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8 min readSep 8, 2015

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Concepto de soberanía: La historia de la biopolítica (Tercera Parte)

Por Nahuel Muñoz

Última entrega de este pequeño ensayo sobre la biopolítica, concepto por el cual Foucault escribió gran parte de su obra.

El régimen que mejor supo insertar esta noción moderna de soberanía fue el régimen nacional socialista, aunque también se encuentran evidencias actuales. Es en relación con un bios (entendido también en términos biológicistas) que la biocracia nazi desarrolla todo su aparato inmunitario, justifica en la vida (la de su pueblo) el desproporcionado ejercicio que hicieron del “derecho” de dar muerte. Los dispositivos inmunitarios que el nazismo despliega son, según Esposito, tres: la normativización absoluta de la vida, la doble clausura del cuerpo y la supresión anticipada del nacimiento[1]. En cuanto evidencias actuales, deliberadamente menos dramáticas y paroxísticas, pensemos que poco tiempo atrás el mundo se organizó para combatir un enemigo invisible, la gripe A. En la solucionar de este problema se implementaron políticas globales que se pueden enmarcar dentro de una biopolítica mundial: constituyó la forma más elaborada y compleja de funcionamiento nacional frente a un “enemigo” no convencional, significó una readaptación de los mecanismos inmunitarios de los Estados. Es que, en definitiva, la amenaza de una guerra bacteriológica o la organización de grupos terroristas con células diseminadas por todo el mundo, develan que no sólo el aparato inmunológico evoluciona, sino también las amenazas, los virus.

Ahora bien, los procesos disciplinarios y de regularización-control, si bien constituyen estadios diferentes de desarrollo, ambos se complementan perfectamente y no porque uno funcione el otro cesa. Por ejemplo, Foucault marca a la “sexualidad” como un ámbito donde se complementaron de excelente manera. En ella convergen, por un lado, el poder disciplinario que se ejerce sobre el individuo y su relación con el cuerpo y, por el otro toda la regulación que se crea a través de normas de conducta o discursos morales. Es decir, toda una serie de reglas de conducta que van a tratar de regular el comportamiento sexual del hombre. Piénsese en los discursos y conceptos que se crean en torno a las figuras del adolescente onanista[2], y la mujer, como se los controla y vigila desde diferentes ámbitos. Pero también la sexualidad se vuelve un tema global. Aquí no sólo vemos ejercitarse el aparato disciplinario mediante la creación y control de nuevas figuras (el adolescente y la mujer) sino también aparatos biopolíticos. Precisamente, la biopolítica, toma para si el tema de la sexualidad de manera global a través del control de procreación y sus repercusiones, es decir, que se lo va a considerar como proceso biológico, como parte de una unidad múltiple, la población. La sexualidad, como ámbito, se encuentra atravesada por estos dos tipos de poder, la disciplina individual y la regularización poblacional.

El ejemplo anterior sirve, también, para comprender cómo se utiliza el saber-poder, ya que a través del accionar de la medicina se marcan limites, se crean figuras y se delimitan acciones: se regula lo permitido y lo no permitido, lo degenerado. ¿Cómo lo hace? a través de la norma. Es volver al núcleo: lo visible y enunciable, el saber-poder que desarrolla discursos y delimita figuras y comportamientos.

En conclusión, tenemos sociedades sobre la que se ejerce, según el tema, los dos tipos de poder soberano. Principalmente este nuevo que toma la vida como ámbito, y lo hace desde el plano individual y global: el biopoder.

Se presento, a través de Foucault, un nuevo tipo de poder que invierte el antiguo derecho soberano de hacer morir y dejar vivir. Este nuevo desarrollo evolutivo, en términos de poder, toma para sí la vida y produce la inversión de la vieja formula. Como ya se observo, todo poder soberano se manifiesta y despliega a través de diferentes tecnologías, antiguamente eran conocidas las disciplinarias que se ejercían de manera individual y sobre el cuerpo (anotomopolitica) Pero con el devenir de la cuestión de la vida como ámbito el horizonte se amplia, y para abarcar cuestiones más globales, se desarrolla una tecnología regularizadora que, ya no sólo se aplica sobre el “hombre–cuerpo”, sino que lo hace también sobre el “hombre–especie”. El objeto de poder muta, pasa a consideración la población como un todo, múltiple, sujeta a procesos globales que la afecta y que son necesarios controlar. Esto es el biopoder.

Sin embargo, ambas tecnologías no son excluyentes, sino que por el contrario se complementan. Es frecuente que nos encontremos ámbitos en el cual el biopoder (aquel que toma como eje la vida, el hacer vivir) se despliega con tecnologías disciplinarias, esto es en el campo individual, en el cuerpo, o tecnologías regularizadoras, es decir en los procesos, en lo global. Pero, “¿cómo puede “dejar morir” ese poder que tiene el objetivo esencial de hacer vivir?, ¿cómo ejercer el poder de la muerte, cómo ejercer la función de la muerte, en un sistema político centrado en el biopoder?”.[3]

Seguramente Roberto Esposito lo explique mejor cuando escribe de los mecanismos inmunitarios[4]. La justificación de mantener la vida será, en última instancia, la que legitime el despliegue todo el mecanismo para matar ¿O acaso el racismo no se justifico mediante la “limpieza” y manutención de una “clase superior”? En definitiva, se marca un quiebre entre lo que el poder soberano debe, hacer vivir, y lo que debe eliminar para que lo otro viva. El racismo es aquel que lograr fragmentar, hacer cesuras, es la modalidad más conocida y eficaz de practicar todo el aparato de muerte mientras el Estado funciona como biopoder.

En el último capitulo de la historia de la sexualidad[5], el cual se presento al hablar del poder como relación, Foucault profundiza sobre la evolución del poder soberano. Antiguamente la teoría se basaba en la concepción romana, la que concebía al Estado como un “padre de familia” que, como tal, debía proteger a los suyos. Para ello contaba con la capacidad de disponer de sus súbditos en caso de que su existencia se encontrará amenazada. Disponía de la vida de sus súbditos, ya que bajo esta concepción, es más importante el todo que las partes. Es en esta herencia romana donde el análisis genealógico encuentra, de manera más notoria, la potestad del poder soberano sobre la vida. Por lo menos hasta la modernidad, el poder que se ejerció fue siempre asimétrico, y tendió hacia la muerte. La espada no deja de ser el símbolo por excelencia de esta época.

Pero ¿Cómo es que se presenta la evolución? es decir, si bien vimos que la temática de la vida comienza a hacer un ámbito donde el poder comienza a ejercerse y, junto a él, nuevas tecnologías encargadas de administrar, ¿En qué momento y bajo qué circunstancias se produce el quiebre? Se puede teorizar, de manera tentativa y como aproximación, que esta evolución se da primero en un ámbito discursivo. ¿Cómo es esto? Toda estructura de poder conlleva consigo discursos, concatenación de silogismos lógicos que buscan avalar y legitimar todos los actos del Estado, en este caso nos referimos a una incipiente “razón de Estado”.

Una estructura de legitimación, como la ambigua “razón de Estado”, permite justificar las aberraciones más grandes por parte del poder soberano. El punto es que la novedosa razón de Estado, sucede –en el plano discursivo– al agotado “Pater de familia romano”, sin tantos adherentes como para entregar la vida, ya nadie moría por él. Por ello, el autor sostiene que se evoluciona. Es decir, que a partir de ese momento este poder que se ejerce positivamente sobre la vida y que procura administrarla, multiplicarla, tiene otro aparato discursivo. No se pelea para defender a un poder soberano sino para proteger la existencia de todos y así, todas las causas serán universales. Son las cesuras que el racismo produce y que implica muerte por vida, vivir para matar, esto es una lógica nueva para argumentar las grandes matanzas del siglo XX. En definitiva, es la era del biopoder y su discurso. Es la era de la administración de la vida y la gestión espacial de los cuerpos. Como sostiene Foucault: “desarrollo rápido durante la época clásica de diversas disciplinas –escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparición también en el campo de las practicas políticas y las observaciones económicas, de los problemas de natalidad, longevidad, salud publica, vivienda, migración; explosión, pues, de técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones”.[6]

Ahora bien, la evolución del poder soberano resulta consecuencia de una necesaria evolución en el discurso de legitimación, se trata de hacer performativa la causa por la que se lucha. Pero, esta no fue la única razón ni mucho menos la más importante. El despliegue del biopoder lleva a cabo en el marco del capitalismo, más precisamente de la concepción liberal[7]: capitalismo que se logra afianzar a partir “la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos”.[8] Esta explicación introduce dentro de la temática todo un eje, un campo que, hasta aquí, no se había desarrollado: el ámbito económico.

Las técnicas de poder estarán ahora vinculadas a administrar de la mejor manera posible las poblaciones, regular los efectos de las enfermedades, diagramar los mapas urbanos, permitir o no el intercambio comercial con otros soberanos, el abastecimiento de comida, medicamentos, etc. Es por ello que las instituciones que simbolizan el biopoder seguirán marcando jerarquización y siendo, en definitiva, instrumentos del poder hegemónico. Sin embargo, este poder que otrora se encargara de disponer de la vida de sus súbditos, ahora se encuentra en posición de defenderla, administrarla y gestionarla lo mejor posible, tiene la necesidad de demarcar, de fijar limites y regularizar comportamientos, a través de las normas.

Estas son necesarias en todo tipo de organización social, ya que las normas serán las encargadas de clasificar. En torno a ellas y su posesión se crean verdades y se delimitan figuras. Es una forma de poder que regulariza comportamientos, normaliza individuos y previene causas. El mercado es global y vital, el nuevo poder también.[9]

Hasta aquí se presentó el camino hacia el concepto de soberanía dentro del ámbito biopolítico. Sus características más notorias son:

o Toma la vida como nuevo ámbito de poder y ejerce en ella un poder positivo y real.

o Desarrolla nuevas tecnologías sobre la base de este nuevo poder que a partir de ahora se encargará de procesos globales con consecuencias globales, será el –biopoder-.

o Nuevo sujeto, el hombre-especie.

o Transición de la “sangüinidad” a la “sexualidad”, la primera como símbolo de muerte y soberanía mientras que la segunda representa la vida, el saber y el control.[10]

o La sexualidad como pliegue donde se encuentran, por un lado, las tecnologías disciplinarias ejercidas sobre el hombre-cuerpo y por el otro, los intentos por instaurar un saber, una “pseudociencia” que, a los fines de mantener tasas de natalidad controlables, evitar epidemias, etc. controlan comportamientos del hombre-especie.

[1] Véase, Esposito, Roberto. Bios. Biopolítica y filosofía, trad. Carlos R. Molinari, Amorrortu, Bs. As. 2006.

[2] Me refiero aquí a los efectos que puede tener individualmente una conducta desviada. Por ejemplo, los adolescentes onanista como “enfermos mentales”, o la condena al desenfreno sexual, entre otras.

[3] Foucault, Michel. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975–1976), op. cit., pág. 230.

[4] Esposito, Roberto. Immunitas. Protección y negación de la vida, trad. Carlos R. Molinari Maeotto, Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

[5] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber, op. cit., pág. 127.

[6] Ibidem, pág. 132.

[7] Véase Foucault, Michel. Nacimiento de la Biopolítica. Curso en el Collège de France (1978–1979), trad. Horacio Pons, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2007.

[8] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. op. cit., pág. 133.

[9] Véase: Foucault, Michel. Los anormales. Curso en el Collège de France 1974–1975, trad. Horacio Pons, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.

10] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. op. cit., pág. 140.

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