El maravilloso arte de comprender

Leticia Estevez
Letras Viajeras
Published in
4 min readOct 17, 2021

En el mundo existen dos tipos de personas: Las que son comprendidas y las que nacieron para comprenderlas. Es una verdad tan simple como potente. Una verdad clara y ordenadora que me ayudó a comprender la razón de ciertos dolores y una decena de decepciones.

La cosa es así: Hay gente que nació para ser comprendida, recubierta por un halo protector que le da vía libre para decir lo que le pinte, para reaccionar como leche hervida e incluso destratar a quien se le cruce por el camino sin que ello afecte en lo más mínimo la manera en la que el entorno lo percibe. Hay gente que actúa de manera infantil, que se hace la boluda sin ningún tipo de reparo y deja de lado todo tipo de responsabilidad afectiva por el simple hecho de que hay otro grupo de personas que se lo permiten.

En ese otro grupo entro yo. Entramos unos cuantos. Tal vez vos entrés también. Este es el grupo de los que comprendemos. Pase lo que pase debemos comprender a este otro grupo porque ellos/as “son así”. Alrededor de los comprendidos está siempre el coro de los que comprenden, elevando su voz al cielo diciendo “Y viste como es ella, su carácter es así”. Y es ahí donde hacemos silencio y aceptamos.

Photo by Ankush Minda on Unsplash

Este breve ensayo puede resultar una estupidez pero vino a cabeza y a mi corazón hace un año atrás, mientras hablaba con una amiga del trabajo. Ella me preguntó por qué estaba distanciada de una persona que tenemos en común y yo le expliqué mis razones. Razones que hasta el día de hoy sostengo. Cuando terminé de explicar los motivos ella, sin ningún tipo de mala intención, me dijo: Bueno Le, vos viste como es ella, el carácter que tiene, siempre fue así…” Si, claro que lo vi, claro que la conozco, solo que no estoy dispuesta a tolerarlo más, le contesté. Ya no. Y fue ahí cuando me di cuenta del grupo en el cual me encontraba, de que siempre formé parte de los que comprenden…

Pero todo esto se volvió más evidente con la muerte de mi mamá. Pucha! Que momento doloroso para darme cuenta que estoy más sola de lo que pensaba, de que en realidad un duelo se transforma en muchos otros duelos de personas a las que yo comprendía y decidí no comprender más.

Mi mamá falleció un 9 de julio, feriado en Argentina. Ese día solo dos personas tocaron el timbre de la casa de mi hermana para darnos el pésame y acompañarnos. Algunos pocos me llamaron por teléfono y otros — la gran mayoría — me mandaron mensajes de WhatsApp. Gente muy cercana, de esa que se sentaba en las mesas de cumpleaños repletas de comida que preparaba mi vieja, optó por mandar un mensajito escrito por WhatsApp. Y ni hablar de los que se llamaron a silencio porque, claro, estaban peor que yo.

Y no estoy exagerando. Hasta eso me han dicho. Yo debía comprender — una vez más — los desaires y la falta de compromiso afectivo del resto porque estaban más apenados que yo por la muerte de mi propia madre. Eso sí que era revelador. Se podría decir que llegué a coordinar el grupo de las personas que comprenden. Ese día me gané la medalla. Ahí estaba yo, una vez más, entendiendo al resto.

Y claro, es que a nadie le divierte o le hace feliz llamar a alguien a la que se le ha muerto la madre. Mucho menos trasladarse y hacerse presente - manteniendo la distancia — para contener al otro o verle llorar. Ya sé que no es como ir a un cumpleaños, a un bautismo o un Baby Shower (si, estoy siendo irónica aquí), pero vamos hay cosas en la vida que deben hacerse por el otro, sin más. A veces toca correrse del grupo de los comprendidos, aquietar el ego un poco y preguntarse ¿Qué corresponde hacer en este momento? ¿Qué rol debo ocupar ante el dolor del otro? ¿Dónde debo estar?

Photo by Sigmund on Unsplash

Y esa misma pregunta me hice yo, unos meses después de aquel mar de desaires. Por mi parte, me propuse dejar de sostener lo que se reveló como insostenible. Dejar de justificar las acciones y no acciones del resto por el siempre hecho de que “son así”. ¿Saben qué? Yo también soy así.

No puedo creer las horas que invertí en los compromisos sociales de gente que ni me llamo para darme el pésame, que se hizo la boluda conmigo y con mi familia de una manera poco sutil. Ni hablar de las horas que invirtió mi vieja, que si se levanta de la tumba los mandaría a la mierda como solo ella sabía hacerlo.

Y bueno, sin tanto detalle, fue así como me fui agotando. Me cansé un poco de ir de aquí para allá, de cruzarme toda la ciudad para encontrarme con gente no tiene la mínima predisposición de trasladarse a un radio mayor a un kilómetro de su casa. Ya no quiero estar en contacto con personas que, ante el primer espacio de poder que ocupan, no dudan en llevarse puesto tu entorno más cercano. Pocas energías tengo de forzar reuniones que otros no tienen intención de generar, de estar resolviendo problemas que no me pertenecen y mucho menos de sostener vínculos que se acordaron tarde de retroalimentar.

Es momento de que los comprendidos de este mundo comprendan que hay una persona que se cansó de comprender y que tal vez, luego de este post, hayan muchas otras más. Y que comprendan también que cuando se pierde mucho, acabas perdiendo el miedo a perder.

Leticia

--

--

Leticia Estevez
Letras Viajeras

| Aquí todo es Viajes y Poesía | It´s all about travel and poetry ✨