Un breve recordatorio

De mí para ustedes, con un poquito de amor

Daniela Razo
+LETRAS
4 min readSep 4, 2017

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Una mujer voluntaria rescata a un niño sirio del mar en las costas de Turquía. Foto: AP / S. Palacios

Hemos llegado rápidamente a septiembre y a estas alturas ya debemos saber que el 2017 no será mejor que el 2016; Donald Trump sigue siendo presidente de Estados Unidos, las predicciones para las elecciones en México el próximo año no pintan nada bien, estamos a nada de una tercera guerra mundial, han muerto muchos grandes, Estados Unidos dejaría de apoyar a los ‘dreamers’ y la temporada de Game of Thrones ya se terminó.

Lo sé, el resto del año se percibe sombrío. El 2016 nos dejó casi en el suelo emocionalmente; nos mantuvimos, al menos de rodillas, con un poco de esperanza en la humanidad. El 2017 vino a dar el último golpe y ahora, mientras lloramos en posición fetal por todo lo que no ha sido, esperamos recuperar un poquito de fuerza para siquiera llegar gateando al 2018 y, fieles a las costumbres de Año Nuevo, volver a confiar en resoluciones esperanzadoras.

Pienso ahora en Albert Camus, en los cambios que sufrió su filosofía cuando se volvió parte de la Resistencia Francesa. Supongo que formar parte de un movimiento más allá de uno mismo termina convirtiéndote en un ser consciente de la necesidad de humanizarnos, a otros e incluso a nosotros mismos. Sin alejarse del absurdismo, Camus aceptó en sus últimas obras, mucho después de El extranjero, la necesidad de creer en algo y, vaya, de la moral.

También he recordado a Mijail Bajtín, quien propuso, sin profundizar tanto en el término, el acto ético que consiste en la relación ontológica del Ser con el otro. Bajtín estableció que éste, el Yo, se ha de reafirmar y conocer a través de las relaciones que forma con otros.

La idea de Bajtín tal vez nos sea más familiar en los términos de Ryszard Kapuscinski, quien ha construido toda su obra en base a la bonita Otredad: “Mi experiencia de convivir con Otros, muy remotos, durante largos años me ha enseñado que la buena disposición hacia otro ser humano es esa única base que puede hacer vibrar en él la cuerda de la humanidad”, escribió en Viajes con Heródoto.

Supondré que hasta aquí ya entendieron hacia donde me dirijo (siendo honestos, yo no). En los últimos meses, si no es que en los últimos años, los movimientos a favor de las minorías, de la igualdad y de la empatía hacia los que verdaderamente viven en crisis han aumentado a tal punto que ni la persona más oblivia está a salvo de ellos. Ya no se trata de tomar una posición a favor o en contra, sino de reconocer el valor de cada uno por igual.

Esto que leen aquí es solo un breve recordatorio. Hay mucha vida fuera de nosotros como para no dedicarnos a pensar en ella de vez en cuando. A veces hasta aprendemos más de escuchar a otros, de leer a otros; basta una pequeña dosis de la Otredad para recordarnos que no somos los únicos jodidos.

Basta mirar la fotografía de un niño en Medio Oriente, con el rostro terroso y los ojos grandes, verdes y claros, para saber que nos falta ser más humanos. Basta escuchar el llanto de alguien que lo ha perdido todo para que se nos canse la frialdad. Basta percibir la ansiedad de otros para sentir un poco de compasión.

Basta con salir un poco de nosotros mismos. En su ensayo “Esto es agua”, David Foster Wallace recomendó esta actividad como salvación de uno mismo: para salir de nuestra conciencia, nuestro principal enemigo. Lo que Wallace sugería era que dejáramos la arrogancia a la hora de pensar.

Y con base en eso, aquí me tienen, escribiendo como si quisiera que nos amáramos unos a otros, cuando de hecho es lo que menos me interesa. Reconocer a otros, ese acto cívico, no deja de ser un acto de egoísmo: es aferrarnos a nuestra humanidad, lo único que sí conservaremos hasta el fin de nuestros días.

Está ahí, nuestra humanidad, en alguna parte de nuestro ser. Incluso la persona más fría de la historia la ha sentido en alguna ocasión: cuando nos emociona un libro, una serie, una película, una canción, una pintura, cualquier cosa. Cuando queremos, cuando sufrimos, cualquier momento que nos lleve a la catarsis, aunque sea una chiquita.

Con tanto drama a nuestro alrededor, en el país y en el mundo, y con todo el caos que cada uno de nosotros carga en su interior, reconocernos como humanos y presentarnos así, vulnerables, ante el resto quizás no es tan mala idea, puesto que en realidad no podemos hacer mucho por cambiar el rumbo del mundo. Y si nos toca vivir el fin del mundo, que al menos sea con un poco de humanidad.

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Daniela Razo
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Escribo porque solo así me entiendo. A veces.