La cuidadora

Pedro García
Lippo por Liebre
Published in
4 min readMay 29, 2015

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Los sábados por la mañana los movimientos de la estación Constitución, no son los mismos que los de la semana. Apenas algunos vendedores ambulantes pasean entre viajantes, que esperan la salida del tren. Las caras no suelen ser de cansancio, ni resignación, sino más relajadas.

Mientras el reloj marcaba 10 Minutos para la salida del próximo tren a Ezeiza. La gente iba llegando a los vagones, esos en los que se viaja de costado, de espalda a la ventana, mirando las aburridas caras de viaje de la fila de enfrente. El pasillo se convierte en un desfile de gente observada de ambos lados.

El Perro, perdido, con cara de tristeza y ese aire desesperado que solo se puede ver en un perro de calle, deambulaba por el vagón del tren.

Se sentaba la familia desayunando en viaje. La pareja que leía las promociones del Coto, el señor de anteojos que leía concentrado un pequeño libro, dos amigas y se perdían en su celular. Una señora muy coqueta, vestida con un saco azul cuadriculado y pollera del mismo tono, al sentarse mantuvo su mirada al frente pero con los ojos cerrados, con una mueca mezcla de miedo y desprecio hacia el vendedor ambulante que caminaba detrás de ella.

Arrastrando las patas seguía su paso, buscando con el hocico alguna señal de restos de comida. En lugar de comida encontró calor, y prefirió descansar. Un par de vueltas, y tomó posición, en medio del desfile del vagón, para aprovechar ese motor caliente que está debajo del tren.

Los anteojos, volvían a su lugar gracias al gesto distraído del señor, que se mostraba sumergido en el libro. Las chicas del celular reían sin quitar la vista de la brillante luz. Mientras el desfile de gente que iba poco a poco acomodándose en sus asientos.

Hambriento y cansado su cara marcaba la tristeza de un perro de calle. La gente daba un paso largo al pasar cerca de él. Con desconfianza, intentaba pasar como evitando un posible zarpaso del animal. Cuando ya solo quedaban 3 minutos para la salida una señora con bolsas grandes, de unos 50 años, jean y camisa blanca, se agacho para acariciarlo. Él desconfiado, no se movió. Sabia que era una de esas caricias de lastima que iban a perderse en segundos. Pero la señora seguía en cuclillas, acariciando su pata. La señora empezó a hablarle con ternura, a decirle que todo estaba bien. Recorrió el hocico, el cuello y volvió a la pata sin dejar de hablarle. Él comenzó a entrar en confianza, se termino de echar en el piso, disfrutando de esas caricias caídas del cielo.

El vagón apenas tenia el un tercio de los asientos con gente. Los motores se encendían y la señora seguía en cuclillas junto a ElPerro. Se cerraron las puertas, y como si fuese una orden, las miradas comenzaron a posarse en el perro y en la señora. El Niño de la familia ya estaba maravillado con que la señora haga lo que su madre no le permitía. La señora coqueta, con clara señal de repulsión, la mirada desconfiada. La pareja de ancianos que miraba las ofertas, bajaron la revista y comenzaron a observar a la extraña pareja, mientras el tren iniciaba la marcha.

Las caricias ya parecían masajes y sus palabras eran paz. Paz que no encontraba hace rato. Se desperezo y se puso boca arriba. Mientras le acariciaba la pata, El Perro comenzó a mover la otra como un reflejo de satisfacción. Más miradas se sumaron. Ya no era levantar la vista para tantear que pasaba, comenzaron a posarse en el perro y en la señora. La señora coqueta, cambio su cara de repulsión y asco, una mueca algo extraña entre ternura y sorpresa. Sorpresa de si misma, que ese acto le daba ternura.

Con El Perro moviendo la pata, todos comenzaron a prestar atención a esa escena que hacia 10 minutos que se daba. Las sonrisas empezaron a florecer. Las miradas de asombro y complicidad se empezaron a cruzar. Y hasta las amigas dejaron sus pantallas para prestar atención.

Caricias en el lomo, desde la cabeza hasta la cola, los cantos dulces de su voz, dejaron al perro dormido. Y a los pasajeros maravillados.

Llegando a Avellaneda. La señora se paro con cara de pena. Como queriendo seguir allí. Él, se quedo quieto. Dormido, relajado, y confiado como hacía tiempo. Lo miro fijo y cuando el tren paro. Se dio media vuelta y bajo.

Dejando a todos los pasajeros con una sonrisa, y al perro dormido, tan relajado como nunca.

Este relato, se basa en una señora que estuvo 10 minutos en cuclillas mientras el tren avanzaba, el sábado 23 de Mayo a las 10 de la mañana.
Plaza Constitución, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Como me dijo un amigo cuando le mostré el relato.

Si tenes la oportunidad de acariciar un perro en la calle, hacelo.
Puede ser su único alimento del día.

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