Notas—¿Ayudar nos hace bien? Contra la apropiación de la solidaridad

Lina Marín M.
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6 min readMar 27, 2020

La solidaridad ha salvado la vida de millones de personas en contextos difíciles. Lo hace todos los días, por ejemplo, en los barrios populares de ciudades como Medellín donde las personas se ayudan entre sí para sostener sus necesidades básicas. Sin embargo, me inquieta (mortifica, molesta, fastidia, importuna) el uso que se le da a esta palabra en el contexto del COVID-19.

¿El instrumento de los gobiernos es la solidaridad? No. En momentos de crisis se acude a reservas, a fondos, a impuestos, a todos los instrumentos que tiene el Estado para garantizar que la gente no muera de hambre. Por eso, que la política estrella para paliar el impacto económico de una crisis de la dimensión del Covid-19, sea una primera dama pidiendo donaciones e insistiendo en la ayuda de “los colombianos”, genera preocupación y desasosiego. Sobre todo, rabia.

El presidente de Colombia Iván Duque ha explicado que también se fortalecerán y aumentarán los subsidios a “los más vulnerables”, como él los llama. Sin embargo, no propone nada contundente para enfrentar la situación inédita que vivimos: un país detenido en un mundo detenido. Ante eso, uno quisiera ver ingeniería social y económica, una estrategia inteligente para paliar la crisis. Nada de eso se ve, más allá de muchas palabras, adornos y redundancias: que pongamos la bandera, que Dios nos bendiga, que unidos saldremos adelante. El Gobierno pretende actuar de coach y animador, cuando lo que se demanda es inteligencia, lucidez, celeridad y estrategia. Se necesitan políticas.

Políticas que, por cierto, hace rato se debieron implementar. Porque el gobierno habla de los vulnerables sin siquiera sonrojarse un poco, sin vergüenza ni culpa por esa situación de la que es responsable. O los vulnerables de los que tanto hablan, ¿de dónde salieron?, ¿quiénes son?, ¿por qué son vulnerables? Parece como si el gobierno pretendiera hacerles un favor gestionándoles un mercado o difiriendo los servicios de un mes a 36 meses. Los vulnerables en Colombia son casi todos y principalmente, todas. La del barrio popular que tiene una tienda en su casa, y quien vive en arriendo en estrato cuatro, recién despedido de su trabajo -posiblemente con un contrato de prestación de servicios- y que vive a ras. Es decir, en este momento histórico la categoría “sectores vulnerables” es tan amplia como imprecisa.

Esta coyuntura es una oportunidad para evidenciar el fracaso de las políticas focalizadas en “los pobres”. En realidad, lo que necesitamos hace rato son derechos universales, son políticas para que todos y todas tengamos vidas dignas. ¿Eso qué significa? hospitales públicos de calidad, servicios públicos que se conciban como derechos y no como negocios, políticas que garanticen alimentos saludables y fortalecimiento del campo. En síntesis, promoción de áreas estratégicas para la defensa de la vida: salud, educación, vivienda, alimentación y servicios públicos. Todo lo que necesitamos hoy, en medio de la pandemia global, y resulta que no existe. No existe porque se ha descuidado todo este tiempo.

Que se dañó la máquina de los análisis del covid-19 y que el Instituto Nacional de Salud no sabe que hacer en este 27 de marzo del 2020, porque las máquinas las traen de Alemania y Alemania suspendió las exportaciones, eso pasa porque no hemos sido capaces de imaginar y crear una política de salud universal en la que si se daña una máquina no quedemos varados, porque este país no produce ciencia ni tecnología (y se conformó con importar). Que la gente no se queda en la casa porque necesita qué comer y aquí nos parece tan normal que la gente viva de vender cosas en la calle; que muchos no tienen ni donde quedarse o que pronto los echarán de sus casas porque no tienen con qué pagar el arriendo… eso pasa porque tampoco tenemos una política de vivienda digna, sino una destinada a enriquecer a los constructores. ¿Por qué no podemos tener una política de vivienda como la que funciona en algunos países donde el gobierno compra casas, las arrienda a las personas a precios razonables y les da posibilidades de pago y de compra?, ¿quién dijo que las cosas no se pueden hacer de otra manera?

Un día cualquiera parece que muchos se enteran de que la mayoría de las personas en Colombia no tienen donde vivir ni qué comer si no están todo el día en la calle de sol a sol rebuscando dinero. El gobierno suplica donaciones porque no ha hecho el trabajo que tiene que hacer. No lo ha hecho nunca. Y ni siquiera puede reconocer la vergüenza de lo no hecho en gobiernos anteriores, porque hace parte de ese mismo conjunto de gobernantes que privilegia otros valores diferentes a la vida: el mercado, el crecimiento económico, las ganancias y la acumulación de dinero.

Esa fue una de las enseñanzas, que entre otras cosas, los políticos trajeron de Chile, que había que privatizar la salud, la educación, las pensiones… había que privatizar todo lo que se pudiera. Entonces ahora tenemos mil-millonarios colombianos, pero la salud desfinanciada, la gente buscando cómo comer esta noche, desesperada. Nadie se preparó para una pandemia global, no porque no fuera a ocurrir, porque las alertas eran claras. No se prepararon para la pandemia porque no era rentable, no generaba ricos, no propiciaba nichos de apropiación de los recursos comunes.

Prepararse para preservar la vida, demanda una lógica totalmente opuesta: defender lo común, crear impuestos (para los ricos); hacer hospitales; no vender el agua ni la tierra -a empresas extranjeras o nacionales cuyo fin es el lucro y que no les interesa la reproducción de la vida-; asegurar una producción de alimentos cercana y responsable, que no nos envenene; diseñar viviendas dignas donde resguardarse… ¿es tan difícil? ¿suena a una utopía? No. Por el contrario, las políticas de apropiación de aquello que es fundamental para la vida, sí nos llevan a la distopía que estamos viviendo en este 2020 encerrados en la casa. Esas políticas nos trajeron a este capítulo de Black Mirror, como decía ColoresMari, pero la temporada no ha terminado.

Y no es que Colombia sea un país pobre. Esa es una mentira tan grande como la que les querían colar en Chile diciéndoles que había sequía. En realidad, lo que pasa allí es que han cedido todas las fuentes de agua a empresas para que rieguen sus cultivos extensivos destinados a exportación. En medio de las protestas de 2019 en Chile se popularizó la frase: “no es sequía, es saqueo”. Lo mismo pasa en Colombia y en muchos otros países. El problema aquí es que no se trata de corrupción, se trata de las políticas que están pensadas para que unos cuántos se enriquezcan. Las políticas de exenciones tributarias, de megaproyectos que desplazan a las comunidades, de minería que deja sin agua… Lo que llamamos “micos”, las trampas en las leyes, no son la excepción sino la regla. La ideología que nos mueve es aquella de beneficiar a unos pocos con la excusa de que darán empleo y ayudarán al crecimiento económico del país. Todo ese andamiaje de ideas muestra su fragilidad y falibilidad en estos tiempos.

Esos mismos mil-millonarios no son los que salvarán al país de esta crisis ni de la venidera. Tampoco es a ellos a quien interpela el gobierno cuando pide donaciones para salvarse… Esos mil-millonarios tratarán -como dice Bruno Latour en su libro ¿Dónde aterrizar?- de huir fuera del mundo, si acaso donarán una pequeña parte de lo que debieron pagar en impuestos, o pedirán a sus empleados que donen sus vacaciones -algunos ni siquiera se preocupan por disfrazar su propia miseria-. Y nosotras nos quedamos aquí, viendo cómo sostener la vida. Hoy más que nunca se demuestra la importancia de detener el expolio, de cuestionar y no dar por normales las respuestas políticas del momento. Nada es normal, quizá haya otra dimensión paralela en la que estamos tranquilas, con algún tipo de seguridades que nos dejen dormir, con alimentos, vivienda, hospitales; una dimensión en la que saldremos esta noche a tomar cerveza con las amigas. Por ahora y en este espacio-tiempo estamos fracasando.

P.d: Las mujeres dedicadas a la caridad son la herencia de las sociedades machistas y patriarcales del siglo XVIII Y XIX que impedian su ingreso a la política y por tanto les dejaban “la ayuda a los pobres” como entretención. En algunos lugares de este siglo XXI pareciera que todo sigue igual.

P.d. 2: Una cosa es la falsa solidaridad que promueve el Gobierno y que le sirve de excusa para no hacer lo que debe hacer. Sin embargo, la solidaridad ha sido nuestra forma de sobrevivir por años. Es necesario fortalecer las redes solidarias y ciudadanas que permiten la reproducción de la vida.

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