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Libros y buenas lecturas
18 min readNov 3, 2015

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Ensayo 7 — Yo tengo que hablar
Por Mauricio Devoto
De 19 motivos. Ensayando el cambio político

Mi diálogo no da para todo

Soy un cultor de muchas cosas. No todas las puedo recomendar o decir que me han brindado fama, gloria o éxito. Quizás al contrario. Pero no me quejo. Entre las cosas que trato de cultivar reconozco el bajo perfil, la sonrisa, la palabra medianamente justa. Y otras dos que se destacan una vez que logro salir de mi mismo: el diálogo y la búsqueda de consensos. Como las palabras y su interpretación dan para todo, algo que en política se potencia afectando a millones de personas, los invito a compartir mi argumentación sobre el significado de estos términos. Esta forma o actitud dialoguista de encarar la vida y la relación con los demás difiere de las ideas y formas que sustentan el modelo con el que vivimos en la Argentina de hoy. El significado de los términos y la actitud que propongo respecto de ellos también difiere de aquello a lo que estamos acostumbrados quienes no compartimos el modelo populista del kirchnerismo.

Comienzo con una obviedad no tan obvia: las ideas influyen en las acciones de todos los días. Quizás no nos demos cuenta, no nos interese o nadie en esta época nos cuente bien porqué suceden algunas cosas. A lo mejor no hay tiempo para ello. La particular visión sobre diálogo y consenso que propongo tiene sus raíces en una reacción frente a ciertas ideas que, contrapuestas en teoría, en la práctica fueron llevadas al extremo por gobiernos de todos los colores alentando el conflicto y la confrontación y generando la violencia que caracterizó el siglo 20. Me concentro en tres ideas, pero existen varias más. Las resumo brevemente.

Ideas llevadas al extremo

En algunos ambientes y en ciertas épocas se solía decir que lo propio de lo político era el conflicto, la confrontación y la lucha por el poder. Y que hablar de diálogo y consenso implicaba siempre la pretensión de reducir o eliminar la pluralidad de voces. El nazismo tenía este discurso y Carl Schmitt fue uno de sus grandes promotores.

En un contexto totalmente diferente, y ya avanzado el siglo 21, también lo escuchamos del gobierno nacional argentino. A la cabeza del modelo la tenemos a nuestra Presidenta y sus maestros Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, grandes cultores del enfrentamiento. En el cuerpo del modelo, también visibles y orgullosos, encontramos a la mayoría de los pobres argentinos que trece años después no han podido dejar de serlo, aunque muchos así lo crean. A la cola, escondidos para no ser distinguidos ni reconocidos, otros muchos a los que nunca les interesó otra cosa que sus bolsillos.

Retomando lo de las ideas, la profesora Mouffe, preocupada por la tendencia de los partidos socialdemócratas hacia una consensuada política de centro disimulada bajo la denominación de “Tercera Vía”, decía que “…es urgente que la teoría política proporcione un marco alternativo al que ahora domina la teoría política democrática”. Por ello hablaba de la paradoja democrática, resaltando la conflictiva naturaleza de la política y la imposibilidad de erradicar el antagonismo, “justamente todo lo contrario de lo que trata de hacer por todos los medios el cada vez mas de moda enfoque de la democracia deliberativa”. ¿Querés más de Chantal? Hay más: “La tarea fundamental para este gobierno (el Kirchnerismo) es que logre impedir que la oposición se unifique en torno de un proyecto común y ganar adeptos a su proyecto…siempre más allá del derecho está la política, siempre hay situaciones excepcionales, que no se pueden seguir las leyes… aún en democracia hay situaciones de excepción, hay alguien que decide y es el soberano. Todo el pensamiento liberal trata de eliminar la soberanía, el papel del soberano”.

Nuestra Cristina la siguió al pie de la letra y ello explica gran parte de las decisiones y medidas que el gobierno toma todos los días, sus tiempos y sus formas. Dentro de esta lógica, el avance sobre el Poder Judicial que tanto nos preocupa en los últimos años no debiera sorprendernos. Pero Cristina no es tonta ni se deja llevar por el fanatismo ideológico que sí exige a gran parte de sus cortesanos y seguidores: unos días antes de cada visita al Papa Francisco, guarda bajo candado los libros de Chantal y de Ernesto. No sea cosa que se le mezclen con el discurso dialoguista que prepara durante el vuelo. Ya hablaré más en detalle de esta relación.

El comunismo hizo de la violencia un culto. Culto sofisticado que permite ideas como las expuestas por Lázaro Carpentier, autodefinido proletario por la reconstitución del Partido Comunista, en su escrito “La violencia como herramienta de liberación”. Nos dice Lázaro que Marx y Engels sentaron las bases de lo que debía ser la posición correcta de los comunistas frente a la violencia emancipadora: un statu quo intrínsecamente violento sólo puede ser destruido de manera violenta. Y sigue diciendo que esto es así porque ninguna clase dominante está dispuesta a ceder voluntariamente sus privilegios económicos, sociales y políticos. Luego Lázaro cita al Lenin de “El Estado y la revolución”: “La doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Éste no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino solo, como regla general, mediante la revolución violenta… La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en ésta, precisamente en esta idea de la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina…”. Finalmente Lázaro nos advierte que “Marx y Engels jamás hicieron ningún tipo de apología de la violencia… (lo antes dicho) no significa, ni mucho menos, que toda revolución tenga que implicar necesariamente derramamiento de sangre o la eliminación física de nuestros enemigos… El marxismo, repito, no practica ningún tipo de apología de la violencia (y, por supuesto, a diferencia de nuestros verdugos imperialistas, es contrario al uso de técnicas inhumanas de represión y tortura)”.

También es sofisticada la explicación que el filósofo francés Alain Badiou nos dio hace un par de años de la violencia comunista: “La palabra comunismo tiene cuatro significados diferentes en relación con la violencia: la violencia revolucionaria, ligada a la toma de poder; la violencia dictatorial, ligada a la destrucción de los restos del antiguo régimen; la violencia transformadora, ligada al nacimiento más o menos forzado de nuevas relaciones sociales; y la violencia política, ligada a los conflictos en el interior del aparato del partido y del Estado.” Badiou habla hoy de la renovación de la idea comunista, de los ejemplos emancipatorios de Túnez, El Cairo y Oakland (ayer eran los zapatistas de Chiapas y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y anteayer el Mayo del ’68 francés y el movimiento obrero polaco), y agrega que “No se puede esperar nada de la forma “democrática” de esos Estados (Estados Unidos o la de Gran Bretaña) que practican la invasión, el bombardeo, el crimen de masas. En realidad, en la actualidad las “democracias” organizan una guerra implacable contra todos los pobres del planeta. El camino es crear una política completamente ajena a esa presunta “democracia”.

Todo bien con el comunismo y su sofisticación. Incluso lo banco a Gianni Vattimo, filósofo italiano que en el diario Página 12 se definía a sí mismo comunista, posmoderno, cristiano, gay pobre, izquierdista, religiosamente comprometido a ser revolucionario, uno de los grandes chavistas europeos, admirador total y absoluto de la Cuba de Fidel, y nos contaba que “Cristina también ha sido una parte de esta transformación de América latina”. Pero no puedo dejar de recordar que el “Libro negro del comunismo” editado en 1997 por Stéphane Courtois, director de investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), habla de cien millones los muertos por represión en los distintos regímenes comunistas. De ellos, dos tercios (65 millones de personas) murieron en China, especialmente durante las dos oleadas de represión masiva, La Revolución Cultural y el Gran Paso Adelante. Le sigue la Unión Soviética, con 20 millones de personas, 2 millones de muertos en Camboya, otros tantos en Corea del Norte, 1,7 en África, 1,5 en Afganistán, 1 millón en la Europa del Este y varias decenas de miles en Iberoamérica.

Podremos decir que el Libro negro del comunismo no diferencia entre sistemas comunistas y que pone en la misma bolsa fenómenos históricos totalmente diferentes como la guerra civil de 1918–21, la colectivización forzosa y el Gran Terror en la Unión Soviética, el gobierno de Mao en China y de Pol Pot en Camboya, el gobierno militar etíope así como diversos movimientos políticos latinoamericanos, desde los Sandinistas en Nicaragua a Sendero Luminoso en Perú, pero sin duda que la violencia genera violencia.

En otros ámbitos y épocas era común escuchar que el liberalismo clásico de los siglos 17 y 18, que se oponía al poder absoluto del Estado, a su intervención en asuntos civiles y a cualquier privilegio político y social, con el objetivo de que las personas pudieran desarrollarse libremente en todos los ámbitos, había mutado en un capitalismo salvaje en el que el egoísmo, el individualismo y la competencia feroz constituían las características propias de la sociedad moderna. Y que era imposible escapar de ellas. A lo largo del siglo 20 la apertura del capitalismo fue limitada por crisis de todo tipo y modelos económicos alternativos: las guerras mundiales, el bloque comunista, el nazismo y sobre todo la Gran Depresión de los años 1930. Después de la Segunda Guerra Mundial el desarrollo de los Estados de Bienestar, además de transformar a los estados en proveedores ilimitados, cosa que no comparto, suavizó aquellos extremos individualistas. A ello le siguió un revival neoliberal en la década de los 80as en Europa y EEUU, con Thatcher y Reagan, y en los 90as en Latinoamérica. El sistema volvió a explotar en el 2008/2009 con la crisis financiera en EEUU, si bien los Bancos fueron salvados por el gobierno de los EEUU no sucedió lo mismo con la mayoría de los otros sectores perjudicados por los efectos de la crisis.

Sí, también lo escuchamos y lo vivimos por estos pagos con actores diversos: Carlos Menem y el peronismo a la cabeza; muchos otros menos visibles en el cuerpo del modelo, que también lo votaron y disfrutaron de la pizza y champán mientras duró; Fernando de la Rúa, que recibió y no supo esquivar el coletazo final en el 2001. Los costos los conocemos todos.

Recuerdo “El libro negro del capitalismo” publicado por Le Temps des Cerises en 1998 como reacción a El libro negro del comunismo del año anterior. Este libro denuncia lo que se consideran daños imputables al capitalismo, incluyendo las muertes causadas por la trata de negros de las principales potencias europeas y la mayoría de los conflictos bélicos del siglo 20: la Primera Guerra Mundial, la guerra civil rusa posterior a la revolución de octubre de 1917, el fascismo italiano, el nazismo alemán, la Segunda Guerra Mundial, las intervenciones estadounidenses en América Latina, la Guerra de Vietnam y la represión de los movimientos sociales históricos como lo que tuvieron lugar durante la década de 1960. El balance es de unas 100 millones de muertes en el período comprendido entre 1900 y 1997. Su forma, metodología y conclusiones está sujeto a las mismas críticas que le correspondieron a su antecesor.

Como podrán advertir, las posiciones ideológicas no quedaron en el ámbito de las ideas sino que tuvieron y siguen teniendo una importante influencia en la vida cotidiana. Fueron recogidas en los relatos y modelos de distintos partidos políticos y llevadas a la práctica en los países occidentales por gobiernos de distintos colores. Explotadas al máximo, todas estas ideas fomentaron la violencia en diversas formas y ahondaron la división de la sociedad.

La violencia adopta distintas caras y las personas utilizan o inventan diversos argumentos para justificarla: como defensa del territorio ante el ataque extranjero, como ataque en defensa de la paz, para que los trabajadores tengan acceso a los medios de producción en forma institucionalizada, para purificar la raza o por la necesidad de imponer una forma de gobierno, un modelo económico o una religión determinada. Un poco más cerca en el tiempo, y ya en el ámbito local, la justificación transitaba por distintos carriles: para frenar a “los negros de mierda”, para “terminar con la guerrilla” o para “terminar con los milicos represores”. En la Argentina del 2015 ya quedan pocos con ganas de justificar las atrocidades cometidas por el último régimen militar. En este sentido las cosas no cambiaron porque sí: se debió al actuar de la gente que sufrió, decidió no responder a la violencia con más violencia y no hacer justicia por mano propia. Por el contrario, se puso al hombro la tarea de llevar a los represores y asesinos ante la justicia institucional. Más allá de decir que no hay peor violencia que la violencia del terrorismo de Estado, podría discutirse si la justicia no debería haber analizado la situación de todos los que recurrieron a la violencia para alcanzar sus objetivos, cualquiera sea el sector político o ideológico al que pertenecieran, cualquiera haya sido el argumento utilizado para justificarla.

En esta misma Argentina del 2015 me parece una locura que los argentinos convivamos con una política que se sustenta, en la teoría y en la práctica, en la confrontación, el enfrentamiento y el conflicto.

Sin embargo

Estoy a favor del diálogo y la búsqueda de consensos. Nada original. Más allá del pasado y presente de las ideas antes referidas y de los gobiernos que las llevaron a la práctica, muchas personas, filosofías, religiones, ideologías y partidos políticos han sostenido una postura “dialoguista” en el transcurso de la historia. En el mundo occidental ésta parece ser la tendencia actual o por lo menos como nunca antes escuchamos: “No nos peleemos más”, “Hablemos”, “Respetemos la opinión del otro”, “Pongámonos de acuerdo”, etc. Todos decimos lo mismo.

En diciembre de 2001 estalló el país y a los pocos días de la mano de la Iglesia y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) nació el “Diálogo Argentino”. La crisis logró sentar en la mesa a políticos, sindicalistas, empresarios y sociedad civil. Se optó por el diálogo y la paz. Se construyeron, entre todos, las bases para un acuerdo nacional. Pero mejoró la economía y se abandonó el proyecto.

Más allá de las palabras, en esta Era del aparente diálogo universal, la violencia sigue al acecho adoptando formas más sutiles y objetivos menos loables. Entonces, o mentimos y nos mentimos o algo estamos haciendo mal. Si el diálogo y el consenso que al final propongo como punto de partida de la aproximación al otro es sincero y está orientado al servicio de los demás, podremos reducir la violencia. Porque el conflicto permanente, el enfrentamiento y la violencia no existen. Somos nosotros, las personas, los conflictuados o violentos. Tenemos inteligencia para evitarlo. La responsabilidad es doble si queremos gobernar y administrar lo público. Si aún así el conflicto y el enfrentamiento siguen siendo la regla, no le echemos la culpa a la naturaleza humana: somos así porque nos conviene.

Ovejas negras públicas y privadas

Existen gobiernos que dicen ser democráticos y defender la pluralidad de voces, que utilizan aquellas mismas frases amigables y dialoguistas mientras fomentan día a día la división de la sociedad. Me parece ver en muchos países un diálogo cerrado entre amigos del poder y fanáticos de los relatos oficiales, y acuerdos para tener más poder y cerrar negocios personales y de socios “públicos” y “privados”. En Latinoamérica tenemos varios casos. En casa sucede algo parecido.

El sector privado tiene también sus ovejas negras. Algunas que participan activamente de las políticas y negocios de los gobiernos de turno y otras que, habiendo quedado fuera, luchan por entrar en el juego o hacerlo explotar. Si preguntamos a estas últimas, seguro que nos dicen que están abiertas al diálogo. Pero seguro que muchas no se animan a decir que están dispuestas a ejercer la violencia que sea necesaria y a generar la que resulte como consecuencia. A veces la necesidad o la ambición desmedida no permiten ni pensarlo. Recuerdo el Coloquio de IDEA del 2014, y las respuestas a la pregunta “¿Si un acto de corrupción está destinado a obtener una aprobación (por ejemplo, una habilitación municipal) maliciosamente retenida, ¿es censurable la actitud del empresario?”. El 53 por ciento dijo que “siempre” era condenable esa práctica, pero un inquietante 47 por ciento se dividía en “sólo en casos extremos” (28 por ciento) y “nunca” es condenable (19 por ciento). Para pensar…

Otras ovejas (verdes)

No me quedo con esto. Veo millones de personas que juegan otro juego, que sueñan y quieren vivir en paz y trabajan todos los días para ello.

Creo en la política y en el Estado como instrumentos fundamentales para el desarrollo de la sociedad y del país que soñamos. Fundamentales pero no excluyentes. Más allá de votar cada 2 o 4 años, cada uno de nosotros decidimos el camino a seguir en decenas de acciones cotidianas. Permanentemente participamos de diálogos y acuerdos. Pero deberíamos estar más atentos. El diálogo no siempre se nos presenta bajo la misma forma ni el otro nos avisa de su inicio. Millones de acuerdos tácitos tomados por válidos sin que nos hayamos dado cuenta de haber participado de ellos, y otros tantos decididos negligentemente, ayudaron a construir la realidad que hoy nos preocupa.

Quizás nos falte a los argentinos más cultura cívica, más amor por lo público y formación política entendida como el conocimiento necesario para vivir en sociedad. Quizás la política tradicional y sus políticos poco ayuden en esto y sean los primeros que necesiten dejar de hablar como loros y darnos ejemplo de civismo y civilidad con acciones concretas. Quizás se hayan aprovechado de nosotros. Quizás estemos confundidos, sin poder vincular los hechos con sus causas, marchando por justicia u otras carencias, sin comprender porqué sucede lo que sucede. Quizás nuestro amor a la patria llega hasta allí y ni se nos ocurre intentar entender. Pero la voluntad de cambio, cuando es cierta y no pura charlatanería, esta aquí, latente dentro de cada uno, esperando transformarse en acción positiva que sirva para construir un futuro mejor. Esperando algo o alguien que nos active y nos lleve a actuar.

La culpa la tiene el otro

Critico al político que lo único que hace es rosquear en beneficio propio o de su grupo de amigos y al funcionario que no está al servicio de los demás. Creo que ni el profesional de la política, ni el funcionario público, ni la política, ni el Estado y sus instituciones (los “públicos”) tienen sentido si no están orientados a mejorar la vida de los demás.

También estoy convencido de que el sector privado tiene una responsabilidad fundamental en el desarrollo y mejora de la sociedad. Por ello critico al empresario, comerciante, profesional o lo que sea que únicamente presta atención a los aspectos personales y privados de su actividad. Imposible que una sociedad pueda desarrollarse social y económicamente si los “privados” abandonan lo público.

Es evidente que aprovecharse del trabajo, buena fe y dinero de los demás no es exclusivo de estos tiempos. Funcionarios y políticos ventajeros o corruptos, en grande y en chico, siempre los hubo y los habrá. Los que estamos más involucrados en política o lo público deberíamos plantearnos sinceramente en qué medida, por acción u omisión, consciente o inconscientemente, nuestro actuar o parte de él colabora en la consolidación del sistema que criticamos y nos destruye como sociedad.

Me consta que en todo el país trabajan miles de funcionarios y empleados públicos que ponen todo su empeño y dan lo mejor de sí para mejorar el servicio que brindan. Injustamente hoy caen todos dentro de la misma bolsa de descrédito general. “Los “públicos” cada vez se puede esconder menos. Si todavía no lo hicieron, visiten el nuevo edificio institucional del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de Parque Patricios y verán lo que les digo.

Empresarios, comerciantes y profesionales o “privados” ventajeros y corruptos en grande y en chico también siempre los hubo y los habrá. Desde la vuelta a la democracia la situación ha mejorado y se habla de responsabilidad social de la empresa, de lo ecológico, etc, etc. Pero creo hay muchos que aun no se han planteado sinceramente el impacto y efecto que su actividad diaria o la forma de llevarla adelante ha producido sobre la sociedad en general y el país. Y el impacto que produce en la actualidad. Hasta hace unos años era fácil mantener el anonimato. Ahora resulta cada vez más difícil esconder las migas o la basura y cuando salta la ficha solo se suele ver y despotricar ampulosamente contra la parte de persecución clasista o ideológica de la medida que toma el gobierno, de cualquier color que sea.

En definitiva todos nos sentimos un poco perjudicados por el accionar de otrospúblicos” o “privados” que se han aprovechado de lo público en beneficio propio. Estos otros siempre son los responsables de nuestros pesares: de que Argentina sea un país subdesarrollado; de gobiernos débiles que no han sabido administrar los recursos del Estado; de gobiernos corruptos que se adecuaron a las olas ideológicas del momento y que por derecha e izquierda se la llevaron toda; de la concentración económica; de los grupos hegemónicos privados que pretenden manejar la agenda del país; de que no podamos sentirnos seguros cuando salimos de casa; de que se desvirtúe la forma de gobierno; de que se tuerza la vara del Poder Judicial hacia un lado u otro; de que se debiliten las instituciones; de que la vida sea una lucha permanente; de que seamos parte activa del grupo de países con gobiernos populistas de Latinoamérica; de que no nos demos cuenta de ello ni que todavía queda cuerda para avanzar en ese camino; del tipo de democracia que construimos; de la existencia de un modelo o relato como el que nos gobernó los últimos años; de la incapacidad de generar un modelo alternativo; de que la suma de personas buenas, trabajadoras y solidarias dé como resultado una sociedad desconfiada, amarreta, insegura, temerosa, aletargada, que se acostumbra a vivir sólo del Estado, que mira hacia el pasado; de que se atente permanentemente contra la libertad de expresión; de que no se respete la propiedad privada; de que la oposición esté dividida; de que poco cambie para mejor.

Escucho a muy pocos que digan o confiesen que analizan, siquiera en silencio, la posibilidad de haber sido parte del problema. El que conscientemente se sabe parte difícilmente lo admita y, salvo que sea un hipócrita absoluto, se mantiene guardado. Mi llamado va para los que estén dispuestos a dar un salto de calidad cívica. Me reconozco como una especie dentro de este grupo. Hasta hace unos años no me daba cuenta de esto ni me interesaba darme cuenta.

Hablando se entiende la gente

Me repito para no olvidarme: soy un cultor del diálogo y el consenso. En política es una frase muy utilizada en todo el mundo como base de discursos contrarios a regímenes autoritarios provenientes de los extremismos ideológicos tradicionales. También base de las terceras vías a las que hago referencia en otro lugar. Pero si analizamos el resultado poco satisfactorio de todas estas variantes dialoguistas vemos que hay algo que falla.

Hablando se entiende la gente”. Sí, pero cuando en las cuestiones a resolver están involucrados intereses y fondos públicos, el diálogo como forma y el consenso o acuerdo como resultado no aseguran por sí solos la satisfacción de estos intereses. En este tipo de cuestiones interactúan, dialogan y acuerdan “públicos” con “públicos” y “públicos” con “privados” y es evidente que el interés debería estar siempre puesto en el interés general y su mejora. Pero ello no siempre es así. Diálogo y consenso (“el entendimiento”) pueden ser perfectamente utilizados para satisfacer intereses particulares de estos actores.

Los mecanismos para disfrazar intereses personales detrás de aparentes intereses públicos están perfectamente aceitados. Poco sorprenden. Por el contrario, los personajes que se destacan en estos quehaceres son sujetos de culto, adorados como dioses. Así escuchamos frases como “Me saco el sombrero” o “Chapó”, esta última reservada para aduladores más sofisticados.

Creo sin duda que la mejora de lo público impacta positivamente en la sociedad como conjunto y en la vida de cada uno de nosotros como individuos. Y que la política y el Estado son instrumentos que deben estar al servicio de la sociedad y de las personas. El “privado” que decide interactuar con el Estado también se convierte en instrumento de mejora. Creo en todo esto como ideal, espectacular si fuera cierto en todo momento y ocasión. La realidad nos dice otra cosa, pero estoy convencido que siempre podemos mejorarla. No lo veo como una cuestión de alcanzar ideales sino de mejoras graduales también siempre perfectibles.

La sana reflexión, clave del proceso de diálogo

Analizado de esta manera, el proceso que conduce a toda decisión política o en la que esté involucrado lo público y las distintas actividades que lo conforman debería estar orientado a satisfacer el bien de la población. Los “públicos” y “privados” que hayan decidido libremente participar de alguna de estas cuestiones (funcionarios administrativos, legisladores, magistrados, empresarios, consultores, contratados de las universidades, etc, etc) deberían asumir la responsabilidad que ello conlleva y hacerse cargo. Luego, reflexionar sinceramente acerca de los intereses en juego y la medida en que sus intereses personales, que sin duda existen y pueden ser aceptables, influyen en la decisión.

Si hablo de la necesidad de una nueva forma de gobernar y hacer política — parte del cambio cultural del que se habla últimamente- no puedo dejar de pensar en las características del diálogo y del proceso del que forma parte. Como los términos poco dicen si no explicitamos su contenido, afirmo entonces que para que sea conducente y colabore con cambiar la realidad y mejorar la vida de las personas el diálogo político debe tener un doble sustento y una cierta actitud reflexiva:

a) Una visión o ideal de cambio y mejora, compartida por los interlocutores;

b) Un pleno y sincero reconocimiento de los intereses particulares que entran en juego y que cada actor trae consigo consciente o inconscientemente;

c) Una sana y sincera reflexión sobre: i) la importancia y beneficios de orientar las acciones hacia el objetivo o visión compartida; ii) la necesidad de poner el interés general por encima de los intereses personales; iii) la concreta necesidad de resignar total o parcialmente privilegios o ventajas a los que se estaba acostumbrado.

La construcción de una nueva visión de país y los caminos que conducen a ella es responsabilidad de todos. No hay otros que no seamos nosotros mismos. ¿Cambio cultural? Puede ser.

El diálogo, la comprensión, la empatía y la búsqueda de acuerdos equilibrados constituyen formas razonables y propias de esta época, superadoras de la confrontación y lucha permanente que caracterizaron el discurso del gobierno argentino de la última década. Pero la clave del éxito de diálogo, acuerdos políticos y la correspondiente gestión que definirán el futuro de la Argentina de los próximos años estará en la activa, sincera y reflexiva participación y compromiso de cada uno de nosotros. Haciéndonos responsables del papel que nos toca jugar frente a lo público: dejar de hacernos los boludos. Poniendo límites a los vivos de siempre, “públicos” o “privados”.

Más que intercambio de palabras, una cuestión de actitud.

Mauricio Devoto

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