban a hacer tratos con promotores que los contactaban por Facebook para ampliar las fechas y aprovechar el viaje. No había certeza alguna. Y apuesto que se siente bien recordar cómo todo ha cambiado frente a un plato de maní, aceitunas, jamón y quesos, y el agua a la exacta temperatura que la desean: al clima. No es nada suntuoso, pero comparado con las condiciones con las que empezaron, quizás es más de lo que podrían haber imaginado.

A las 9:10, Marlon y los suyos se abrazan. Casi dos horas después, el concierto acaba con “Luz” y un man que le muerde el cachete a su novia de la alegría. Es un conciertazo, claro: sala llena, cada tema una bomba, cada aficionado satisfecho. Marlon se despide y les agradece a los ingenieros de sonido por su trabajo. La magia está en los detalles.

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Santiago Cembrano
Lenguaje Roto

Autor de ‘La Época del Rap de Acá’ y ‘Normas Rappa’ // Antropólogo. Escribo de rap, música y cultura.