Y, ¿cuál es la mayor desgracia?

Daniela Razo
+LETRAS
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4 min readSep 7, 2016

Hoy nos ponemos serios porque #Coetzee

Portada de Desgracia, publicada en español por De Bosillo en el 2000.

“Y fue un forastero en este mundo palpitante,

un espíritu errante, arrojado de algún otro;

fue un bulto de oscuras imaginaciones, que porque quiso

dieron forma a los peligros que él evitó por azar”.

(Fragmento del poema Lara, de Lord Byron)

“¿Quién es ese espíritu errante?”, pregunta David Lurie, el protagonista de Desgracia, del galardonado J. M. Coetzee. “Es Lucifer”, contesta él mismo. Unos párrafos más adelante, explica que este espíritu “No actúa por principios, sino por impulsos. Y la fuente de sus impulsos es algo que, para él, permanece en la oscuridad”.

Estas líneas de los primeros capítulos van tomando sentido conforme nos vamos adentrando a esta novela publicada en De Bolsillo en el año 2000 (traducido por Miguel Martínez-Lage). De la misma manera, conocemos al profesor Lurie, hombre de 50 años que es obligado a dejar la universidad en la que trabaja cuando se destapa la relación (a ojos de él) que tenía con una de sus estudiantes.

Así, la narración comienza con dicho episodio, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y después continúa en el campo, lejos de la urbe, en la granja de su hija. Allí, una vez expulsado de la universidad, le ayuda a ella, Lucy, con el cuidado de los perros, y las ventas de flores en el mercado. También trabaja con una mujer de nombre Bev Shaw, en una clínica veterinaria donde se dedican, sobre todo, a terminar con la vida de los animales en estado crítico.

Ahora, basta que tengamos una imagen del cambio de escenario en la novela para saber que habrá algunos giros en la historia que obligarán al protagonista a cambiar su actitud a la vida (vamos, Aristóteles nos lo dejó muy claro en su Poética): los Lurie son víctimas de un asalto en la granja de Lucy; ella, además, es violentamente abusada por varios sujetos.

En una Sudáfrica post-apartheid, donde abunda la inequidad y la desigualdad racial, la agresión que ellos sufren termina incluso por pasar desapercibida para los no agredidos directamente. Diría Lucy Lurie en algún momento:

“¿Y si ése fuera el precio que hay que pagar por quedarse? Tal vez ellos lo vean de este modo; tal vez también yo deba ver las cosas de este modo. Ellos me ven como si yo les debiera algo. Ellos se consideran recaudadores de impuestos, cobradores de morosos. ¿Por qué se me iba permitir vivir aquí sin pagar? Tal vez eso es lo que se dicen ellos.”

¿Cómo reaccionamos ante una justificación como ésta? Para empezar, ¿es acaso justificable?

Así pues, ¿quién es el espíritu errante que actúa siguiendo sus impulsos? Una pista: en este caso, no es Lucifer.

La cruda narrativa de Coetzee, a través de la perspectiva de David Lurie, puede dejarnos impactados (no por nada este señor ganó el Nobel en 2003). Como lectores, somos el arrogante profesor, indiferente y sin compasión, que prefiere renunciar a pedir perdón por haber abusado de una alumna; como lectores, somos el profesor víctima y testigo de una agresión llevada a cabo por hombres que vivieron por muchos años tratados como escoria, agredidos a su vez por una sociedad blanca y elitista (sorpresa, sorpresa, sorpresa).

Nos vemos obligados a cambiar de perspectiva cuando cambiamos de rol, una vez que las circunstancias nos han obligado a hacerlo. El profesor indiferente comienza a desarrollar la compasión, la cual se vuelve visible cuando él llora las muertes de los perros en la clínica.

“Había pensado que terminaría por acostumbrarse, pero no es lo que sucede. A cuantas más matanzas asiste, mayor es su tembleque.”

Y sin embargo, estamos forzados a ver la imagen completa: la terrible realidad de una sociedad patriarcal (son los primeros años de los noventa, oigan) donde la dignidad va primero que pedir perdón y pagar las consecuencias de actuar impulsivamente; y, por otro lado, donde hay que aceptarlas considerando todo por lo que han pasado los últimos agresores impulsados por algo que, para ellos, permanece en la oscuridad.

Así pues, ante todo lo pasado, volvemos a ser el profesor, ya no arrogante quizás, pero sí indiferente.

“Más difícil, pero también más sencillo. Uno se acostumbra a que las cosas sean cada vez más difíciles, ya no se sorprende de que lo que era todo lo difícil que podía ser pueda ser más difícil todavía.”

Entonces, ¿cuál, de todas las desgracias, es la mayor?

NOTA:

Si disfrutan las adaptaciones de libros en la pantalla grande, en 2008 Steve Jacobs dirigió la de este libro, con John Malkovich en el papel de David Lurie y un guión adaptado de Anna Maria Monticelli. Aquí les dejo el trailer:

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Daniela Razo
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Escribo porque solo así me entiendo. A veces.