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Libros y buenas lecturas
24 min readMar 28, 2016

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Una vía de cambio para la Argentina del sigo XXI

Ensayo 19
De 19 motivos. Ensayando el cambio político
Por Mauricio Devoto

Las reflexiones y vivencias recién compartidas resultaron el comienzo de una nueva serie de reflexiones que parece no tener fin. Por ello decidí hacer un corte y resumir en unos pocos puntos la visión, ideas, presupuestos, valores y forma de vincularnos con los demás que considero deben formar parte de una propuesta de cambio para la Argentina del siglo 21.

Si resulta necesario hablar de ideología, la idea que sustenta mi propuesta es simple: las personas como centro de la política y el Estado al servicio de las personas. Los valores que guían la propuesta constituyen su común denominador y se ponen en juego en acciones concretas, respetando las instituciones y reglas republicanas adoptadas en la Constitución. Si esto no es suficiente, agrego que antes de entrar el mundo de la extrema simplificación que hoy creo significa tener que seguir encasillados en el binomio izquierda y derecha, prefiero distinguir entre extremismo y moderación. Como esta contraposición se plantea sobre todo en la cuestión de método y no tanto de fines, ideologías opuestas han encontrado puntos de convergencia y acuerdos en sus franjas extremas. Extremistas de izquierda y extremistas de derecha han tenido varias cosas en común: antidemocracia, anti-iluminismo, históricamente catastróficos, virtudes guerreras, heroicas, del coraje y la temeridad por sobre la prudencia, la tolerancia, la mediación y el diálogo. Me decido entonces por la moderación, los puntos de convergencia, el diálogo y el consenso.

Después… después conversamos de lo que quieran.

El listado que sigue hace referencia a distintos aspectos de la realidad que he comentado críticamente en los ensayos anteriores (político, institucional y social) y necesita ser complementado con definiciones sobre otros aspectos igual de importantes (pobreza, educación, salud, derechos humanos, economía). Considero que esta enunciación puede servir como punto de partida en la definición de un tipo de modelo de país que creo compartir con otras muchas personas y que aun no logramos concretar. Ello permitirá que nuevas propuestas y acciones concretas vinculadas a cada uno de estos temas, así como todo lo valioso existente, sea orientado coherentemente hacia una visión común.

1. Una forma distinta de hacer política

Todo proyecto político nace de una idea. No es común que las ideas sean originales o novedosas. Por el contrario, podría decir que siempre parten de algo conocido y se sustentan en lo existente. Esto mismo es lo que sucede con la idea de desarrollar una nueva forma de hacer política y aquello que gira, bajo distintos términos y persiguiendo distintos objetivos, alrededor de la idea del cambio político o cambio de modelo. Habrán visto que yo mismo he utilizado estos términos en varias oportunidades en el transcurso de estos ensayos, y que, en una de sus variantes, forman parte del subtítulo de este libro.

Dicho esto voy al grano.

Lo nuevo y el cambio en la política se construye sobre las personas y con las personas de carne y hueso. Con sus nombres y apellidos, sus historias, sus necesidades, sus aptitudes, sus inquietudes, sus capacidades, sus limitaciones. El cambio, en el sentido en que lo utilizo, no significa romper con el pasado. Ni con el pasado remoto o más lejano ni con el pasado inmediato, el momento o segundo que acaba de transcurrir. Cuando hablo de cambio me refiero a un cambio de tendencia, a un cambio de orientación. Cuando hablo de cambio político o de modelo pienso en orientar nuestras acciones futuras en una dirección distinta que la actual. Despejando el temor que pretenden infundir en los argentinos aquellos que viven atornillados al poder y ven lo público como un negocio, ni siquiera hablo de una nueva dirección que todo lo cambia ni del retorno a una dirección ya conocida o que hayamos transitado en el pasado.

Toda época, toda persona, todo contexto muta en el tiempo. Si bien pueden existir ciertos patrones históricos, políticos, sociales y económicos que facilitan la interpretación de los hechos, las ideas y propuestas son siempre distintas. Porque cada día son distintas las personas que originan las ideas, aunque a simple vista nos parezca que la persona de hoy es la misma que la de ayer.

El sustento fundamental del cambio que propongo está dado por las personas. Ellas son el origen y el destinatario de la política. Las mismas personas que hoy viven, sufren, festejan, trabajan, disfrutan, tienen hijos, necesitan ayuda, son más o menos habilidosas, hombres, mujeres, variantes, blancos, negros, nacidos dentro de los límites de este territorio o fuera de él, chetos, villeros, cucuruchos, clásicos, campesinos, citadinos, etc, etc. Sobre esta base, la vía de cambio que propongo refiere al rumbo hacia adónde nos dirigimos y a la forma de acercarnos a él. Rumbo que siempre deberemos verificar y corregir dado que el blanco es móvil. La política siempre es camino.

Pienso en una Argentina solidaria, alegre, dinámica, moderna, justa, segura y feliz. Que mire de frente al futuro y participe de las transformaciones del mundo. Para ello debemos estar dispuestos a dejar de lado los enfrentamientos del pasado, abandonar la cultura del prejuicio, la discriminación y trabajar. Otra frase trillada: un cambio cultural.

Estoy convencido que la solución a nuestros problemas no llegará por el lado de recetas preconcebidas ni de definiciones dogmáticas o prejuicios ideológicos. Mucho menos de lucha y confrontación. El cambio, siempre limitado y perfectible, llegará por la vía del diálogo, el trabajo, los consensos, el conocimiento específico, la voluntad de ruptura creativa, la capacidad de escuchar y, sobre todo, del compromiso por hacer. Pasar de la idea a la acción.

Hablar en la Argentina del 2015 de un proyecto político centrado en las personas resulta inconveniente para la política tradicional, acostumbrada a la discreta y silenciosa mediocridad de vivir y dejar vivir de lo público o a una explícita y desvergonzada maquinaria de hacer negocios en interés propio y de amigos. Por ello tanta resistencia, tanta necesidad de generar temor y de encasillar o vincular cualquier otra alternativa distinta a la vigente con gobiernos o ideas que fracasaron en el pasado, ya sea el neoliberalismo o un timorato progresismo.

Es hora de asumir el desafío. Trabajar lo público para el bienestar de todos, entre todos. Con acciones concretas, solidaridad y sensibilidad, prefiriendo los hechos a las palabras, la acción y la actitud ejemplar al discurso dogmático, las personas a las ideologías y la moderación y el equilibrio al fanatismo extremo. Prefiriendo lo abierto y dinámico, que incluye e integra, a lo cerrado y estático, que excluye lo que queda fuera y limita la posibilidad de cambio. Ni nueva ni vieja, ni izquierda ni derecha, ni populismo ni neoliberalismo, ni miedo ni temor: una forma diferente de hacer política. Al servicio de la gente, del pueblo argentino.

2. Definiciones

El siglo 20 estuvo marcado por los grandes relatos ideológicos, las dos guerras mundiales, el final del colonialismo y la guerra fría entre el capitalismo y el comunismo. Corrientes de pensamiento político como el nacionalismo, liberalismo, socialismo, anarquismo, fascismo y comunismo incluían definiciones que abarcaban todos los órdenes de la vida. La política, la economía, la vida privada y la cultura podían definirse en función de la ideología. En la Argentina, peronismo y radicalismo también se definían como filosofías de vida. El mundo occidental estaba cruzado por diversas divisiones bipolares, y las definiciones resultaron importantes para conocer de qué lado estaba cada persona, con las consecuencias que ello traía aparejado según de qué lado se situaba el poder en cada momento y lugar.

Los partidos políticos tradicionales de todo el mundo construyeron sus vidas en base a estas divisiones y disputas. Diseñaron sus relatos, herramientas y burocracia alrededor de esta lógica. Cuando llegaban al poder trasladaban relato, herramientas y burocracia al aparato estatal.

Pero la realidad cambió en las últimas dos décadas. La caída el comunismo y el fin de la guerra fría hicieron que prácticamente desapareciera el guión de los grandes relatos y divisiones del siglo 20. Cayo el muro de Berlín. Nuevas cuestiones y desafíos reemplazaron a las viejas luchas ideológicas: la idea de un mundo global, la revolución tecnológica, la irrupción de internet y su impacto sobre todos los ordenes de la vida, el surgimiento de nuevos países y mercados emergentes, los fundamentalismos religiosos y su expresión a través de nuevas organizaciones terroristas, el cuidado del medio ambiente, la reducción de la pobreza, la interdependencia de los mercados financieros y del comercio internacional, los nuevos flujos migratorios y la aparición de otros actores en la escena económica mundial fueron sólo algunos de los nuevos escenarios del mundo contemporáneo.

De nuevo, los grandes relatos, los grandes partidos y sus correspondientes burocracias quedaron sin sustento. El enemigo tradicional, el buen enemigo, fue desapareciendo, mientras la tecnología de la información y las comunicaciones, además de desafiarnos a nuevos contenidos y a aprender nuevas formas de hacer las cosas, nos exponía cara a cara a flagelos que siempre existieron pero que no podíamos o queríamos ver: el hambre y la pobreza. Los extremos ideológicos se limaron. Todo iba hacia el centro. Ya no se discutía tanto cuáles eran las grandes necesidades de los seres humanos sino cómo satisfacerlas sin descuidar el medio ambiente. Las grandes definiciones empezaron a pasar por otro lado.

Frente a esta realidad las doctrinas, las ideologías y partidos del siglo 20 no contaban con herramientas teóricas, conceptuales y prácticas para resolver desafíos que eran inexistentes al momento de su elaboración. Los estados democráticos comenzaron a necesitar de nuevos insumos para resolver con capacidad, eficacia y eficiencia las nuevas necesidades y demandas de sus ciudadanos, que se sumaban a las tradicionales.

De un modo u otro, los partidos políticos europeos y americanos tuvieron que revisar sus supuestos y sus ideas. Así surgió el “tercerismo” como fórmula política de romper los viejos esquemas. La Tercera Vía postulada por los sectores socialdemócratas europeos en los años 90 fue uno de los ejemplos más significativos del esfuerzo por adaptar las propuestas políticas a la nueva realidad. Ella partía de la base de que las personas estaban cansadas de extremismos, fanatismos o sobresaltos generados por viejas peleas ideológicas, y que los partidos debían ofrecerles nuevas alternativas que apuntaran a solucionar nuevos desafíos. Estados Unidos y algunos países de Latinoamérica siguieron esta corriente, diseñando e implementado sus propias vías terceristas. Argentina no se sumó al grupo. Años antes el peronismo también se había definido, entre otras cosas, como Tercera Posición.

El neoliberalismo ocupó espacios vacíos, resucitando y ofreciendo viejas recetas que las sociedades no estuvieron dispuestas a soportar. La política seguía moviéndose dentro del segmento que une los extremos izquierda-derecha sin poder salir de su lógica de exclusión, más allá de que el punto se corriera hacia un lado u otro.

La búsqueda del camino hacia un Estado que acompañe las nuevas realidades y necesidades de las personas continúa. La evolución en Latinoamérica sigue siendo lenta, con dos o tres modelos que se destacan. Como vimos en ensayos anteriores la Argentina kirchnerista se decidió por un modelo populista aliándose con Venezuela, Ecuador y Bolivia. Luego de más de una década de cooptación, compra, acomodamiento o resistencia-sin-imaginación, la oferta política resulta bastante pobre: más de lo mismo. Gran parte de los partidos políticos siguen atrapados en el pasado. Arrastran al Estado y a la población. Sus relatos, rituales y modos de construir creencias han terminado por convertirlos en elefantes blancos, estructuras obsoletas que forman parte de tradiciones que no permiten resolver los problemas del presente. En el mejor de los casos, su peso en nuestra cultura política ha frenado el desarrollo de la sociedad a la que en algún momento quisieron ayudar a avanzar.

Una propuesta de cambio debe nutrirse de las necesidades del mundo contemporáneo y no de disputas propias de otros siglos. Sin necesidad de desconocer y mucho menos de rechazar el rol de la ideología en la política, estoy convencido que puede construirse una alternativa que salga de la lógica izquierda-derecha / peronismo-radicalismo / populismo-neoliberalismo. Una alternativa que priorice a las personas y sus necesidades por sobre la ideología, el movimiento, la burocracia partidaria, el líder carismático y el poder por el poder mismo.

El peronismo kirchnerista difícilmente baje sus banderas y abandone el relato que tanto rédito le dio en la década pasada. Pero existen millones de personas que cansadas de divisiones ideológicas, enfrentamiento, violencia, temor, inseguridad y relatos mesiánicos están dispuestas a trabajar seriamente y en paz por una distinta realidad y visión de la Argentina. La oposición debería poder construir un común denominador que le permita llegar al gobierno y desarrollar un cambio de modelo.

3. Mentalidad de cambio.

Hemos transitado los primeros treinta años continuos de democracia. Para nuestro país no es poco, viniendo de décadas de interrupciones institucionales y golpes de estado. Sin embargo, el balance deja muchos temas pendientes de resolución y un sinnúmero de cuestiones a mejorar y profundizar.

Vivimos un tiempo de oportunidades que nuestra nación ha ido dejando pasar, privilegiando el aislamiento y la confrontación permanente. La cultura según la cual lo político es sinónimo de conflicto y lucha en vez de diálogo y buen gobierno tiene una vigencia dramática. De un modo agobiante la lógica de la confrontación se estableció entre los argentinos pretendiéndose imponer como lo propio de lo político.

Los relatos, grandes épicas y definiciones propias de otras épocas siguen siendo mezclados arteramente con genuinos reclamos actuales, explotados al máximo y utilizados para alimentar burocracias o herramientas políticas generadoras de votos, para continuar con cadenas de corrupción que se expanden por todo el entramado social, o para todo esto junto. Curiosamente, o no tanto, estos relatos tironean hacia lados que ya casi ni se diferencian, o si se diferencian, lo es por matices y no por cuestiones de fondo. Y siguen vigentes porque los explotados y los que consideran no formar parte de aquél entramado no pueden salir de su lógica. Los que pueden no quieren. Los otros no pueden porque no saben o no los dejan.

Junto a los requerimientos de educación, seguridad, salud y justicia, el argentino medio ha sido acostumbrado a pedir varias otras cosas bajo forma de favores (reivindicaciones no siempre genuinas, trabajo público que no siempre se necesita, privilegios políticamente correctos), a los mismos de siempre (partidos, burocracias partidarias y estatales), sin advertir el impacto que estos varios tienen sobre la calidad de los primeros o su costo a futuro. Seguimos pidiendo y eligiendo entre las mismas alternativas, o variantes camufladas de los mismos tipos de alternativas, que ya no soportamos, pero que seguimos alimentando y de las que pareciera que no podemos escapar.

Pero el sistema cae por su propio peso. Implosiona. La inseguridad deja de ser una sensación y se traslada a la calle, no pudiéndose distinguir entre causa y consecuencia. Como vimos en los ensayos 5 y 6, las instituciones ya no contienen ni cumplen su rol constitucional, por lo menos en la interpretación republicana que considero valedera.

Hemos perdido mucho tiempo en conflictos. Los argentinos tenemos que tomar conciencia que nos necesitamos unos a otros si queremos construir las bases de un nuevo modelo de país. Para ello también tenemos que darnos cuenta que la política es un instrumento fundamental en esta construcción y que no puede abandonarse con la excusa de que todo y todos son una porquería.

Al que desee formar parte del cambio político le digo que el cambio empieza por uno mismo, desde una perspectiva y con una mentalidad distinta a la tradicional. Que supere la lógica antes indicada y la (aparente) natural tendencia a esperar como respuesta el clásico combo compuesto de un pétreo y uniforme decálogo de valores o ideales, una serie de acciones que responden automáticamente a dicho decálogo y un aparato tradicional que permita su desarrollo. Una propuesta de cambio debe contar hoy con algo de todo ello, pero dejar a un lado discurso vacío y promesas que hoy ya son necesidades y derechos que deberían estar satisfechos para concentrarse en la forma de concretarlos y desarrollar servicios que permitan erradicar la pobreza, faciliten el trabajo y la vida de todos los días de las personas. Utilizando las herramientas que permitan llegar de la mejor manera a la gente a servir. Evitando alimentar elefantes innecesarios y su reproducción. Reforzando y fortaleciendo ciertos derechos, especialmente los sociales -cuyo desarrollo reconozco un logro no menor los últimos gobiernos- y mejorando los servicios públicos recuperados por el Estado.

Ha llegado el momento de dar un salto de calidad en nuestra representación política, de contactarnos con las necesidades reales de las personas de carne y hueso.

Al desplazar del centro de la política a partidos y burocracias y centrarnos en las personas, sus necesidades, realidades y desarrollo — pura dinámica y donde no siempre uno mas uno es dos — , lo pétreo, duro, frío, cerrado, automático y predeterminado de una ideología pierde sustancia frente al calor, flexibilidad y fragilidad de lo humano.

Propongo una perspectiva abierta y humana, sí, pero ello no significa que todo se pueda o que todo sea lo mismo. Por el contrario, encuentra sustento un mínimo común denominador de valores, principios, instituciones, diversas formas convertidas en fondo y reglas de juego en el marco de una auténtica forma de gobierno representativa, republicana y federal.

4. Una nueva realidad

Imagino ver la felicidad de los argentinos en las cosas simples, en cosas de todos los días. Sentir que podemos crecer en todos los aspectos, en tener un trabajo que nos dignifique, en ver crecer a nuestros hijos, en encontrarle un sentido a la vida. Apostar por una realidad que se disfrute, en la que todas las personas, aun con diferencias y matices, conflictos y problemas, podamos vivir mejor. Más allá de lo que imagino, toda propuesta de cambio debe tener como prioridad reducir la pobreza.

Entiendo la democracia como una construcción colectiva basada en un común denominador de respeto, moderación, responsabilidad y prudencia. Que debe tender una mano al otro, sin engañarlo, sin hacerle creer que todo es fácil y posible sin sacrificio ni trabajo. Que devuelva tranquilidad, ganas de vivir, de trabajar, de soñar. Que respete niños y mayores, mayorías y minorías, que nos enseñe que lo público es de todos y no de unos pocos, y que hay que cuidarlo. Que enseñe a vivir dentro de la ley. Que permita desarrollarnos como país, social y económicamente. Que permita abrirnos al mundo, pero primero abrirnos a nosotros mismos, manifestándonos y opinando libremente.

Todos somos responsables frente a lo público. La responsabilidad de la dirigencia política y del funcionario es aun mayor. Participar activamente de lo público implica ejemplaridad y austeridad en la administración de recursos que son de todos. Plantear un cambio respecto los modos de hablar en la política tradicional implica también plantearnos la posibilidad de una ruptura con los tradicionales modos de hacer las cosas. Lo que decimos tiene un rol importante. Pero el rol definitivo lo da nuestra práctica, nuestro testimonio. Somos lo que hacemos.

5. Ideas y Presupuestos básicos

El siguiente listado enuncia, a modo de ejemplo, una serie de ideas y presupuestos que considero deben formar parte del común denominador republicano que oriente el cambio político hacia un nuevo modelo de país:

– Balance equilibrado entre pueblo y República. En la democracia Argentina coexisten un polo constitucional — el Estado de Derecho e instituciones que gozan de cierta autonomía respecto a los gobiernos de turno y protegen nuestros derechos frente a posible ejercicio arbitrario del poder — con un pilar popular establecido por el voto. Reconocer esta tensión con una actitud positiva y constructiva y alcanzar un adecuado equilibrio entre estos dos polos constituye uno de los primeros desafíos del cambio político.

– Respeto de las leyes y las instituciones republicanas. El respeto del Estado de Derecho, la forma de gobierno y las instituciones republicanas debe prevalecer a la voluntad carismática de los gobernantes. La independencia de la Justicia y la división de poderes son elementos fundamentales de la democracia y forma de gobierno adoptada por nuestra Constitución.

– Oposición a cualquier forma de corrupción. Combatirla como lo que es: un atentado contra el sistema democrático.

– La política y el Estado al servicio de las personas. Las personas y sus necesidades deben ser el centro de la política y del Estado. La actividad de políticos y funcionarios públicos debe estar orientada al servicio público y adquiere sentido cuando se manifiesta a través decisiones y acción. El poder, la política y los partidos políticos son instrumentos para mejorar la vida de las personas y no deben constituir fines en sí mismos. Valores en acción.

– El diálogo como sustento de los vínculos interpersonales. El diálogo, el consenso, la cercanía con la gente y la positividad constituyen pilares sólidos que favorecen la unión de la sociedad. La forma de gobernar y administrar los conflictos sociales debe partir de una sincera tolerancia, pluralidad de voces, respeto y la necesidad de crear y fortalecer vínculos. Pienso en una sociedad abierta, que respete e integre a las minorías.

– Reducir al máximo la pobreza.

– Educación, salud, vivienda y justicia social para dignificar la vida. La educación es la herramienta fundamental para la inclusión y el desarrollo, y base de la construcción de una sociedad basada en el conocimiento que favorezca el futuro de las nuevas generaciones. De la buena salud depende el primer paso que nos permite iniciar el día, desenvolvernos y hacer. El trabajo es salud. Más allá de cierto nivel uniforme de servicios para todas las personas, algunos necesitarán de más. El Estado debe acompañarlos y asegurarles los derechos sociales adquiridos. Pero la asistencia no termina allí. Porque la dignidad de una persona no se satisface con un plato de sopa, con una casilla precaria o facilitando la ocupación el espacio público. Quizás para la lógica política tradicional esto sea suficiente para ganar un voto y volver a tenerlo en la siguiente elección. La política orientada hacia las personas, en cambio, debe trabajar simultánea y sistémicamente sobre las necesidades inmediatas, el fomento de la cultura del trabajo, la formación cívica y otras herramientas que permitan una genuina y digna inclusión. El Estado y sus políticas deben apuntar al desarrollo de ciudadanía y a reducir la precariedad. Personas con dignidad.

– La seguridad personal como punto de partida de una vida pacífica. El Estado debe brindar seguridad a las personas con políticas y herramientas justas, siendo firmes en el respeto y cumplimiento de la ley. Podemos revisar códigos, delitos, penas y procedimientos, crear policías locales, negociar la colaboración del gobierno nacional y sus fuerzas según el color político del distrito, discutir en las Universidades las distintas teorías sobre el derecho penal, opinar sobre la justificación de los jueces por fallar en un sentido u otro, echarlos del Poder Judicial luego que ridículos fallos “garantistas” facilitaron la comisión de más delitos. Podemos hacer esto una y otra vez, como lo venimos haciendo en los últimos años. Difícilmente mejoremos la situación que vive la Argentina si no alcanzamos en el ámbito nacional y provincial un sincero mínimo común acuerdo en esta materia. Mínimo común acuerdo que adopte una visión común a la hora de sancionar e interpretar las leyes y resalte la imperiosa necesidad de su cumplimiento.

– Humanos somos todos. La ley iguala cuando es una para todos. Las diferencias llevadas al extremo deshumanizan, convierten equivocadamente a algunas personas en ídolos mientras que le quitan la dignidad a otras. La justicia debe estar al servicio de las personas, sin distinción de ninguna clase.

– Complementariedad del Estado y el mercado. Una propuesta centrada en las personas debe incentivar Estado y mercado en la medida que sirvan como herramientas de mejora de la calidad de vida. Haciendo a un lado las hoy desdibujadas limitaciones y predeterminaciones ideológicas marcadas por el extremismo y fanatismo de las viejas luchas izquierda–derecha, capitalismo-comunismo, y nuevas luchas potenciadas por gobiernos latinoamericanos como populismo vs neoliberalismo, el cambio significa tomar del espectro de soluciones posibles aquellas que permitan concretar los derechos fundamentales de las personas. Propongo un Estado presente y activo al servicio de las personas.

– Federalismo pleno. El gobierno central, representando al pueblo que lo eligió, tiene a su cargo construir el modelo de país para todos los argentinos. Pero son las Provincias y las economías regionales los cimientos para esa construcción. Las Provincias deben ser los motores principales del país, cada una según sus posibilidades. Por principio, una política nacional puesta al servicio de las personas no debería utilizar el poder para favorecer arbitrariamente a una Provincia en desmedro de otra. Ello lisa y llanamente significa discriminar a parte de la población. Significa directamente condenar a millones de personas a la pobreza o, en el mejor de los casos, acostumbrarlos a vivir de dádivas y favores de un Estado amo y señor. Esto viene sucediendo hace décadas, muchas veces con la complicidad de gobernadores e intendentes locales que siguen viviendo la vida de los viejos caudillos y se adueñan de los recursos de los pueblos y provincias. Entonces, las Provincias, sus gobiernos locales, sus habitantes, deben ser los primeros actores del cambio. Solo así, pensando y actuando en conjunto con un mismo objetivo, lograremos un pleno federalismo.

– Gestión pública eficiente y de calidad. El cambio político requiere de una gestión eficiente de los recursos públicos en todos los órdenes y en todos los niveles. Esto implica una convocatoria permanente a la excelencia y a la conformación de los mejores equipos de trabajo. Terminar con nepotismos y amiguismos. Cientos de miles de personas distribuidos por todo el país trabajan en la administración pública poniendo lo mejor de sí al servicio de los demás, muchas veces sin reconocimiento. La incorporación de nuevas prácticas, nuevas herramientas de gestión, medición y control y la utilización inteligente de la tecnología permite un salto de calidad que redunda en beneficio de todos. Trabajar mejor dignifica. Contagia. Y sirve de ejemplo para los demás.

– Estar en el mundo. Un proyecto de cambio significa cuidar lo nuestro, nuestra cultura, nuestros recursos, pero al mismo tiempo afianzar los vínculos con todos los países de la región — más allá de los países con gobiernos populistas — y abrirnos al mundo democrático y civilizado. Los actores no son los gobiernos, ni nacional ni provincial ni local. Los actores somos nosotros, las personas, y todas las personas del país deben poder participar de este dar y recibir. Tenemos mucho para aprender de los otros, y mucho más para ofrecer. Lo nuestro es la tierra, pero también el conocimiento, el ingenio y la innovación. Liberemos la tierra para que pueda dar sus frutos y generar valor para los argentinos y los demás ciudadanos del mundo. El campo sigue siendo uno de los sectores más productivos del país, al mismo tiempo que hogar de millones de personas y familias en todo el país. Debemos permitir y alentar su desarrollo, abrir las exportaciones y reducir o eliminar las trabas que lo limiten y toda regulación que nos aleje del modelo de país propuesto. Liberemos las personas para que el ingenio y la innovación exploten y se conviertan en acciones que permitan una nueva industrialización que acompañe las necesidades y características de la sociedad global del siglo 21. El Estado debe guiarnos y acompañarnos en esta misión, y hacer respetar las reglas de juego.

6. Forma de vincularnos

Relación. Diálogo. Consenso. Proximidad.

Cuando la persona es el centro de la política y la actividad pública el vínculo adopta características particulares: mentalidad de diálogo, atención al contexto, pensamiento reflexivo, búsqueda de puntos de confluencia, capacidad de conciliar y de sintetizar. Estas formas sustituyen las polarizaciones dogmáticas clásicas y desplazan a las ideologías del centro del debate reemplazándolas por las necesidades específicas de las personas.

Centrarnos en las personas significa acercarnos a ellas, escucharlas, analizar sus necesidades y problemas e intentar solucionarlos, haciéndolas formar parte del cambio. Para relacionarnos, comunicar y comunicarnos promovemos la utilización de herramientas que permitan que las distintas voces no solo se escuchen sino que interactúen y sean parte de la construcción común. Trabajar en el cara a cara, pero también utilizar la tecnología y las redes sociales como paradigma del cambio.

Actitud. Solidaridad. Poder como servicio. Responsabilidad. Positividad.

Ubicar a las personas en el centro de la acción política tiene una consecuencia inmediata: la disposición a prestar servicios reales. Una actitud solidaria implica la promoción de bienes y servicios que posibiliten a las personas el acceso a entornos más ricos de libertad y participación. La acción solidaria no debe ahogar ni subordinar al beneficiario, sino posibilitar la afirmación de su identidad reforzando el pluralismo y la cooperación.

Considero que sin auténtica libertad no hay participación sino sometimiento. Sin participación no es posible una auténtica democracia sino meras formalidades sin significado. Las libertades formales no son el fundamento de la democracia. El fundamento de la democracia son los hombres y mujeres libres.

El poder político se justifica en función de hacer posible los fines de las personas. La elección y consecución de los propios fines es libre y competencia de cada individuo. De esta forma el poder deja de ser la sustancia de la política para convertirse en capacidad de acción. Depende entonces de la disposición de quien lo ejerce el utilizar los medios a su alcance en pos de aquel objetivo.

La sociedad argentina puede y debe vivir mejor y este convencimiento debe acompañar todas nuestras acciones. Las crisis también nos abre la posibilidad de una resolución positiva permitiéndonos tomar decisiones democráticas trascendentes.

Mentalidad. Apertura. Apuesta al futuro.

La realidad es viva, heterogénea y dinámica. Plural y compleja. Un proyecto político que aspire a mejorar la realidad de los argentinos debe abrir las puertas al cambio y a nuevas formas de encararlo. No podemos sostener la ilusión de cambiar la realidad volviendo a utilizar ideas y acciones ya experimentadas en el pasado y que no funcionaron. Tampoco podemos pretender transformar el país profundizando una lógica política que se ha mostrado exhausta al cabo de las últimas tres décadas. Las ofertas políticas tradicionales comparten una característica: son sistemas de pensamiento cerrados y estáticos, diseñados para realidades del pasado. Entiendo que abordar un conocimiento auténtico de esa realidad requiere de una mentalidad abierta que permita el desarrollo de un pensamiento dinámico.

Rechazo los planteos dogmáticos y su contracara, el relativismo moral, la idea según la cual cada cual todas las versiones de la realidad son igualmente legítimas y consistentes. Fundamentalismo y relativismo pugnan por violentar la libertad. No me canso de repetir: la propuesta política en la que pienso debe centrarse en las personas y sus necesidades. Siendo abierta y dinámica debe sustentarse en un mínimo común denominador de ideas, valores y formas que la aleje de fundamentalismos y relativismos.

Analizado con detenimiento, el cambio que sugiero no significa tirar por la ventana los distintos avances, derechos y libertades logrados por los argentinos en los últimos años. Tampoco significa desconocer las acciones positivas de los distintos gobiernos, sobre todo en materia social. Por el contrario, implica potenciar esos avances brindándoles un sustento republicano sólido y sostenible en el tiempo, y, complementarlos con nuevas formas de vincularnos, recreando la cultura del trabajo, orientarlos hacia una visión de país abierta y moderna que nos permita a todos mejorar nuestra calidad de vida.

Reconozco la historia de nuestro país, sus enseñanzas, legados y errores que no debemos repetir. Pero miro hacia adelante. No podemos conformamos con vivir de la resolución de los conflictos del pasado. ¡Trabajemos en la construcción de un futuro de crecimiento, previsible y pacífico para todos los argentinos!

7. Forma de las acciones.

Deseo que los argentinos recreemos la cultura de poner en acto ideas y palabras. Recuerdo una vieja frase: “Somos lo que hacemos cada día. La excelencia no es un acto sino un hábito”.

La única forma de demostrar lo que somos capaces de hacer es haciéndolo. La calidad de nuestros actos revela nuestra auténtica capacidad; la calidad de nuestras acciones pone de manifiesto nuestra calidad. La Argentina no necesita personas aparentemente capaces sino personas con realizaciones, grandes o pequeñas. Personas que con hechos reales aporten positivismo en acción a través de la construcción de una sociedad superior.

Las acciones que dan vida a las ideas deben tener su propia lógica pero seguir una determinada orientación. A grandes rasgos, enumero una serie de elementos que caracterizan las acciones de una propuesta de cambio político:

-Ser reformistas.

Nuestras acciones deben apuntar a modificar la realidad sin ceder a la resignación. Pensar en mejoras reales, de amplio alcance, que surjan de iniciativas y proyectos innovadores provenientes del sector público y de la sociedad civil. Con la mirada puesta en las personas debemos superar la falsa tranquilidad del status quo y las ilusorias promesas de los dogmas revolucionarios del pasado.

-Construir un estado moderno.

Poniendo el Estado al servicio de las personas, el trabajo en equipo, la complementariedad, la racionalidad administrativa y el cuidado de los trabajadores y recursos presupuestarios constituyen pilares fundamentales de toda acción gubernamental. Dicho esto, la austeridad, la eficacia y la eficiencia en la utilización y asignación de los recursos públicos son principios que deben orientar nuestras acciones.

-Diseñar políticas incrementales, de impactos y resultados medibles, que se ejecutan con convicción y decisión política.

Entiendo que debemos encontrar el equilibrio entre los diferentes intereses y sectores en juego que componen la realidad social. Nuestra visión apunta a la integración y no a la fragmentación de la sociedad.

-El desarrollo como objetivo.

Las políticas públicas deben estar orientadas hacia un objetivo común: transformar a la Argentina en un país desarrollado en materia social, económica y política. Por ende, ninguna de las acciones a desarrollar debería ser considerada un fin en sí mismo. Por el contrario, cada una de ellas debe apuntar a ser una parte, un mojón, un escalón en el camino del desarrollo y la liberación de las energías creativas presentes en la sociedad.

8. Federalismo, forma de gobierno y Constitución Nacional

Decidimos ser un país federal. La Argentina es un país vasto, heterogéneo y diverso. Cada provincia y cada localidad tienen sus características, sus valores, su propia identidad que contribuye a la conformación de la Nación. Sin embargo el interior del país paga hoy el “impuesto a la distancia”: la falta de infraestructura y de incentivos que pongan en marcha lo que cada provincia tiene para ofrecer. Se trate de campo, energía, minería o turismo. Mientras tanto las hacemos responsables de la salud, educación, justicia y seguridad.

Necesitamos provincias fuertes. El desarrollo de las economías regionales debe ser la locomotora del desarrollo nacional. No hay desarrollo federal sin economías regionales.

Ya señalé que nuestra base de sustentación es la Constitución Nacional. Es el acuerdo por el cual los argentinos establecimos nuestras reglas de juego. En ellas se expresa el país que todos queremos, es nuestro primer denominador común.

Toda oferta programática política se diseña en el marco de una forma de gobierno particular, que funciona por medio de órganos específicos y un sistema legal que la sostiene. En Argentina, la forma de gobierno y los órganos o poderes del Estado están definidos por la Constitución. Mejor dicho, fueron definidos por el pueblo a través de sus representantes y plasmadas en un documento que reviste el carácter de Ley Suprema del país.

En la Constitución Nacional los argentinos elegimos y decidimos varias cosas. En primer lugar, las características del país que queremos y los principios, valores y derechos que pretendemos alentar y proteger. Pero ello no era suficiente. Creímos necesario explicitar una forma particular para hacer realidad estos ideales (cómo hacerlo). Entre las variantes que teníamos a disposición elegimos como forma de gobierno la democracia republicana. Y luego definimos los órganos o poderes del Estado encargados de llevarla adelante — poder ejecutivo, legislativo y judicial — , y las reglas generales de funcionamiento de la forma de gobierno y sus órganos o poderes. Dentro de las últimas se encuentra la división e independencia de poderes y el sistema de frenos y contrapesos y control cruzado entre estos poderes. Ejecutivo y legislativo elegido directamente por el pueblo. Jueces y otros magistrados designados luego de un especial y complejo proceso de selección del que participan los tres poderes.

En pocas palabras esto es lo que denominamos reglas de juego. Los argentinos coincidimos en el país que queremos, llegamos a un primer común denominador general, pero con buen criterio no dejamos a la deriva la interpretación de lo que ese común denominador significa ni el diseño y la ejecución de las acciones correspondientes. Tampoco lo dejamos librado a la voluntad de una única persona o poder del Estado.

Además de lo dicho, los argentinos tomamos otra importante decisión. Elegimos al poder judicial como garante e intérprete final de la Constitución. Existían otras variantes, por ejemplo que en esta tarea la última palabra la tuviera el Parlamento, pero nos decidimos por la variante judicial. Una de las razones de esta decisión estuvo basada en la especial organización del sistema judicial, y en un procedimiento de selección y remoción de jueces que, sin perjuicio de incluir un componente político, luego aseguraba una relativa independencia del poder de turno.

La alternativa de cambio que propongo se basa en el respeto de la forma de gobierno republicana y las reglas de juego adoptadas en la Constitución. Por ello, y por ser garante de la Constitución, promueve la independencia del Poder Judicial y sus magistrados del poder político. En una sociedad que ha abandonado en innumerables ocasiones el mandato constitucional y con una democracia aun joven y no carente de crisis institucionales recurrentes, la Constitución se convierte en un faro y a la vez en el primer punto de un programa de gobierno.

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Mosaico
Libros y buenas lecturas

El espíritu de este espacio es plural, rico en las diferencias que se integran en un mosaico multicolor. Lugar de encuentro hacia la libertad creativa.