Querida poesía…

Francisca P
Legados Literarios
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3 min readApr 10, 2024
fotografía de Francisca P

Mi más querida poesía, te leo. Te escribo esta carta mientras leo Calmas de enero de César Antonio Molina, pero para nada pienso que los poemas, la poesía, sean inútiles, como dice en un verso. La poesía logra llegar allí donde la palabra emerge y donde la imagen se hace. La poesía resplandece entre la oscuridad y brumosidad de la vida, pues acentúa la luz, ilumina las cosas y los momentos como el tintineo de una vela en plena oscuridad. Como el Sol de invierno que se mete entre las sombras de los árboles. Le leo a César Antonio: ¿Cuándo podremos ser felices? Si en las tumbas crecen flores entonces ellos si lo son. Y cielos, qué imagen. La poesía está viva, no está para nada muerta. La poesía, en sí misma, es feliz, nunca triste. Pues en ella crece todo, florece todo, arroja todo a la vida como arrojamos las piedras al estanque o se arrojan las hojas caducas al suelo desde el árbol. Creo en la poesía porque creo en las imágenes. Creo, creo, creo. Y la leo porque creo.

Te leo, poesía, porque me ayudas a formar imágenes que de otra manera no podría hacer. Pues tus imágenes florecen desde el sentimiento, de la vida y la luz. ¿Crees que abril me robará estas flores que quiero tener en mi mesa y no encuentro? Las que tengo están casi marchitas y yo te leo para no marchitarme a mí misma. En ti florezco como lo hacen las margaritas, las peonías en primavera, el azahar en enero. ¿Por qué siempre hay que elegir? Termino eligiéndote a ti, tú que me otorgas la vida como nada ni nadie más lo hace. En este materialismo poético que tanto admiro encuentro una luz en ti, eres como un faro en medio del mar, de las turbulencias. Me agarro a tus imágenes, esas que me muestras y me obligas a mirar. Porque eres directa y siempre me hablas sin rodeos, aunque susurrándome como me susurra la música de Arvo Pärt. Susurras al oido y a los ojos a través de tus imágenes. Eres mirada pura y sensación certera. Cuando te siento, cuando te miro, los pájaros se arrojan a los tejados para otear el horizonte. Buscan y te encuentran como te busco yo y los encuentro. Hoy el cielo está más azul que nunca, no hay ninguna nube. Y quizá también estés en ese puntito infinito e ínfimo del firmamento, que se haya plano, como un color de seda que se refleja en esta taza de té de jazmín. Pasan las palomas sobre las calles, sobre el cielo, y la taza forma tu imagen al reflejarse ellas en ella. Dime, poesía, ¿no eres eso tú?

Me como una mandarina y en su olor hay un poema. Como también hay otro poema en estas manos que arrancan su piel. Como también lo hay otro al masticar sus gajos, pequeños, sin pepitas. La esencia de la mandarina es la poesía misma. Mis manos huelen a ella, mi boca está llena de ella, el salón empieza a tener un aroma a cítrico que empapa la estancia haciéndola más íntima y cotidiana. En esta mandarina está la pura imagen de la vida, y en ella está la poesía en todo su esplendor. Solo hay que saber mirar, que saber ver, que poder observar, que sentirlo en la piel, en la boca, en los ojos, en los oídos. Sentir el poema es vivir la vida con una desmesurada pasión, es vivir y degustar lo que provoca, es un gesto, un estremeciento que sale y nace de los sentidos.

No me quiero despedir de ti, poesía. Así que no me despediré. Esta carta será una carta abierta a la que poder volver siempre que quiera sentirte, siempre que crea haberte olvidado. En esos momentos tristes, volveré a ti y sonreiré.

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