Carta a Elizabeth Schön

Francisca P
Legados Literarios
Published in
4 min readJun 22, 2024
Elizabeth Schon por Alberto Cortina
El abuelo, la cesta y el mar, de Elizabeth Schön

Oh, cómo es despertar con el canto de los estorninos, de los aviones, de las alondras. Se oyen fuerte como se oyen las alarmas en los colegios a la hora del recreo: es la hora del suyo. En el alba, los pájaros lo son más que nunca. Como los niños en el recreo, alzan las voces y juegan, se les oye desde lejos. Los primeros rayos de sol caen y yo aquí, te leo, Elizabeth:

Juan se pone de pie. Corre hacia la esquina. Escoge una rama caída y comienza a tocarla.

Después coloca en mis manos algo tibio, un tanto carrasposo, ¡es un nido lleno de pichones recién nacidos! Me imagino que así debió ser el sol cuando nació y lo pusieron sobre la tierra.

Me leo todo lo que encuentro tuyo y no puedo más que postrarme ante tus palabras. En ellas me reflejo, como en un espejo cóncavo que eterniza los momentos y los lugares. Buscándote desde el alba hasta el alba en que aparecías con el trino, y la fragante flor de una historia más. Eres como un despertar a la vida, a la poesía. En tus poesías y tu prosa no dejan de cantar los pájaros y eso me llena de emoción. Eres como una hermana lejana. Llamas a tus poemas textos del alma y yo quiero conjurarlos para hacer de tus poemas también los míos, pues en ellos me desnudo, soy yo. Hondo silencio, honda presencia del ser. Quisiste ser un árbol y no fuiste sino rama en la que se posa el gorrión, pero al cantar el gorrión, tú también cantaste. Te hiciste trino y te hiciste alba. Y todas las palabras nacieron contigo. El poder es vuelo que nunca despega porque no es de espacio, distancia, brisa. Ese es tu poder, extiendes tus alas y vuelas. Eres la esencia de un fruto que aromatiza el verano. Yo, aquí, mientras escucho a Bach y bebo un vaso de agua desvirtúo tus palabras y las hago río, océano, mar. En ellas descubro lo cotidiano, lo que el viento de los días va dejando a su paso.

El ser y lo divino, el hombre y sus circunstancias. Crecen sus actos como crecen las flores en los valles, sin que los advirtamos. Y yo ojeo a estas gaviotas, a estos vencejos, que auguran un verano lleno de sentimiento y palabras hacia la vida. Dime, Elizabeth, ¿cómo recordaste la luz de la naturaleza? ¿cómo la hiciste tuya? En tus palabras logro ver un nacimiento, un hálito que nace de esa luz, de esa templanza tuya hacia lo cotidiano. Pero lo íntimo sí conoce de la noche con el amanecer. Y es ahí, en esa transición, donde te he conocido y has nacido en mí. Y ahora creces como el agua y como un bebé que me pide alimento, al que le doy el pecho, al que nutro con vida y ternura. Para que aflore la sonrisa basta mirar la claridad de las aguas en su curso de blanco sol sobre la tierra. Y yo sonrío. Porque la claridad de las aguas es la claridad de tu poesía. Poesía que es guijarro, que es blanca, que es sol y es luna y polvo de estrellas.

Contemplo tus palabras como contemplamos a un niño recién nacido. Sonrientes. De ti salen nacimientos, salen cantos, y las golondrinas me visitan mientras voy despertando. La luz no se detiene. La luz se va agrandando. Los rayos de sol se vuelven movibles frente al ancho azul del cielo. Un cielo que nos determina, que determina tu voz pues en ese azul claro se reflejan tu pristinidad y tus anhelos. En tu alma albergas la presencia del vuelo. Lo reconoces y nos lo dices. Oh Elizabeth, has sido nacimiento también en mí. Un despertar vivo, lleno de ternura, de amor hacia la palabra, la naturaleza y lo divino. Eres un lugar a contemplar y entre cada crepúsculo y cada blanco hallazgo del renacer. […] Ocurre que por debajo de las hierbas los manantiales irrumpen y no es posible detenerlos. Como no puede detenerse tu poesía. Pues es rio, es mar, es océano, es vuelo y horizonte.

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