Tiempo y vida.
Miro detenidamente las manecillas del reloj y mientras cumple un giro, recuerdo lo valioso que el tiempo puede llegar a ser. -¿Cuándo fue la última vez que aprovechaste el tiempo? Me cuestionó mi subconsciente.
Si algo es cierto es que el tiempo ya no vuelve, todas las cosas que se hicieron quedan olvidadas, arrumbadas como un cachivache en una sola y lúgubre bodega.
Y es que a veces pienso que tengo tan asegurado el tiempo. Aquellas cosas que pensé por la mañana, hoy no se lograron solo por desgana, decidía o peor, por miedo. Miedo, aquella sombra que te sigue y cuestiona cualquier paso que la valentía desea dar. ¿Cuántas cosas se perdieron en el tiempo por la pesada sombra del miedo? El miedo consume y con él se va el tiempo que arrastra inevitablemente la vida, mi vida.
La simple costumbre de despertar cada día sin tener la noción de la oportunidad que tengo, hace que vea el abrir los ojos cada mañana cómo algo simple y banal, como si fuera un hecho que debe ocurrir ineludiblemente cada mañana.
¿Acaso he desperdiciado mi tiempo? El tic tac del reloj se escucha desafiante, como provocándome para encontrar respuestas, tomar decisiones y ejecutar acciones. Quizá es verdad que nunca medité el valor del tiempo, que sin darme cuenta consume mi vida lenta y vigorosamente.
Hoy me pido aprovechar el tiempo haciendo cosas que llenen alma, mente y corazón. No callar la necesidad de decir un “te amo”, “te quiero”, “te extraño”, porque nunca se sabe cuanta vida le prestó el tiempo a la persona querida.
Disfrutar cada momento, así este sea triste, así sea una mala racha. Tomar aquellas lecciones que éstas nos dejan. Deseo en verdad aprovechar cada instante, cada segundo que el tiempo me brinde.
Tiempo y vida, sin pensarlo van de la mano, sin pensarlo avanzan, sin pensarlo se extinguen y ya no vuelven, ya no.