Concepto de soberanía: La historia de la biopolítica. (Primera Parte)
Por Nahuel Muñoz
Este texto, extenso, riguroso, continúa al ensayo sobre Nietzsche publicado tiempo atrás. Por ser largo y complejo vamos a dividirlo en tres partes. Ahora es el turno de la primera.
En un primer momento, Foucault comienza su análisis tratando de construir, dentro del marco de las célebres investigaciones en el Collège de France (obligatoriamente innovadoras), la genealogía del Estado racista. Esto es: la cuestión racial en la configuración del Estado moderno. La vertiente sobre la que comenzaba a profundizar –continuando el trabajo de otros teóricos iban a tener consecuencias en conceptos fundamentales de la Teoría política.
Él observa que, a partir del siglo XIX, el Estado, comienza a tener en consideración la cuestión de la vida como nunca antes. La antigua preservación manifestada en la garantía mínima de los pactos sociales se desborda ante un poder soberano que ya no sólo protege desde afuera. Poder que empieza a ejercerse sobre el hombre como ser que vive. Según sus palabras, se inicia “una estatización de lo biológico”.[1] Pero para comprender mejor este proceso hay que remitirse, nuevamente, a la teoría clásica de la soberanía, sobre todo a lo referente a las teorías contractuales.
Aquel soberano que, en Thomas Hobbes, lograba asegurar la vida de los que suscribían el contrato y evitaban así el caótico “estado de naturaleza” –un estado de guerra y barbarie donde el derecho no existe y la muerte acecha constantemente–, se atribuía para si jurisdicción sobre la vida y la muerte. Puesto que el soberano tenía poder absoluto era él quien decidía sobre la vida y muerte de un individuo, dentro del marco de lo que significaba “proteger a la sociedad”. Y es que en definitiva siempre los actos de soberanía más aberrantes se legitiman con la protección del todo — la sociedad — como argumento valido de justificación.
Así, el interrogante de Foucault se centra en indagar que significa poseer el derecho a la vida y a la muerte y quienes lo poseen. La respuesta (que no es una invención de Foucault), tan sencilla como profunda, resume en si misma años y libros sobre esta temática. Significa que el poder soberano puede: “hacer morir y dejar vivir”.[2] Si se observa cuidadosamente, esta formula reivindica uno de los postulados sobre el poder que Deleuze en su libro Foucault señala; el de la localización. Pero, ¿En qué sentido? En el sentido de que al poder se le atribuyen cuestiones que antes eran consideradas netamente biológicas. Entonces, la localización del poder — no como forma sino como ejercicio — se encuentra en un nuevo terreno, que excede los límites antiguos. Se localiza (ejerce) en el siendo súbdito y, ahora también hombre, lo animal del hombre queda circunscripto al tejido del poder. En su extremo se llega a una paradoja: “frente al poder, el súbdito no está, por pleno derecho, ni vivo ni muerto”.[3] Es el poder soberano y su voluntad los que deciden el destino del hombre. Se vive con derecho a ello, siempre y cuando, la voluntad soberana así lo disponga.
El problema de fondo que Foucault observa es que esta voluntad se ejerce de manera desequilibrada y siempre tiende a la muerte. De influencia netamente negativa, el poder sobre la vida se ejerce en el momento en que el soberano puede matar. Es un ejercicio de opuestos y el único poder sobre la vida (antiguamente) era la de dejarla. Se trata de un derecho basado en la espada: “No hay en el, por lo tanto, una simetría real. No es el derecho de hacer morir o hacer vivir. No es tampoco el derecho de dejar morir y dejar vivir. Es el derecho de hacer morir o dejar vivir”.[4]
Pero ¿Qué significa, en base a lo expuesto, la política de la vida?, ¿Se puede explicar a partir de aquí qué significa la biopolítica?
Si pero en parte, ya que centrarse solamente en los aspectos antes mencionados harían que la explicación no sea completa. Es que la principal observación que se debe tener en cuenta, para sí poderse introducir de lleno sobre la biopolítica es, justamente, la inversión de este poder. Lo que Foucault cree que es el desarrollo más importante del derecho político en el siglo XIX: la sustitución de ese viejo derecho de hacer morir o dejar vivir por el “hacer vivir y dejar morir”.[5]
Se instala, a partir de aquí, el nuevo derecho de soberanía que –ahora– permite comprender mejor la inclusión de la temática biológica en el ámbito del poder soberano. La vida es un ámbito donde el poder también ejerce soberanía pero su planteo va más allá, avanza sobre los mecanismos y las técnicas que hicieron posible la manifestación del cambio teórico. Estas son las tecnologías del poder.[6] Según Foucault, de lo que se trata es de comprender toda la expresión, el lenguaje propio de un arte: el arte de gobernar. La tecnología, en su aspecto más amplío, trata de explicar de qué manera y, bajo que mecanismos concretos, el poder se ejerce.[7]
Ahora bien, las tecnologías de los siglos XVII y XVIII se centraban especialmente en el cuerpo, en las formas, una especie de poder Apolíneo siendo su objetivo, el cuerpo individual. Por consiguiente aplicará toda su tekhne — alineación, segmentarización, adiestramiento y supervisión — al cuerpo. Estas tecnologías son expresiones de un tipo de poder disciplinario, guiado por la racionalización económica, cuyo fin es lograr el mayor beneficio posible al menor costo: estas son las sociedades disciplinarias.
A partir del XVIII comienzan a acoplarse al poder disciplinario “nuevas”[8] tecnologías. Ya que, es preciso señalar que no se produce una sustitución de unas por otras, sino más bien una complementación. Dado que su ejercicio se lleva a cabo en diferentes niveles, las tecnologías son, en el caso del poder soberano, una especie de causa primera.
Esta nueva tecnología no se aplica al hombre como cuerpo sino al hombre como especie. Enmarca en si, una nueva concepción del “sujeto” sobre el cual se ejerce el poder. El hombre como parte de un todo que está sujeto a procesos globales y naturales como el nacimiento, la muerte, la higiene, la salud, etc. La complementación se manifiesta a partir de la evolución de una primera etapa enfocada sobre el hombre el cual hay que adiestrar, supervisar y vigilar, hombre con su cuerpo al que se somete de manera individual, hacia una segunda, donde la complementación es visible y se manifiesta: ya que se considera al hombre como parte de un todo y como el poder no se ejerce sobre la parte sino sobre la totalidad, es masivo.
Aquí, la frase que inicia un camino de investigación: “Luego de la anatomopolítica del cuerpo humano, introducida durante el siglo XVIII, vemos aparecer, a finales de este, algo que ya no es esa anotomopolítica sino lo que yo llamaría una Biopolítica de la especie humana”.[9]
El interés que despliega el biopoder será sobre los procesos que, de manera global, afectan al hombre, ya no como cuerpo sino como especie. Tasas de natalidad, longevidad, mortalidad, distribución poblacional, niveles de producción, distribución de las áreas de producción, serán sus instrumentos. Esta observación inicia una línea de investigación y, en este sentido, el mismo texto no es más que una simple presentación.
Al abarcar procesos globales, la manera de ejercer el poder cambia y con ello el arte de gobernar debe — necesariamente — hacerlo también. La magnitud de su objeto — la totalidad de la población — obliga, ya que la cantidad hace que el poder individualizador ejercido sobre cada hombre sea demasiado costoso. Se pierde en eficacia, ya no se vigila y supervisa, se controla. Deleuze le atribuye a William Burroughs el término de “sociedades de control”[10] pero, como se puede observar, Foucault lo detecta y, si bien su mención no es expresa, la problemática es ya pensada. Es que el biopoder es una tecnología de poder aplicable a sociedades de control.
En síntesis, la biopolítica se va a desplegar sobre los procesos de natalidad, morbilidad, las incapacidades biológicas y lo efectos del medio, entre otras formas. El desafío que enfrenta el poder en el siglo XVIII es el de ejercerse sobre una figura completamente “nueva”, en tanto objeto para un poder: la población como fenómeno, como una composición de múltiples cuerpos, de innumerables individuos, que se ve afectada a fenómenos globales.
[1] Foucault, Michel. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975–1976), trad. Horacio Pons, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2007. pág. 217.
[2] Ibídem. pág. 218.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Cabe aquí la pregunta de si el Estado no es, en última instancia, una tecnología de poder.
[8] Novedad, como tal, constituye para nuestro trabajo e, inclusive, para el propio Foucault en el marco de las investigaciones de sus cursos. Pero, a pesar de ello, no significa que sea una novedad absoluta para la ciencia.
[9] Foucault, Michel. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975–1976), op. cit., pág. 220.
[10] Sobre este tema trabajaremos en el capitulo ocho.