Locura

Pedro García
Lippo por Liebre
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6 min readMar 17, 2019

- “Loooocuuura!!, ¿Cómo va? … Loco, espero de corazón que en este tiempo que no nos vimos hayas estado de diez, que hayas terminado esa carrera que tanto tiempo te consumió, que las cosas con Vero estén excelentes, espero que todo esté muy bien, y que estés muy feliz. La verdad que extraño una banda…”.

Así la contestadora comenzaba a replicar la voz de su amigo Leo, que era el único motivo por el cual conservaba la línea telefónica y ese viejo aparato negro de números rojos, que grababa en cassettes los gritos de su amigo, que insistía con no tener celular, prefería utilizar teléfonos públicos, pero cada vez le costaba más encontrarlos, por lo que solía llamar cada vez más espaciado en el tiempo y en horarios más complicados para que Germán atienda.

Leo, su hermano por elección, hacía unos 17 meses que se había ido a Perú, en búsqueda de algo que ni él, sabía bien que era. Tenía la costumbre de llamarlo cada semana a su línea y dejar monólogos eternos en su contestador, contando sus andanzas, sus aventuras. En ocaciones eran a los gritos -leo no sabía hablar, solo gritar, era el chascarrillo para su amigo- y llenas de alegría y otras, también a los gritos, pero con menos entusiasmo, con algo de tristeza porque las cosas no andaban bien o el camino lo había llevado al hambre, pero siempre dejaba un saludo de esperanza al cierre del mensaje, con el que siempre Germán se quedaba tranquilo.

Los mensajes habían surgido de las distracciones de Leo, que nunca pudo entender que Germán trabajase de 9 a 18. Y siempre llamaba tipo 3 de la tarde. Así que en una de sus pocas respuestas por mail, Leo lo invito a comprarse esa vieja grabadora de casette que no se vendía en la tienda de artículos usados del barrio donde vivían. Ya que el llamaba y Germán no lo atendía, así se entero en uno de sus pocos mails que alguna vez respondió.

Al cabo del tiempo se transformó en su manera de comunicarse. Leo a los gritos por el teléfono y Germán por correo.

- “Por acá la cosa no mejora, sigo durmiendo en la calle. Si, que se yo, empezó como algo piola, dormir a la luz de las estrellas en un banco de una plaza, dormir en algún techo durante alguna noche nublada, pero después vino el frío. Y ya no está bueno Cabe. A veces consigo pegar algún albergue, dormir en un hotel, pero es por una o dos noches. El otro día después que me sacaron del quinto albergue. Me dije seguir camino. Esta ciudad no me sienta bien. “

En su viaje Leo había pasado por más de 30 ciudades, no solía pasar más de 15 o 20 días en cada una. Y solía llamarlo antes de avanzar a la siguiente ciudad.

Siempre decía que iba a volver a pasar por aquellos pueblos o ciudades que le habían sido generosas. En general, los pueblos más pequeños, con gente más cercana, más interesada por las personas y los viajeros, era donde mejor la pasaba, donde más disfrutaba. En base al trueque y a alguna venta de sus artesanías, se hacía de comida y alojamiento. Se acercaba más a la gente y lograba satisfacer un poquito más ese deseo que buscaba desde que había salido de viaje.

En cambio en las ciudades, la indiferencia lo volvían invisible, así Leo se perdía en su soledad, sin poder pegar un trabajo, o vender alguno de los cacharros que él describía con gran emoción se le complicaba el día a día en las grandes urbes por las que pasaba.

- “Y acá estoy recién llegado a Quito -Ecuador- después de algunos días caminando sin que no haya pique en la ruta. La verdad que este último tramo del viaje complico bastante. No se. Me encerré en la tristeza. La ciudad de la que salí no me trato bien. En el camino me encontré con mucha gente. Pero siempre iban de a dos. Y no se. Me deprimió. Me empecé a sentir solo. Me acorde de la vuelta que nos fuimos 20 días a caminar por salta y los kilombo a en los que nos metimos en nuestro viaje al sur, jaaaa te acordas del viejo del camión de ovejas??? Jaja que genio ese viejo.”

Siempre que llamaba Leo había una parte en la que contaba que no la había pasado bien. Claro que son los cuentos que no se cuentan, es la parte fea de la historia de un viaje que de afuera parece el sueño de cualquier persona, viajar por el mundo con la mochila a la espalda. Pero algo en el tono de voz, le llamó la atención a Germán. Algo era distinto. Algo no estaba donde tenía que estar, o más bien, algo faltaba. Faltaba en su voz esa vida que siempre imponía Leo, esa energía que contagiaba.

- “En fin Cabe… Llamaba … Para…. despedirme. “

A Germán se le aceleró el corazón, se le tensionaron los músculos. Le recorrió un escalofrío en todo el cuerpo y sostuvo el aliento durante la pausa del relato. Ya con la voz quebrada Leo continuo.

- “Si Cabe, no se, no para más esto. Me siento solo, de los pibes no sé nada, parece que la vida allá siguió como si nada. Todos se olvidaron de mi, y yo no me puedo olvidar de nadie. Sos el único que me dio bola en este año y medio…. Pero de alguna manera… Me siento solo. Y creo que no aportó nada. Sabes hace cuánto que no abrazo a alguien? Sabes hace cuánto que no puedo tener una charla con un amigo, sabes hace cuánto que no me quedo callado escuchando alguna boludes de alguno de ustedes. Si. Si. Ya sé que cuando nos encontramos por Perú. Pero cabe eso fue hace un año. No sabes la falta que me hace verlo a cualquiera de ustedes”.

Germán ya acompañaba a Leo en las lágrimas del audio. Sabía lo duro que era el viaje. Porque era el que lo seguía. Porque lo había visto hace un año en Perú. Y porque conocía a si amigo.

- “….. La posta es que no estoy bien, estoy por el piso, destruido, no me banco más todo esto….

… Se termina acá. Me voy….. Te llamé para escucharte por última vez, hice tiempo en un teléfono que encontré hasta las ocho, pero seguro que saliste a algún lado, borracho, je. Cabe, sabes que sos una de las personas que más quiero en el mundo. Fuiste, sos y serás mi mejor amigo. Mi hermano.

Te quería escuchar pero bueno… Mala leche. En la próxima vida nos veremos Cabe. Un abrazo grande y te voy a estar cuidando desde arriba.”

Germán se quedo congelado. Se le detuvo el tiempo. De repente no importaba nada un carajo. El sonido del teléfono al colgar reproducido por el aparato negro, quedo retumbando en la habitación. Luego el silencio eterno.

Así arranco el día para Germán, el Cabe para los amigos. Se despertó a las 8:15 como todos los días con el informe futbolístico de Varksy en Radio Metro. La resaca ahí estaba, la noche anterior había salido con los compañeros de trabajo en busca de alguna distracción. Abrió un ojo, le pego a la radio y agarro el celu para ver el tiempo, las noticias y saciar esa ansiedad de novedad en las redes sociales. Y vio el 01, en la vieja contestadora, puso play.

Lo escucho dos veces más, en búsqueda de un risa oculta, un chiste, una pista de ironía, pero con cada vez sonaba más real, cada vez que lo es escuchaba caía en cuenta que nunca más iba a volver a ver a su amigo.

Le mando 20 mensajes, lo llamo, le mando audios, intento buscar otra señal de vida, pero nada. La última conexión del Rasta era de hace 10 horas.

A eso de las 9 se levanto, armo una mochila con dos mudas de ropa, las cosas de viaje que hacia más de un año que no tocaba y salió. Desde el subte envío un correo, donde en el asunto decía. “Renunció”. Paso por el correo, envío el telegrama. Y se fue rumbo a Ezeiza, mientras desde la web revisaba que vuelos salían.

Se fue a Ecuador.

A las dos semanas de buscar en cada plaza de quito, se encontró con una feria de artesanos, cuando ya la feria perdía lucidez, se terminaban los puestos y solo quedaban algunas mantas a un lado. Un vago, de barba, con pelo largo y ropa oscura y desalineada, sentado en el piso con un pequeño manto delante y mientras manejaba unos alambres de manera automática, le dijo….

- “Pssst, tas gordito eh! Jeje. Sabía que te iba a volver a ver”

Se paro y lo abrazo.

Escrito en Abril del 2016 en un Subte de Buenos Aires, corregido en un tren entre Madrid y San Sebastián. Publicado hoy desde la cama.

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