Muérdago

Pedro García
Lippo por Liebre
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7 min readSep 30, 2015

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Siempre escuche que hay que arrancar el día con el pie derecho. Intente ponerlo en práctica una mañana, como para levantar un poco el ánimo, para engañar un poco a la rutina y hacerme ver las cosas de otro modo. Pero al fin de cuentas todo seguía igual. Al tercer día ni bien me levante, ya había tomado la decisión de dejar de prestar atención a que pie pisa primero la alfombra. ¿Te preguntarás por qué? Bueno. Si te despertarás y lo primero que haces es pisar el excremento de tu perro, te aseguro que llegarías a la misma conclusión. Por dios! Qué desagradable empezar el día con esa sensación húmeda entre los dedos de los pies. Obviamente mi primer decisión fue insultar a la o cuatro vientos a mi pobre Fito, un pequeño Beagle regalo de mi abuelo, para cuando me fui a vivir solo. Me fui derecho a la ducha, con una sensación incómoda y desagradable, pensando en esa estúpida nota de la revista Vivas. Que me había convencido de levantarme con el pie derecho.

En el trabajo la cosa no mejoró. La reunión de cierre de semana no fue la mejor del mes. El resumen, mostraba más errores que aciertos y la tendencia de venta no cambiaba su rumbo depresor.

Llegó la hora de almuerzo. Un corte necesario, para dejar de dar vueltas en círculos. Decidí ir a dar una vuelta sin rumbo. Necesitaba limpiar la cabeza para la reunión de la tarde, pase por unos triples de jamón y queso y una lata de paso de los toros. Camine sin un rumbo fijo, una, dos cuadras, doble a la derecha e hice otras dos cuadras, llegué al cruce de Mitre y San Martín, mire a mi derecha y una cuadra más allá se veía la Plaza de Mayo, así que decidí encontrar un lugar en algún banco al sol. Me senté, contemplando la vista del Cabildo, la Avenida de mayo y a lo lejos la sombra del congreso. Siempre me sentí una sensación de pertenencia al ver el congreso, un increíble edificio que siempre me dejaba fascinado.

Mientras por fin me perdía en mis pensamientos del congreso.

- Hola está ocupado? — una chica de unos 26 años me miraba a los ojos señalando el espacio vacío del banco.

El tiempo se detuvo, los sentidos se intensificaron, grabando en mi recuerdo ese instante. Pude ver que trabajaba en una oficina por su manera de vestir. Que tenía una personalidad agradable, la sonrisa que acompañaba su mirada me tranquilizaba y me hacía sentir que todo iba a estar bien. Sus ojos color avellana, me atraparon más allá de la mirada. Sentía que la conocía de siempre y sabía que no la había visto nunca.

- Hola? — me preguntó sonriendo sin más.

- Ehhh. Si. Está libre. Jeje. Disculpa…. Estaba pensando en otra cosa. — balbucee para pasar el momento.

Ella se sentó y sacó un yogurt de su cartera.

Intentando volver a mi nube volví a mirar la sombra del congreso, sin poder sacarme de la cabeza su cara con esa sonrisa distraída y esos increíbles ojos.

Escuche como vaciaba el yogurt y lo tiraba en el tacho cercano. Sin mirarla, sentí como se relajaba y se dejaba caer en el banco. Me anime a mirarla, rogando a que este con los ojos cerrados. Allí estaba con blazer azul entre abierto, una camisa celeste a rayas blancas, cinturon marron a la vista, un collar dorado con un dije rojo, el pelo largo, castaño y suelto le caía sobre los hombros, tez blanca, algo recostada con la cabeza mirando al cielo y los ojos cerrados. Su inamovible sonrisa daba la sensación de paz y de lo relajada que estaba

Mire el reloj, faltaban 5 para volver a reunirse.

Lamenté haber visto ese reloj el resto de la tarde. No pare de pensar en ese pequeño encuentro, que me lleno de energía y preguntas “y si hubiese propuesto una conversación”, “ y si le hubiese preguntado el teléfono?”, “y si hubiese…”

- Francisco bajas de la luna? Hace una hora que no hablas y acá nos estamos hundiendo. — mi jefe, siempre tan comprensible me trajo nuevamente a la realidad.

Al salir de la reunión, deje las cosas en el escritorio. Mario seguía inmerso en su mundo de metal con esos nuevos y gigantes auriculares, Terminando los informes semanales.

- Che Fran, — dijo mientras se colgaba en el cuello los auriculares — que te parece si vamos vos, yo y tu cara de culo a tomar unas birras al bar. — Mario, había entrado hace dos años a la empresa, como analista de otro sector, pero desde el primer día le tocó a sentarse al lado mío. Me cayó bien desde esa primer encuentro. Recuerdo que su primer día se presentó con un “Hola, soy Mario”, grandote, de barba espesa y con una remera negra de Hermética. En una oficina donde lo más informal era una chomba, quedaba completamente fuera de lugar. Recuerdo haber pensado, este pibe esta loco. “Vos sos Francisco? Me dijeron que de la entrada, a la izquierda, la tercera columna de gente, al lado de Francisco Jaden algo.”. “Hasenktower”, corregí si pensarlo, “Si soy yo”. “Piola, me siento al lado tuyo. Un gusto. Mario Gonzalez”. Nos dimos la mano y nos hicimos amigos inseparables.

- Vos me conoces Mario. Lo necesito. Salimos?

Apago la computadora y salimos para el bar.

- Y con esa carita, la birra te la cobran doble. Hoy pido yo. — Le encantaba hacer ese chiste.

Entramos al bar de siempre, nos sentamos en la barra en el sector de siempre, y nos trajeron dos pintas, una roja y una rubia. Lo de siempre. Esas pequeñas cosas de que me conozcan es una de las cosas que más me gustan del lugar.

Saludamos a Ricky, el barman cubano que desde el verano se encargaba de ese sector de la barra.

Después de la cuarta pinta, y de 1 hora sin parar de hablar.

- Ah no no. Para todo. Mira esa rubia! — Una de las cosas que nos hacía grandes amigos es que a él le gustaban las rubias y a mi las morochas.

Cuando di media vuelta para mirar, pase a no escuchar los gritos de Mario ni la música de fondo, ni siquiera los gritos de las mozas, se hizo silencio. Pestañee fuerte para cerciorarme, detrás mío, en una mesa de 4, estaba la rubia de la que hablaba Mario, y la chica de plaza de mayo. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Una flash de alegría me invadió por completo. Ella giró, me vio a los ojos y sonrío. Me di vuelta enseguida, avergonzado y volviendo a la realidad, y al sonido.

- Me muero me muero, si no vamos ya me muero. — seguía Mario

- Para, Mario para! — Mario sorprendido por mi orden de stop, se quedó mudo y me miró atento — Viste la flaca que te conté del mediodía… ¿La que me dejo tonto todo el día?

- Si si, el bomboncito

- ehhh…. Si. Bueno, es ella. — como acto reflejo Mario respondió estirando el cuello para mirarla mejor — Qué haces boludo! baja de ahí!

- Pero me dijiste que era morocha. A vos no te gustan las rubias, ya lo hablamos esas son mías…

- La que está con ella gil. — mientras Mario estiraba el cuello para mirar por encima otra vez — Para! Que haces?

- … Bueno bueno. Perdón capitán…. Che pero no está tan buena…. — Mario que me conocía, vio mi cara y no insistió. Pero arrancó con su inalterable entusiasmo. — Bueno listo. Esta es la nuestra, más razones para ir.

- No para … — imposible pararlo. Mi tercer palabra no llegó a salir de mi boca, que Mario ya estaba camino a la mesa.

Sin preguntar, se sentó al lado de la rubia, y empezó a hablarle sólo a ella. Si muchas opciones, agarre mi pinta y encare a la mesa. Me recibió con una sonrisa y mirándome a los ojos.

- Hola, soy Sabrina.

- Francisco — replique mientras me sentaba.

Habían pasado tres horas desde nuestro cambio de lugar. Mario ya se había ido con Carla, la amiga de Sabrina. Y nosotros no parábamos de hablar, nuestras carreras, nuestra infancia, nuestros viejos, que hacía cada uno. Viajes, anécdotas. La cerveza nos aflojaba la lengua y la risa. Y descubrí que no había nada más lindo que verla sonreír.

- Fran, no te la puedo creer. Mira la hora que es! Me tengo que ir. — el mundo se me vino abajo, estaba tan endulzado, tan tranquilo que no me esperaba un corte- te… Te molesta si te pido que me acompañes a la parada? San Telmo no es muy lindo.

- … no… no. Dale. Vamos. — pensando aun en que se terminaba la noche, pero aún tenía un tiempos más con ella.

Salimos del bar, en silencio, algo en el ambiente entre nosotros había cambiado, 5 minutos atrás no parabamos de hablar, pero ahora el frío de la noche y la salida del bar lo había afectado. Entre el bar y la parada de colectivo habían unas 6 cuadras, mientras caminábamos la última cuadra, sabrina se paró en seco bajo una ventana grande, con un muchas plantas en su regazo.

- Mira, Fran un muérdago. — Gire para prestar atención, una ventana de marco verde, una cortina blanca que no dejaba ver para el interior, y en el descanso de la ventana, custodiadas por un barral, había una infinidad de plantas en un metro y algo de ventana. En medio de las plantas, a la altura de mi cabeza, colgaba un pequeño muérdago.

No tenía muy claro que decir pero al darme vuelta para mirar a Sabrina ella me beso. Me beso de una manera tan suave, que sentí que me derretía. Ese beso eterno paro el tiempo, se grabó para siempre en mi memoria.

Sabrina se detuvo, me miró fijo con sus ojos avellana y sonrió.

Luego de ese día, no hubo día que no me levante con el pie derecho. Hoy, 10 años después me despierto en nuestra cama, junto con Sabrina, quien sabe recordarme todas las mañanas ese mágico momento, simplemente sonriendo.

10 años después. Se despierta al lado de su esposa se sigue levantando con el pie derecho.

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