El fotógrafo de la ilusión del mundo

Mosaico
Libros y buenas lecturas
4 min readMay 27, 2016

Por Pablo Gianera

Podría decir que en las ferias de la cultura soy un voyeur, alguien que mira de afuera. Claro que, a diferencia del tango, esas cosas que nunca se alcanzan están ahí, al alcance de la mano. Soy un voyeur sobre todo porque trato de no implicarme en la escena vista, una escena que me es ajena. A la Feria del Libro hace años que voy por causas puramente profesionales. El caso de arteBA es algo diferente, tal vez porque los artistas -como por otra parte los músicos- me resultan en general mucho más interesantes que quienes escriben (¿será que busco lo que no tengo?). Pero también, o por lo mismo, porque cuando voy a arteBA es para encontrarme con amigos.

En eso estaba, un poco distraído en la charla y en el paseo por los stands de cada galería, cuando Jorge Mara me hizo notar que había algo que no podía dejar de verse. Era una selección mínima de los trabajos de Miroslav Tichý, el fotógrafo voyeur por excelencia. La muestra estaba cerca de la entrada de la feria, en el Photobooth de Citi, y la había traído la Galería SIX, de Milán. Fotos destrozadas de mujeres, de partes del cuerpo de mujeres, piernas sobre todo, que parecen daguerrotipos.

Tichý había nacido en Kyjov, en la República Checa, y pasó, durante el régimen comunista, varias temporadas en la cárcel y en asilos psiquiátricos. Hasta aquí, nada raro, salvo la definición que, ya viejo, él dio de sí mismo. “Soy un Tarzán retirado”. Lo era: una especie de salvaje en el mundo del arte. Esto lo dice en la película de Roman Buxbaum que se llama justamente Tarzan retired, y que lo muestra -barba larga, casi sin dientes- en su ámbito: una construcción de madera que compartía con dos ratas, vasos sucios, las fotos, todas diseminadas por el piso, y las cámaras que se fabricaba ese hombre, “herramienta de la percepción”, como también le gustaba definirse. “Soy un observador, un observador minucioso de todo.”

“Lo único que hice fue dejar pasar el tiempo.” La confesión es un golpe de genio; después de todo, la fotografía es un arte que se fija en un plano, pero que está hecho de tiempo encapsulado; supone un movimiento o una quietud, hechas de tiempo. Eso mismo es lo que Tichý nos muestra en sus fotos, casi de casualidad. Eso, pero no únicamente eso. Para el fotógrafo, fiel seguidor de la filosofía de Arthur Schopenhauer, el mundo es una pura ilusión, una representación. Las fotos de Tichý son el registro de esas ilusiones del mundo. El registro deliberadamente defectuoso, agregaría yo, de esa ilusión de por sí defectuosa.

Tichý había querido ser pintor y estudió en la escuela de bellas artes de Praga. Después largó los estudios. “Todos los cuadros ya estaban pintados, todos los dibujos estaban dibujados, ¿qué me quedaba? Ser famoso haciendo algo y haciéndolo peor que cualquier otra persona en el mundo.” El tiempo contenido en las fotos tiene un correlato en el tiempo exterior a él, que es el mismo y otro, el que las erosiona por fuera, las vuelve ocres, les da un matiz broncíneo. A esas imperfecciones Tichý las llama la “poesía” de sus fotos. Durante tres décadas, retrató diariamente a las mujeres de Kyjov con cámaras construidas con latas de conserva, cartones y elásticos de calzoncillos. Usaba lentes de plexiglás que él mismo fabricaba y pulía con dentífrico y ceniza. Luego enmarcaba algunas fotos, les resaltaba con lápiz las siluetas de las figuras, dibujaba filigranas.

El artista Juan Andrés Videla, que revisaba en arteBA las fotos con nosotros y que inventó su propio art of seeing, no salía de su asombro: “Es lo mejor que vi en años”.

¿Por qué Tichý es tan bueno cuando quiso ser tan malo? Sin quererlo, precisamente por eso. Porque no se propuso ser bueno ni hacer lo que ya había sido hecho. “La fotografía es pintar con la luz”, creía Tichý. Las suyas son imágenes por lo general subexpuestas, pero, inversamente, los casos de sobreexposición deparan un efecto incluso más inquietante, como si se estuviera haciendo plena, excesivamente visible algo que mejor debería quedar en sombras.

Mientras miraba las fotos pensaba en el escritor vienés Peter Altenberg, inquilino perpetuo de pensiones, nómade urbano, que retrató en palabras esa misma ilusión del mundo desde una mesa del Café Central. Wie ich es sehe (Como yo lo veo) llamó su primer libro, y en verdad cada una de sus viñetas, cada una de sus prosas breves, podría ser epígrafe de varias fotos de Tichý. Altenberg murió en 1919; Tichý, en 2011. Los separaba casi un siglo. Pero los unían el tiempo con mayúsculas y un territorio, Europa Central, de donde proceden las mayores anomalías de la belleza.

Publicado en http://www.lanacion.com.ar/1902368-el-fotografo-de-la-ilusion-del-mundo

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