Kung Fu, Pulitzer y rap: gracias Kendrick Lamar

El rapero de Compton, California, demostró por qué es el rapero más grande del mundo en su presentación de Estéreo Picnic

Santiago Cembrano
Lenguaje Roto
5 min readApr 6, 2019

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“Pulitzer Kenny”, decía la pantalla ¡Qué hijueputa! ¿Cuántos músicos pueden presumir así, en pleno concierto, frente a miles de personas extasiadas por la música y la fiesta? Ese siempre ha sido el gran logro de Kendrick Lamar: diseñar canciones que sean bailables y pegajosas, aptas para una audiencia masiva, sin dejar de meterle todo el contenido posible. Ejemplo, “Swimming Pools”: probablemente la mayoría de la multitud que coreó anoche ese tema de good kid, m.a.a.d city estaba impulsada por una combinación de alcohol y drogas, mientras Kendrick Lamar rapeaba sobre los peligros de beber y beber sin parar. Y aún así la fiesta iba subiendo.

El concierto de Kendrick Lamar Duckworth hace unas horas en Estéreo Picnic me hace dudar de mi conocimiento del español: los adjetivos no me alcanzan para describir lo que sentí saltando y gritando por más de una hora, viendo y apreciando a uno de los mejores artistas del siglo XXI hacer lo suyo. En Colombia se han presentado raperos de una calidad superlativa: Sean Price, Snoop Dogg, Ghostface Killah, Masta Ace, por decir algunos. Pero nunca se había presentado un rapero tan enorme como Kendrick Lamar, quien, siendo tan mainstream como, digamos, Drake, tiene el respeto del rap que otros artistas pop que rapean jamás podrán ni soñar. Ya por eso era un día histórico. Nunca ningún artista tan bueno, tan grande, se había presentado en Estéreo Picnic en el tope de su carrera, como Kendrick, quien no está de bajada o ve sus años mozos por el retrovisor, sino que está en la cúspide, solidificando su argumento como uno de los mejores de todos los tiempos.

Kendrick, generoso, no solo dio un concierto: dio clase de cómo hacerlo. Estuvo acompañado por una banda espectacular que lograba darle un dinamismo a sus canciones que las hacía vibrar y explotar de formas distintas a las de los discos, y todo sonó perfecto y hermoso. Podría ser este un artículo solo sobre cómo la banda logró acoplarse a los beats y al sample, respetándolos pero aún así dándoles una energía nueva, pero tengo que acabar de escribir para bañarme y salir al segundo día de Estéreo Picnic.

Hay artistas que dan buenos conciertos y sus canciones suenan igualitas a como suenan en los discos. Eso no es malo, es meritorio poder enfocar el talento de tal forma que el resultado sea el mismo que el de un entorno calculado como una cabina de grabación. Pero los mejores, como Kendrick, lo llevan más allá: hacen que las canciones en directo sean novedosas; quizás estirando una palabra, rapeando unas líneas con un flow distinto, añadiendo inflexiones melódicas, reinventando su música porque la controla totalmente. Eso hace de la experiencia en vivo valiosa en sí misma, más allá de que las canciones originales sean buenas.

El público tenía más ganas que conocimiento de su obra; era claro que de muchas canciones solo conocían el coro. Eso podría ser fatal para un artista tan enfocado en la letra como Kendrick, pero precisamente ese fue su logro, hacer un concierto brutal a partir de sensaciones y melodías y coros y energías. Y lo hizo sin despeinarse: me sacudió lo dueño que era de sí mismo, del escenario, sin gritar ni hacer un movimiento brusco. Él, tan pequeño que si estuviera en el público no hubiera podido ver nada, llenaba el escenario Tigo a punta de carisma. Nunca levantó la voz e igual esta retumbaba. Es más, por momentos parecía más dialogando que rapeando, y lo digo como un cumplido: el sentimiento era totalmente orgánico. En todo caso, el público si podría haber sido mejor y reconocer a la figura masiva que tenían al frente dejando la piel en la tarima. Pero en fin, el público colombiano también es momento de otro artículo.

Esta compostura también se vio reflejada en su cuerpo: cada movimiento desembocaba en otro, nunca se rompía su flujo. Bien elegido el nombre de Kung Fu Kenny: la forma en que utilizaba la fuerza y la energía para canalizarla y devolverla parecía aprendida en algún tipo de arte marcial. Y mientras tanto la sabana de Cundinamarca ardía. Él lo sabía, pero era como los 10 de antaño: sin esfuerzo, tranquilo, iba veinte pasos más adelante que el resto, y halaba los hilos necesarios para que la energía se mantuviera alta.

Su concentración era total, incluso hacia adentro. Por más pop y fiesta que fuera el público y Estéreo Picnic, a la hora de rapear, Kendrick rapeó más que un hijueputa. Eligió bien sus batallas, un concierto así no requiere rimar todas y cada una de las palabras de sus letras. Jugaba con los silencios y las pausas, y luego se dejaba ir en rapeos agudos y precisos, de una forma que se veía tan fácil que quizás no fue apreciada lo suficiente.

Qué decir de su atuendo, una sudadera de Nike roja espectacular que, seguramente, nadie volverá usar en la historia humana. Qué decir de su entrada, con un video estilo Kung Fu Kenny que narraba su búsqueda y su lucha metafóricamente, para luego romperlo todo mientras, enmascarado, interpretó “DNA.”. Qué decir del resto de los visuales, una película por la que pagaría una (o las que fueran necesarias) entrada a cine.

No sé, todavía estoy procesando todo, apenas han pasado doce horas y la adrenalina sigue siendo electricidad en mi cuerpo. Gracias Kendrick Lamar.

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Santiago Cembrano
Lenguaje Roto

Autor de ‘La Época del Rap de Acá’ y ‘Normas Rappa’ // Antropólogo. Escribo de rap, música y cultura.