Carta a quien me enseñó la ternura

Daisy Follows Soft
Legados Literarios
Published in
5 min readJun 20, 2024

Miro hacia arriba, cuando las nubes son bonitas, y les saco fotos. Me invade esa sensación de infinita pequeñez que acompaña a la realización de que somos insignificantes y efímeros seres humanos. Sobre todo lo segundo, lo primero es más subjetivo. Somos temporales. Todos. Un día dejas de estar. Aunque yo siempre he querido creer en el cielo, ¿sabes? A veces pienso que tú estás ahí, como si fuera un sitio físico y, por ende, mis cartas te pudieran llegar.

Y lo hago: te escribo a menudo. No lo sabes ahora, ni lo supiste cuando sí que residías en un lugar físico, porque nunca te envié nada. Pero te escribo. Mientras crecía fue la forma que tuve de gestionar un duelo. La verdad es que no me di cuenta, hasta que te fuiste de verdad del plano terrenal, que he atravesado dos veces este mismo duelo. No te habías ido, pero sí que te habían arrancado de mí.

Así que llevo escribiéndote toda la vida.

Entre las cosas que te escribo tengo confesiones. Admito que, a veces, sueño contigo. Mientras duermo, voy a la cocina. Siempre estabas en la cocina. Y te hago preguntas. Recuerdo que te hacía preguntas de las que ya sabía la respuesta. Espero que no te moleste que lo admita. Las hacía cuando estaban echando anuncios en la televisión o porque me aburría de lo que estuviera haciendo y quería que me dieras atención.

También te hacía preguntas porque, en tu mirada, veía la ternura de creer que me estabas descubriendo el mundo.

Tú no lo sabes porque no me conoces, no has conocido mi versión adulta, pero creo que, desde entonces, he sido siempre así. Tiendo a hacer preguntas de las que ya sé la respuesta. Sobre todo a gente a la que quiero. Sobre todo buscando algún tipo de ilusión en sus explicaciones. No lo hago por ser un incordio. Ahora sólo hago esas preguntas cuando sé que mi interlocutor va a sentir algo respondiéndolas. Me pongo en ese sitio y dejo a las personas hablar con ilusión de cosas que ya sé y, aunque nunca encuentro tu ternura, a veces encuentro otras cosas bonitas.

Me sonrío, porque el recuerdo es dulce aunque se mezcle con todo lo amargo. Me sonrío viéndome correr por el pasillo hasta la cocina para que me dijeras cómo se decía en castellano “poma”, aunque sabía perfectamente que era “manzana”. ¿Sabes que soy traductora? Creo que es gracioso que sea traductora teniendo en cuenta que la mayor parte de mis preguntas eran bobadas sobre cómo se decía tal cosa en castellano. En tu idioma.

Fingí siempre ser más ingenua de lo que era y tú siempre me trataste con la ternura con la que se debe tratar a una niña pequeña. Me trataste con la ternura con la que el resto de adultos no eran capaces de tratarme. El contexto de nuestra familia era complejo, no creo que les viniese bien que yo naciera, que yo estuviera ahí en medio. Y menos molestando con mis historias y mis preguntas tontas. Pero tú siempre tenías tiempo para mí, para mis historietas inventadas, las mentiras que soltaba, a cada cual más gorda, y para las preguntas que me sacaba de la manga sin pensar mucho, sólo para que me las contestaras.

No quiero culpar ya a nadie. No quiero pensar en la madurez de unos ni de otros. Pero en esa cocina yo te decía: “¿Cómo se dice poma en castellano?” Y tú cogías una manzana del frutero y me decías con tu acento de Jaén: “pues manzana, mi niña”. Y yo protestaba: “uf, eso es mucho más largo”. Y te hacía gracia porque yo exageraba mucho cuando las cosas me daban pereza. Exageraba mucho todo el rato delante de ti. Es que tú eras una persona muy exagerada, llena de expresiones y ademanes, gestos de manos y resoplidos, y yo tan sólo un pequeño espejito que te perseguía a todos lados.

Todas las preguntas tontas y las preguntas serias se han quedado sin respuesta ahora. Porque no puedo preguntarte cuántas veces pensaste, en vida, en esa niña que iba a la cocina a verte fregar. No puedo preguntarte si mirabas a la esquinita, justo donde me colgaba del marco de la puerta y me veías dispuesta a iniciar cualquier conversación surrealista. Me gustaría saber si se te habría hecho menos o más doloroso conocer que yo a veces sueño que estoy colgada del marco de esa puerta. Añorando, incluso, que me riñeras si en lugar del marco, me colgaba del pomo.

*Maniobra de distracción ante la bronca*

-¿Cómo se dice pany en castellano?

-Pomo, mi niña.

Tengo preguntas que no se me ocurrieron de pequeña y que nada tienen que ver con la traducción de palabras, pero sí tienen que ver con conocerte y poder entenderte:

¿Cuál era tu segundo apellido? ¿Cuántos años tenías realmente? ¿Habías tenido algún novio antes del abuelo? ¿Por qué te casaste con el abuelo si ese hombre nunca hablaba? ¿Hacía falta tener una decena de hijos? ¿Cuándo se desenamoraron mis padres? ¿Era bueno papá de joven? ¿Qué pensaste cuando dejó embarazada a mi madre? ¿Había sido una persona diferente antes de ser todo lo malo? ¿Cómo empezó todo lo malo? ¿Cuándo? ¿Tenía que ver conmigo? ¿Cómo lo encajaste? ¿Cómo lidiabas con ese hijo sin romperte? Y en, en medio de todo el caos, ¿cómo seguías siendo capaz de guardar esa ternura para mí?

No sé si alguna vez me guardaste rencor. Si cuando supiste que ya era mayor, que vivía mucho más cerca y que no había ido a buscarte, ni una triste visita… No sé si te enfadaste. ¿Te dolió que no volviera cuando pude hacerlo? ¿Estás decepcionada conmigo? ¿Te rompí el corazón otra vez?

Me gustaría preguntarte, sobre todo, quién soy. Porque tú me llamabas mi niña y yo sigo sin recordarte diciendo mi nombre. Sigo sin ser capaz de recordar una sola vez en la que dijeras mi nombre, a pesar de que la noche antes de irte estuvieras llamándome sin cesar. Para que volviera. Dicen que lo decías de forma compulsiva, que me llamabas por él.

Ya la última duda que sé que no podré resolver, y que me atormenta a diario, es esta: ¿te diste cuenta de que volví o llegué demasiado tarde? ¿Me reconociste al lado de esa cama? ¿Sabías que era yo quien te cogía la mano?

Ojalá pedirte, no tan ingenua, que cómo se dice “t’estimo” en castellano. Quiero oírte decir “te amo, mi niña” con ese acento mientras me cuelgo de la puerta y tú barres la cocina.

Te voy a echar siempre de menos. Lo he puesto en alguna que otra de esas cartas que nunca he podido enviarte. En la despedida, justo antes de mi firma.

Te quiero.

--

--

Daisy Follows Soft
Legados Literarios

No sé si la sensibilidad es una virtud o un defecto. ~ he convertido esto en un diario